Antes De Odiarnos

33: NO ES UN ERROR

SKYLER

La casa estaba en silencio.

Un silencio denso, como si hubiera absorbido cada palabra no dicha entre Juliette y yo. Afuera, el mar golpea en olas irregulares y el sonido se mezcla con el crujido leve de la madera bajo nuestros pies.

Desde esa entrevista ella y yo no hemos hablado mucho, solo nos miramos y creo que ambos esperamos que el otro empiece la conversación. Ambos sabemos que todo está cambiando, ya no somos solo dos conocidos que fingen. Ya no somos los mismos que ensayaban en una habitación creyendo que el mundo se abría con cada acorde.

Juliette está sentada en el sofá, las rodillas dobladas hacia el pecho, la luz tenue de la lámpara bañándola en un resplandor dorado. Me mira de reojo. Yo camino de un lado a otro, porque quedarme quieto sería como aceptar que hay preguntas que ya no podemos seguir evadiendo.

—No vas a dejar de moverte, ¿verdad? —dice ella al fin.

Me detengo.

La observo. Podría mentirle, podría fingir que solo estoy inquieto porque la casa es demasiado silenciosa, pero ella me conoce demasiado. Así que suspiro y me dejo caer en el sillón frente a ella.

—No sé qué hacer con todo esto —respondo y mis manos se entrelazan de un modo torpe, como si quisieran protegerme de mis propias palabras.

Juliette baja las piernas, apoya los pies en el suelo. Me mira fijamente. Hay algo en sus ojos que reconozco, el mismo peso de todos esos años sin hablar.

—Tampoco yo —admite.

Un silencio. No como el de afuera, sino uno que corta en medio de los dos. En mi cabeza todavía retumba la idea de lo que nunca dijimos. Del amorío que descubrimos demasiado jóvenes, de esa noche en la que casi lo arruiné todo con una transmisión que pudo haber soltado la verdad, del beso que nos dimos y de todo lo demás.

— ¿Sabes qué es lo peor? —pregunto.

—Dime.

—Que todo este tiempo pensé que hablar de lo que vimos… de lo que sabíamos iba a destruirnos. Y al final, callarlo fue lo que nos rompió.

Ella aprieta la mandíbula.

Sé que recuerda. Sé que en su mente están esas escenas. Su madre y mi padrastro cruzándose miradas demasiado largas, roces disfrazados de casualidad. Éramos adolescentes, pero no éramos ciegos. El aire estaba cargado de un secreto que nos hundía.

Y esa vez, cuando teníamos dieciséis y ellos ya no eran adolescentes como para no saber lo que estaban haciendo. Era un buen día, soleado y me sentía bien. Habían pasado algunos días sin problemas y casi parecía que se había acabado, lo que sea que hubiera sucedido entre ellos.

Pero luego, era tarde y escuché risas.

Lo sabía.

—Yo también lo pensé —responde—. Y tú y yo decidimos no decir nada. ¿Recuerdas? Dijimos que teníamos que aguantar, teníamos que hacerlo por nuestro sueño.

La banda. La pantalla iluminándonos. La promesa de que éramos más que dos chicos con esperanza en un futuro. Estábamos tan cerca, pero ellos nos pusieron en el borde de una colina.

—Sí y al final lo perdimos igual.

Juliette cierra los ojos un instante. Cuando los abre, están húmedos. No llora, no todavía, pero está a punto de hacerlo. —No fue solo eso, Skyler.

Su voz me golpea con fuerza porque sé hacia dónde va. Pero no me atrevo a detenerla.

—La última noche —continúa—. Dijiste cosas que nunca podré olvidar. Y yo también lo hice.

El recuerdo me quema. Esa noche la tengo marcada como una cicatriz que no se borra. Gritos. El sabor amargo del alcohol en mi lengua. Ella entrando en la sala antes de que yo abriera demasiado la boca frente a todos.

Y luego el derrumbe. Sutton gritando que lo había arruinado, Zuri llorando porque yo había cruzado un límite. Y Juliette, la única que se quedó hasta el final, lanzándome palabras que perforaron mi pecho más que cualquier golpe.

—No hablemos de esa noche —le digo, casi como un ruego.

—Pero existe —responde ella. Sus manos se cierran en puños sobre sus rodillas—. Nos rompimos ahí, Skyler.

Quiero acercarme pero me paraliza el miedo. No a ella, sino a lo que somos cuando nuestras memorias se mezclan. Así que lo digo de la manera más honesta que puedo. —Te juro que intenté olvidarlo. Que cada vez que pensaba en ti, quería pensar en otra cosa. En tu voz, en cómo reías en los ensayos. No en lo que gritamos esa noche.

Ella se ríe, pero es un sonido roto.

— ¿Olvidar? Yo no pude. Y lo peor… —su voz se entrecorta— lo peor es que ni siquiera cuando juré odiarte pude dejar de sentir lo que sentía.

Mi corazón se detiene. — ¿Y ahora? —pregunto, apenas un susurro.

—Ahora… —Juliette titubea—. Ahora me besaste y no sé si eso lo empeora o lo arregla.

Me inclino hacia adelante, apoyo los codos en mis rodillas. Mis manos tiemblan. —No fue un error, no es un error.

Ella se queda quieta. El sonido del reloj de pared llena el espacio. — ¿Y si sí lo fue? —pregunta finalmente.

Levanto la mirada. —Entonces voy a seguir cometiéndolo.

Juliette deja escapar una exhalación. Y por primera vez en años, no retrocede cuando me levanto del sillón y me acerco. Me siento junto a ella, y el mundo se encoge a ese espacio mínimo donde nuestras respiraciones se mezclan.

—Skyler… —su voz es apenas un hilo.

—Sé que lo arruiné todo —digo, con el corazón latiéndome en la garganta—. Con Zuri, con Sutton, contigo. Pero nunca dejé de…

Me detengo. No sé si estoy listo para terminar esa frase. “Nunca dejé de amarte” suena demasiado para este momento porque, lo que hay dentro de mí por Juliette no se puede describir.

Y no sé si ella se siente igual.

Y no sé lo que nos queda por enfrentar.

Ella ladea la cabeza, esperándome.

Y yo, cobarde como siempre, lo dejo incompleto. —Nunca dejé de pensarte.

Juliette baja la mirada. —Yo tampoco.

El silencio vuelve, pero esta vez es diferente. Nos miramos entre las sombras y la luz opaca, ella se mueve tan solo un poco y apoya su frente contra mi hombro. El contacto es tan leve que parece accidental, pero sé que no lo es.




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