Antes De Odiarnos

27: COMO EL ORO

SKYLER

El día comienza demasiado pronto para mi gusto.

Esta rutina de despertar y saber que hay cámaras por todos lados y personas que me dicen cómo debo actuar y caminar es tan abrumadora. La verdad, cuando era joven, soñaba con los estadios llenos y personas gritando mi nombre.

Pero no con esto.

La voz de Sandy se escucha por la puerta: —Cinco minutos, Skyler.

Su tono no es grosero, pero tiene esa urgencia disfrazada de amabilidad que me irrita más que un grito.

Me arrastro fuera de la cama con un gruñido, me visto con lo primero que encuentro, nada interesante realmente pero se supone que tenemos que lucir como si esto fuera normal y natural.

Sé que después me van a arreglar como si fuera una marioneta, pero estos minutos son lo más cerca que estaré de ser dueño de mí mismo. El espejo me devuelve una imagen cansada, ojeras que ni el sol de la playa consigue ocultar.

Suspiro y bajo las escaleras.

Todo se nubla cuando veo a Juliette en la cocina. Llevo mi mano al pecho como por instinto y recuerdo las últimas horas del día anterior, de la noche anterior.

Juliette luce tan calmada, pareciera que ni siquiera estuvo llorando entre mis brazos anoche. Que se quedó dormida recostada en mi brazo y yo salí de su habitación con los latidos golpeando mis tímpanos.

En ese momento pienso en una canción que no he escuchado en una década, tal vez más. Una canción que irónicamente reproducía a su lado mientras que bebíamos jugos de sandía preparados por mi madre y no pensábamos en que estaba prediciendo nuestro futuro.

“Eres como el oro, todos quieren un poco de ti, todos quieren saber por qué te amo si no luce como tal pero si cierras los ojos veras que los corazones confiesan todo, apagas las luces del show, dejemos de fingir”

Respiro profundo y voy hacia donde ella está. —Hola, buenos días —digo, sin verla.

Ella me mira de reojo. No sonríe exactamente, pero sus ojos se iluminan apenas. —Hay café, si quieres, de todas formas yo no tomo mucho. Bueno, ahora sí, ¿sabes? Es raro, es el estrés.

La manera en que habla, tan rápido y repitiéndose, me recuerda que sigue siendo ella. Sigue actuando de ciertas maneras en determinadas situaciones.

— ¿Por qué estas nerviosa? —pregunto

Bufa. —No sé de qué hablas

Ella sonríe, apretando los labios y eso hace que mi corazón pegue un salto. —Siempre supe que te ponía nerviosa.

Resopla. —Eso jamás pasaba, sigue sin pasar.

Trago saliva y con cuidado, muevo mi mano para rozar sus dedos con la punta de los míos. — ¿Cómo te sientes hoy?

Ella mueve su mano pero no para apartarla, para acercarla. —Mejor, aunque todavía todo me da vueltas.

Me inclino un poco, puedo sentir el aroma desprendiéndose de su cabello y juro que toma todo de mí no enterrar mi rostro en él. — ¿Sabes algo? No tenía idea de lo duro que es esto, ser famoso. Tú lo llevas con gracia.

Se encoje de hombros, gira su rostro para verme totalmente. —No hay muchas opciones, o lo tomas o lo dejas. No hay piedad en este mundo del entretenimiento.

Mantengo los ojos en los suyos y puedo sentir como algo entre nosotros está sucediendo, una tensión que me abraza de la manera más cálida posible.

Tengo que tomar una larga respiración. No es un secreto que he estado con muchas mujeres, más cuando era más joven y menos responsable. Tenía esa aura de estrella de rock que podría arruinar tu vida y algunas mujeres les gustaban eso.

Pero esta chica, esta mujer con sus pecas y sus ojos grandes que aún no lleva maquillaje me hace querer olvidarme de todo y besarla sin parar hasta que mis labios se entumezcan.

Pero claro, no lo hago. Aunque sé que eso es el tipo de contenido que a estas personas les gustaría ver, no quiero darles todo de mí, todo de nosotros.

La realidad es que somos un programa fabricado, somos ficción pero al mismo tiempo, no es así. Entre la mentira del compromiso, está la verdad de nosotros.

Y aunque hay una larga listas de cosas que quiero hacer con Juliette, las guardaré para otra vida. Una donde ella y yo no estamos rodeados de prejuicios, contratos y cámaras.

Juliette aclara la garganta. — ¿Dormiste bien? —pregunta, rompiendo el silencio.

—Lo suficiente. ¿Tú?

Ella entrelaza nuestros dedos. —Podría ser peor.

El ruido de las cámaras entrando arruina cualquier posibilidad de sinceridad. Connor, el director, aparece con sus palmas chocando en el aire.

—Bien, chicos. Hoy vamos a mantenerlo natural, mostrar cosas cotidianas. Queremos que el público sienta que los conoce de verdad.

Juliette y yo nos miramos de reojo. No existe tal cosa como “cotidiano” entre nosotros. Pero asentimos, porque aquí no se trata de lo que queremos.

Nos colocan en la cocina para preparar el desayuno luego de varios retoques y de hacerme cambiar de camiseta porque según Connor, algunos colores son más llamativos.

Juliette saca huevos del refrigerador, yo me ofrezco a batirlos. Apenas sostengo el tenedor cuando ella arquea una ceja.

— ¿Seguro que sabes hacer eso?

—Sé batir huevos, aunque no lo creas.

Ella reprime una sonrisa y vuelve a lo suyo. Por un segundo la veo como antes: la chica de catorce años que se reía de cualquier estupidez que yo dijera. La que cantaba sin parar en mi cochera.

Me sorprendo al recordar eso con ternura en lugar de rencor. Pero me sacudo la imagen de la cabeza. No debo vivir en el pasado, pero es difícil cuando tu pasado luce tan bien como ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.