SKYLER
No sé qué es lo que me molesta más, el calor o que Juliette y Milo no dejan de tomarse fotografías cada diez segundos.
Pero ya es suficiente, me acerco a ellos. —Oigan, ¿no íbamos a buscar dónde comer? —pregunto, manteniendo mi voz lo más calmada posible.
Entorno los ojos viendo a nuestro alrededor. Estamos frente a un local cerrado de helados, luego hay unas tiendas de accesorios para la playa y al fondo veo un cartel con la palabra “restaurante”
Milo asiente, pasando los dedos por el cabello. —Sí, creo que es hora —toma a Juliette de la mano—. ¿Dónde quieres comer?
Bufo. —Pues aquí no hay muchas opciones.
En realidad este es como el centro de todas estas casas que no son tan grandes para ser consideradas mansiones pero son, sin duda, para clase alta. Creo que a esto se referían cuando dieron que aquí nadie nos encantaría.
—Allá —Milo señala el mismo restaurante que yo vi hace un momento.
Ellos caminan frente a mí, tomados de la mano. No sé qué tipo de relación tengan pero es difícil de descifrarlo. No se besan pero se abrazan, se mantienen juntos y pasaron la noche en una misma habitación.
Rayos, Juliette y yo nunca hicimos eso.
Bueno, sí dormimos juntos en algunas ocasiones pero era solo eso, compartir la cama y ya. Esas veces, me duele recordarlas. Me duele recordar su cabello sobre su rostro y sus ojos cansados.
Recuerdo todo y ya debería haberlo olvidado.
Respiro profundo antes de subir tres escalones de madera para entrar al restaurante. Una mujer con camisa de botones blanca y pantalones cortos ya está hablando con ellos, me da una sonrisa amable y nos lleva a una mesa al aire libre, con vista al mar calmado.
Es una mesa redonda con un mantel blanco y al centro, una flor azul rodeada de conchas. Ella nos pide que nos sentemos, coloca tres menús y avisa que volverá en un momento.
Milo se sienta en medio, al frente de mi está Juliette y yo estoy al frente de ella. De fondo hay música con guitarras y voces suaves, el mar se escucha a la distancia.
Milo lee el menú y sonríe. —Yo quiero este, mira Jules, tienen veganos.
Ella le sonríe y sin pensarlo, yo suelto: —Ella odia que le llamen así.
Bien, no sé de dónde provino eso.
Juliette y Milo m miran con expresiones diferentes. Milo se ve sorprendido y Juliette frunce el ceño. — ¿Qué? —preguntan al mismo tiempo.
Sacudo la cabeza. —Nada, es solo que, recuerdo que odiabas que te llamaran Jules.
Juliette entorna los ojos. —Hace años.
Milo señala hacia arriba. —Amo esta canción.
Ella lo ignora. — ¿Por qué actúas de pronto como si todavía me conoces, Skyler?
—No lo hago —bajo la mirada al menú que tiene todo escrito con un tipo de fuente en cursiva.
—Tú tienes una canción que se parece a esta, ¿no? —Milo sigue hablando de la música.
Juliette resopla. —Pues es un cover, lo hacen para no pagar derechos y poder reproducir canciones famosas.
—Ah, ya decía yo —Milo ríe—. Tienes demasiadas canciones Jules, ni siquiera recodaba que era tuya.
Subo la mirada. Ella está viendo hacia el menú. —Esa es vieja, muy vieja.
La canción termina y ahora es distinta, ya no es de esta época, en realidad parece de los años cincuenta o sesenta. Se me hace conocida, no dudaría que mi cerebro la tenga archivada pues cada tarde durante el verano a mis catorce años pasaba el tiempo con los Berry y Oswald amaba ese tipo de música.
Veo hacia el mar. No entiendo como una simple canción puede hacerte sentir tan melancólico y extrañar lugares que no conoces. También te hace recordar una vida que se perdió en el paso de las horas y los calendarios.
—Tengo que ir al baño —Milo dice—. Pero pídeme el segundo y un café simple, ahora vengo, ¿me prestas tu bolsa? Dejé ahí las gotas para mis ojos.
— ¿Lo hiciste? —pregunta ella, pasándole la bolsa.
—Sí, te dejo tu teléfono —él abre la bolsa y le pasa el dispositivo.
No puedo evitar pensar en lo raro que es la naturalidad en que hace esto, en como ella no se preocupa que él toque sus cosas y que él guarde sus cosas en las de ella.
Milo se va y este silencio, rellenado tan solo con una mujer de voz poderosa y nostálgica, es incómodo.
En este momento ya no tengo casi veintiocho años, tengo catorce o algo así. me siento incomodo, como esas veces cuando iba al supermercado con mi madre y ella me pedía que esperaba en la fila mientras iba por algo que olvidó y las personas siguen avanzando y yo no sé qué hacer.
Se supone que tenemos que comportarnos de manera decente ahora, ¿verdad?
Veo mis dedos, mis nudillos, mis dedos, a todos los lugares posibles menos hacia la persona frente a mí.
Por suerte un camarero se acerca a preguntarnos qué vamos a ordenar. He estado distraído que no he revisado nada del menú pero tomo la opción segura de huevos con avena y un café sin leche. Juliette ordena por ella y por Milo.
Sin embargo, el camarero se va de nuevo y otra vez, el silencio es pesado casi como si el silencio mismo fuera otra persona sentada en el asiento vacío y nos juzgará por no hablar.
No puedo creer que tenemos casi treinta años y no podemos comportarnos bien. Juro que en mí día a día no soy así, soy un humano decente y maduro, o quiero creer que he madurado pero es como si Juliette sacara lo peor de mí.
Y como siempre, siento que tengo que ser yo quien dé el primer paso para empezar una conversación.
—Entonces —aclaro la garganta—. ¿Habías venido a este lugar antes?
Ella tiene el dinero para alquilar una casa de esta área.
Niega pero no usa palabras, solo evita verme y evita hablar.
Suspiro. No me agrada Milo pero comienzo a extrañarlo, al menos con é las cosas no eran tan incomodas y silenciosas.
— ¿Por qué dijiste eso que no me gusta que me llamen Jules? —ella pregunta de pronto.
Elevo una ceja. — ¿Qué?
Se encoje de hombros. — ¿Por qué asumes eso? Quizás ahora me gusta.
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Editado: 06.09.2025