SKYLER Y JULIETTE A LOS CATORCE AÑOS
La tarde tenía un color dorado. La luz entraba por las ventanas de la sala como un río tibio, tiñendo los objetos de un resplandor tenue, casi irreal. En esa penumbra luminosa, Juliette y Skyler estaban sentados sobre la alfombra, rodeados de papeles con letras escritas a mano, cables enredados y una guitarra.
A los catorce años, el mundo todavía podía parecer un secreto por descubrir y esa habitación era su universo.
Juliette sostenía una libreta entre las rodillas, donde había garabateado frases y acordes. Cantaba con una voz que todavía tenía la transparencia de la niñez, aunque ya empezaba a esconder matices que la hacían sonar distinta, como si su garganta guardara un pequeño truco que nadie más conocía.
Skyler, sentado a su lado, la acompañaba con una guitarra algo desafinada, tocando con torpeza y entusiasmo al mismo tiempo.
Las canciones que elegían eran antiguas, de esas que sus padres habían escuchado años atrás, pero para ellos sonaban perfectas. Cada nota era un mapa, cada verso una contraseña.
Cantaban riéndose, equivocándose, repitiendo estrofas para que quedaran bien en la grabación. No lo sabían todavía, pero en esas tardes estaban inventando un lenguaje propio, uno que no necesitaba traducción.
—Otra vez —dijo Juliette, con una sonrisa que le curvaba los labios—. Nos atrasamos en el estribillo.
Skyler resopló, fingiendo fastidio, aunque por dentro estaba feliz de volver a intentarlo porque eso solo significaba más tiempo con ella. —Tú te atrasaste. Yo estaba perfecto.
—Claro, claro —replicó ella, rodando los ojos con dramatismo—. El genio de la guitarra.
—El único —Skyler contestó.
Juliette señaló el teléfono a un lado. — ¿Por qué no los publicamos? Tal vez sería una buena idea.
Skyler arrugó la nariz. —Pero, no sé…
— ¿Qué? —Juliette se acercó—. ¿Tienes miedo que piensen que eres guapo y tengas fans?
Bufó. —Ya tengo una fan, tú.
La risa de Juliette llenó el cuarto y Skyler sintió un cosquilleo extraño en el pecho. No era la primera vez que lo sentía, pero cada vez lo descolocaba un poco más.
Se acomodaron de nuevo. Juliette se inclinó hacia el micrófono y empezó a cantar. La letra hablaba de despedidas, de alguien que esperaba en la lluvia, de un amor imposible.
Ella cerraba los ojos y lo interpretaba como si de verdad entendiera el dolor del que hablaban esas palabras. Skyler la observó en silencio y por un instante pensó que había algo mágico en que alguien de catorce años pudiera cantar así.
Cuando hicieron una pausa, Juliette dejó escapar un suspiro largo, apoyando la cabeza contra la pared. Skyler, en cambio, se quedó mirando el suelo.
Habían visto una película hacía poco. Una de esas donde los personajes se encontraban en un parque iluminado por faroles y hablaban hasta que el cielo se volvía azul oscuro.
En esa escena, los protagonistas se tomaban de la mano con una naturalidad que parecía imposible de imitar. Skyler no lo había dicho en voz alta, pero desde entonces esa imagen lo perseguía. No entendía del todo qué significaba, pero cada vez que miraba a Juliette, esa escena volvía a su mente como si estuviera grabada en algún rincón secreto.
Y ahora, con ella a su lado, con la luz dorada bañando sus cabellos y esa sonrisa todavía brillando en su cara, Skyler sintió algo parecido a lo que había visto en la película.
Una certeza complicada. Le gustaba Juliette.
No sabía cómo llamarlo, ni qué hacer con eso, pero ahí estaba, palpitando como un tambor escondido bajo la piel.
Juliette se estiró un poco y sin pensarlo demasiado, se recostó contra él. El gesto fue natural, como si lo hubieran hecho cientos de veces, aunque en realidad nunca antes había ocurrido así. Skyler se tensó de inmediato, sorprendido y luego se obligó a quedarse quieto.
—Tu hombro es más cómodo de lo que esperaba —murmuró ella, con voz soñolienta.
Skyler no supo qué responder, así que se limitó a sonreír en silencio, con un calor extraño subiéndole por las mejillas. Podía escuchar su respiración, suave y cercana, podía sentir el peso ligero de su cabeza recostada en su hombro.
Skyler sabía que solo tenía que mover el rostro para verla mejor y lo hizo, su nariz estaba casi tocando la cabeza de Juliette. Ella siempre olía bien, tan bien.
Movió sus ojos a sus labios y sin duda, sabía que había algo que quería más que la fama o la fortuna. Ella. Solo ella.
Quiso decir algo, cualquier cosa, pero temió romper el hechizo. Así que permaneció inmóvil, con la guitarra descansando sobre sus piernas, mientras Juliette jugaba con el borde de su blusa.
— ¿Sabes? —dijo ella sin apartarse—. A veces pienso que cuando cantamos, todo es más fácil. Como si como si no existiera nada más que esto.
Skyler tragó saliva. —Sí —respondió despacio—. Es como como si nos escondiéramos en la música.
Juliette levantó la vista y sus ojos se encontraron. No había nada que explicar. Ninguno de los dos sabía exactamente qué era ese momento, pero ambos lo sintieron. Una chispa suave, un secreto compartido, un temblor que todavía no tenía nombre.
En la piel de Skyler pasearon chispas, en los labios de Juliette se albergaba una sensación que todavía no conocía. Los ojos de Skyler eran el cielo mismo y ella disfrutaba verlos de principio a fin, del amanecer al atardece.
Entonces Skyler subió la mano y tocó la suave mejilla de ella. Juliette lo estaba esperando, deseando, rogando. El beso, ella lo quería en ese momento. Quizás lo ha querido desde hace un tiempo.
Pero Skyler no lo hizo. Juliette era su mundo entero, tal vez su galaxia. Una relación efímera iba a robarle todo. Él sabía que la quería y quería todo lo que el romance llevaba consigo pero no todavía. Algún día, más adultos, más libres.
Así que solo besó la punta de su nariz. —Soy tu fan —susurró.
Ella río nerviosa, volvió a recostarse, cerrando los ojos. Skyler la dejó estar, memorizando cada detalle, sabiendo que aquello era especial aunque no pudiera describirlo.
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Editado: 23.09.2025