El elixir de los besos.
Sus caricias me consternaban, pues habían dejado de gustarme.
Sus besos me quemaban; ya no me ofrecían placer.
Su mirada me perdía; se volvió tan oscura que no creí que pudiese volverme a iluminar jamás.
Y fue allí, cuando sus besos no figuraron como mi perdición y mi cuerpo no sucumbió a aquel desbordante abismo, donde comprendí: se rompió el hechizo. Lo que una vez me ató a alguien, me liberó de la dulce cárcel. Del enloquecedor elixir de cada beso.