JULIETTE
La casa quedó silenciosa.
Todo el bullicio de cámaras, luces y micrófonos se había desvanecido como si nunca hubiera ocurrido. Solo quedábamos Skyler y yo, rodeados por la penumbra cálida de la sala principal, con el mar susurrando detrás de las ventanas.
El director dijo que volverían a primera hora. Mañana nos esperaba otro día lleno de sonrisas forzadas y fingir que nos amamos para promocionar el “compromiso”.
Pero ahora el reloj avanzaba lento regalándonos un respiro.
Bajé para tomar algo pero antes de ir hacía allá, noté que Skyler estaba en la sala. Me acerqué, mis dedos jugueteaban con la tela de la falda. Skyler estaba al otro extremo, sentado en el suelo, apoyado en el mueble bajo donde habían colocado el equipo de sonido. Sostenía un vaso de agua y lo miraba sin beberlo.
Quise romper el silencio, pero mi voz salió temblorosa. —Buenas noches.
Él levantó la mirada, sorprendido de verme despierta. —No sabía si todavía estabas despierta —dijo en voz baja.
Cierro los ojos unos segundos. —Tampoco imaginé que tú lo estarías.
Se encoge de hombros y al fin bebió del vaso. Estaba todo tan tranquilo que escuché cuando el agua pasó por su garganta.
—Hoy fue… —estira la pierna, luego la otra—. Fue un caos fingir que nos amamos.
Sonrío. —Lo sé.
Suelta aire por la nariz. —Nunca hice esto, cuando nosotros no éramos conocidos seguía siendo todo tan orgánico, ¿no?
Asiento. En esos días nos ayudábamos para las fotografías y en ocasiones, algún amigo de mi padre tomaba un par de fotografías profesionales pero nada como esto, nada como pasar todo el día con personas retocando tu maquillaje y diciéndote como poner tus brazos.
—Sí, es así —digo.
Estoy acostumbrada a días enteros de trabajo, el producto final puede lucir glamuroso pero el proceso es cansado.
Skyler suspira. —Tal vez deberían usar algún programa de computadora y solo agregarme a tu lado, tú sabes de esto mejor.
Sonrío de lado y me siento en el sofá frente a él. —Sí, esa es una buena idea, aunque…
Eleva una ceja. — ¿Aunque?
No quiero mencionarlo pero tengo que hacerlo. —No creo que con una computadora puedan recrear ese beso.
Él mantiene la mirada en mí, sin cambiar de expresión. —Había que actuar.
Asiento, sintiendo algo en mí, algo que me hizo volver a mi niñez y recordar cuando las niñas de nuestra clase se acercaban a él. Pero eso es ridículo, Skyler ya no es mi Skyler y yo sin duda, ya no soy de él.
De ninguna forma.
Sin embargo, Skyler aclara la garganta y dice: —Sí. Pero ahora… —guarda silencio un instante y dejó el vaso en el piso—. Ahora que estamos solos, siento que de verdad dejé de actuar.
¿De verdad?
Me quedo mirando mis propias manos. Me pregunto si había algo de esa confesión improvisada que fuera real.
Respiro de nuevo, tomando valor. —Yo también —digo, moviendo la cabeza despacio—. Durante un par de fotos, creí que era verdad.
¡Cállate, Juliette!
¿Qué rayos me pasa? Este es el mismo chico que arruinó todo, es su culpa. No mía, suya.
La luz de una lámpara tenue se reflejó en su cara, delineó la barbilla y los pómulos. En la penumbra, sus ojos parecían más claros y odio admitir que es demasiado atractivo para mi propio bien.
—Recuerdas cuando teníamos ocho años —susurra— y tú me saludaste con un “jamás en la vida te volveré a hablar” porque pensabas que te había robado tu crayón favorito.
Mi risa sale de manera genuina. —Y tú decías que no era un crayón, que era “el Crayón Mágico” que no existía en ninguna caja. Lo llamabas tu tesoro secreto.
Se encogió de hombros, divertido. —De niño todo era mágico.
—Ahora nada lo es —respondo, un escalofrío recorriéndome la espalda—. Todo es un truco de luces, un parpadeo de cámara, todo se arruina tan rápido y las personas que juran amarte te acusan de mil cosas en un segundo.
Tuerce los labios. —No digas eso. Sé que tú ahora estas siendo criticada, pero eres amada por miles. No, miles no, millones. Tú eres Juliette Berry, ¿te das cuenta lo grande que eres?
Trago saliva. — ¿Estas siendo amable conmigo?
Se encoje de hombros antes de darle un trago largo al agua. —Solo digo las cosas como son. Tú eres irritante, molesta, ruidosa, tienes esa molesta sonrisa que me hace querer gritarte y te juro que me has hecho querer golpearme contra un muro pero también te veo y sí, eres talentosa y no dudo que ahora hay muchas personas defendiéndote.
Abro los ojos. — ¡Eso es!
Frunce el ceño. — ¿Qué?
Sacudo las manos. — ¿Sabes eso que tenemos que hacer una canción? Creo que me has dado una idea.
Skyler entorna los ojos. —Mírate, tu pequeño cerebro creativo en acción. Bien hecho, princesa.
Lo fulmino con la mirada. —Te dije que no digas eso, sabes que lo odio. Ese apodo me hace sentir como… una presumida que todo se le dio en bandeja de oro.
Skyler me sonríe, se levanta y ajusta su camisa. —Tu padre te llamaba así y no creo que fuera por eso.
Me encojo de hombros. —Mi padre lo hacía con buenas intenciones, el internet lo usó en mi contra.
Skyler mantiene los ojos en los míos. Por un momento, pensé que iba a alejarse, como tantas otras veces. Pero en vez de eso, se sentó a mi lado y me indicó con la mano que me acercara.
Su voz, suave: —Juliette… De niño, yo no sabía nada de magia ni de tesoros. Pero sabía que tú eras real.
Mi respiración se cortó. ¿Eso era un cumplido o un recordatorio de lo que fuimos?
Me arriesgué y lo dije también: —Tú también eras real —susurré.
Skyler deja el vaso sobre la mesa, se recuesta y nuestros brazos se tocan pero ninguno de los dos se mueve. Los minutos siguientes transcurrieron mientras abríamos un baúl de recuerdos y confesiones infantiles.
Hablamos de la playa donde solíamos cantar en mis veranos de infancia, de la promesa de grabar un disco juntos con mi tío como ingeniero de sonido.
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Editado: 04.09.2025