Antes De Odiarnos

17: DETENTE

SKYLER

Ella me mira con los ojos bien abiertos. Si entrecierro la mirada casi luce como la chica de mi adolescencia.

— ¿Qué? —su voz es distinta a como sonaba en la mesa, suena tan frágil.

Me encojo de hombros. — ¿Quieres que te odie?

Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios y quisiera que sonriera un poco más. No lo sé porque, quizás porque debajo de los escombros de todo lo que destruimos siguen estando los buenos recuerdos a su lado.

— ¿Por qué te fuiste? —pregunta.

Paso la mano por mi cabello. —Porque… ¿recuerdas cuando en la escuela peleaban y los profesores los mandaban a esquinas opuestas? Tenía que distanciarme de ti.

Y lo hice, por mucho tiempo.

Entrecierra los ojos. —Oye, creo que deberíamos terminar de comer antes que se enfrié. Milo pagó por todo de todas formas.

Frunzo el ceño. — ¿Qué pagó Milo?

Señala dentro del restaurante. —La comida.

Suelto una pequeña risa. —Eh, en realidad, no —le doy dos palmadas a mi bolsillo—. Lo hice yo, ¿Se llevó el crédito?

Abre los ojos de nuevo y me mira confundida. —No, yo… yo solo asumí….

Ruedo los ojos. —Bien Juliette, tal vez yo no soy millonario como ustedes pero puedo pagar de vez en cuando por un desayuno.

Tuerce los labios y siento una punzada en mi pecho. Ese estúpido gesto que está haciendo es tan de ella. Esa forma en que su labio inferior se mueve al lado izquierdo y su boca parece un poco más pequeña.

Y sin poder controlar mis propios gestos, sonrío.

La odio por eso, aunque no la odio realmente. Es tan difícil, quiero que se vaya lejos pero aun si ella estuviera en la luna, sus recuerdos me perseguirían hasta la tumba.

—Creo que hay que definir si vamos a hacer esto o no —le digo—. Ya no podemos seguir peleando por todo, es agotador, ¿no lo crees?

Juliette no responde, en su lugar solo desvía la mirada hacia el otro lado. Cerca de donde estamos pasa una mariposa blanca y eso captura su atención.

Enfoco la mirada en ella, en como sus ojos persiguen a la mariposa y mi corazón pega un salto. Es casi una broma decir que alguien a quien no habías visto por casi una década aún tiene algo que te descoloca.

Respiro profundo.

Tengo que ser honesto, independientemente si Juliette es molesta o no, ella es una mujer atractiva. Siempre tuvo algo que la hacía linda, siempre, pero ahora es muy guapa.

Me arde el cerebro admitir eso pero es cierto. Ahora mismo solo está usando unos pantalones sueltos de tela estampada y una camiseta blanca pero hay algo en ella, en su presencia, en su existencia.

Sus ojos se encuentran con los míos. — ¿Qué?

Trago saliva y me insulto a mí por tener estos pensamientos. Ya no soy un adolescente, ya no tengo motivos para sentir algo positivo por ella. —Nada.

Se encoje de hombros. —Deberíamos ir a comer.

—Sí —respondo, manteniendo los ojos en su rostro—. Vamos.

Pasamos de nuevo la entrada y nos movemos de regreso a la mesa que dejamos con los platos enfriándose. Nos colocamos en las sillas que habíamos escogido y ambos permanecemos en silencio.

Tomo el tenedor para continuar comiendo, no porque tenga hambre sino porque pienso que desperdigar esto no es algo bueno. Juliette come también, con la mirada en el plato.

Pasaron como cinco minutos cuando alguien se deja caer en la silla vacía, ambos volteamos y nos damos cuenta que Milo ha regresado. Sonriendo. Relajado. Como si nada hubiera pasado.

—Entonces siguen con vida, muy bien, pensé que se iban a asesinar —bromea.

Juliette frunce el ceño. — ¿A dónde fuiste?

Se encoge de hombros. —Fui a tomarme una fotografías por ahí —le entrega la bolsa—. Por cierto, todo sigue aquí, de regreso con su dueña.

Rueda los ojos. —No puedo creer que hayas hecho eso.

Milo sonríe amplio. —Vamos, solo fue para que reforzaran su amistad.

Ella arruga la nariz. — ¿Amistad? ¿Qué amistad? Nosotros no somos amigos.

Miro hacia el cielo azul, con pájaros volando de manera libre. —No, no lo somos.

—Pero pueden llegar a serlo —afirma con seguridad, como si pudiera apostar su vida por ello.

No sé qué tanto sabe Milo sobre nosotros pero si realmente conociera la verdad, dudo que dijera algo así. —Terminé —digo—. Mejor me voy a la casa, quiero tomar una siesta.

Me pongo de pie y no espero la respuesta, salgo otra vez, huyendo de esa mesa con desayunos fríos y recuerdos que duelen más que un golpe en la espinilla.

Me cubro del sol con las manos sobre la frente, ignoro a un insecto que revoloteaba cerca de mi rostro y sigo avanzando mientras mi corazón comienza a murmurar la canción que nunca terminamos.

Luego mis labios silban y las palabras se forman, como si diez años no hubieran pasado entre nosotros.

“En un mundo perfecto, seguimos estando de pie, frente a frente, nosotros no somos un momento, somos un antes y un después, un para nunca y para siempre, para siempre”

Varias horas después, luego de una siesta y quedarme en la habitación viendo hacia el techo, decidí bajar.

Curiosamente, está todo en silencio. Pensé que aún no habían regresado cuando de pronto Juliette entra de la puerta del frente. No me dice nada, yo tampoco, solos nos miramos.

Me muevo al sofá y me siento con las piernas hacia arriba, estirando mis brazos por encima de la cabeza y bostezando mis ojos se llenan de lágrimas. Quien sabe porque lloramos cuando bostezamos.

—Milo ya se fue —dice, sentándose en el sofá del otro lado.

Frunzo el ceño. — ¿A dónde se fue?

—Se fue. Me dio que te dijera adiós y que le ha encantado conocerte —sube las piernas para cruzarlas y se coloca un almohadón frente a ella para abrazarlo.

—Ah, sí, a mi también me agradó conocerlo —después de todo no fue tan malo.

Juliette recuesta la cabeza en el respaldo, viendo hacia arriba. — ¿Ahora qué? ¿Quieres pelear?

Suelto aire por la nariz. — ¿Quieres pelear para no aburrirte?




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