Amanda saltaba sin parar escuchando su canción favorita, About a girl de Nirvana. Daba vueltas sin cesar, cantando junto con Kurt Cobain las líneas de la canción. Se veía preciosa, sus mechones rubios se movían al vaivén de su delgado cuerpo, Amanda casi nunca sonreía pero esta canción en particular hacía que esbozara una gran sonrisa, sus ojos azules tenían un brillo especial y yo, yo no podía dejar de mirarla.
—¿Cuál es tu favorita? —Cuestionó ella.
—¿De Nirvana?
—Ajam.
—Te he dicho como cinco veces que es Come as you are. —Le respondo, mirándola acercarse a mí, sentándose en el piso cruzando doblemente las piernas tan delgadas y largas que tiene—. Nunca me pones atención.
—Lo siento, lo olvidé por completo.
Su forma de repararlo era siempre la misma, acercarse a mí y tomar mi rostro con ambas manos para buscar mis labios y dejar en ellos un beso que me intoxicara, que me hiciera pensar sólo en ella y en nadie ni nada más.
Después simplemente regresaba a hacer lo que previamente estaba haciendo, perdiéndose en su propio mundo. A veces me intrigaba tanto todo lo que pasaba por su cabeza, me causaba demasiada ansiedad no saber qué piensa de mí, porque Amanda no es muy expresiva, mucho menos romántica. ¡Y yo que estoy como un loco por ella!
—¿Podemos hablar, Amanda?
—¿Por qué siempre quieres hablar?
—Estoy harto de estar en casa. Desde que Austin vino a vivir con nosotros se la pasa molestando todo el puto día. —Le digo, haciendo que baje un poco el volumen de la música—. Dice que soy un bueno para nada, un inútil... Y a él se le olvida por qué lo dejó su esposa.
—Solo ignóralo y ya. —Se acercó a mí, besando mis labios cortamente—. ¿En verdad crees que tengo ganas de hablar del idiota de tu hermano?
Me negué con la cabeza, tiene razón. Estamos aquí para pasar el tiempo juntos, escuchando su música, besándonos, olvidándonos de todo lo que está afuera de su habitación.
—Te amo, Amanda.
—Lo sé.
Apretó mi mejilla y entonces se acercó a su buró para tomar una hoja blanca que está doblada en cuatro.
—Ten...
—¿Qué es esto? —Pregunté, después de tomar la hoja.
—Una carta, ¿qué no ves? Duh.
—¿Me escribiste una carta? Woah...
Me apresuré a desdoblar la hoja. Moría de curiosidad por saber qué fue lo que Amanda escribió para mí pero ella me detuvo, posó su delgada mano derecha sobre la mía impidiéndome que la abriera por completo, miré entonces su anillo, una gran calavera adornaba su dedo medio y sus uñas estaban pintadas de negro, su color preferido. Después simplemente la miré a los ojos, esperando por una explicación.
—Léela cuando estés en casa, ¿sí?
Asentí con la cabeza, guardando la hoja en mi cazadora negra. Continué entonces viéndola bailar y cantar, mi Amanda, mi preciosa Amanda. ¡La amaba tanto! Por un momento olvidé que piensa que las cursilerías son bobas cuando decidí ir tras ella para parar su danzar y así tomarla por la cintura para darle un beso, un beso de película, de esas que ella odia tanto.