JULIETTE
Nunca imaginé que el programa pudiera terminar tan rápido.
El nuestro no llegó ni a la recta final. Después del fiasco en vivo, las productoras anuncian la cancelación como si nada. Ni una despedida, ni un intento de salvarlo. Un día salimos a cámara como si todo siguiera y al siguiente, las redes anuncian que se acabó.
Como si jamás hubiera existido.
Los patrocinadores desaparecen igual de rápido. Marcas que me habían llamado semanas atrás para “oportunidades únicas” se borran del mapa como si nunca hubieran pronunciado mi nombre. Contratos que Sandy revisaba con paciencia terminan archivados. Yo debería sentirme herida, arruinada, quizá aterrada por el futuro… pero la verdad es que no me importa.
Todo lo que pasó esa noche me dejó vacía y perder trabajos es solo ruido de fondo.
Han pasado meses y no he vuelto a hablar con Skyler. Ni un mensaje, ni una llamada. A veces pienso que debería escribirle, aunque solo sea para cerrar un capítulo, pero cuando tengo el teléfono en la mano me quedo en blanco.
Y entonces lo dejo.
Él está en su mundo y yo en el mío, aunque ese mundo se me sienta extraño, como si no me perteneciera del todo.
Sandy me aconsejó que me aleje del ojo público. “Desaparece un tiempo. La gente olvida rápido. Necesitas aire, Juliette.” No discutí, ya no tenía fuerzas.
Así es como termino en otra ciudad.
La casa de mi papá está en una comunidad donde parece que el tiempo avanza distinto. Hay senderos bordeados de buganvilias, calles silenciosas, jardines que huelen a jazmín. La mayoría de sus vecinos son personas mayores que salen a regar sus plantas temprano y saludan con una calma que nunca vi en las grandes ciudades.
Aquí todo se siente más lento, más humano. Yo camino y nadie me mira dos veces. Nadie susurra mi apellido. Nadie me señala con el dedo.
Papá vive en una casita pintada de verde claro, con una enredadera que se empeña en cubrir la entrada como si quisiera tragársela. Cuando abro la puerta me llega el olor de café recién colado y algo de madera. Me recibe con una sonrisa.
—Llegaste justo a tiempo —me dice, dejando la guitarra apoyada contra el sofá.
La guitarra es como un mueble más en su sala: está siempre ahí, gastada en los bordes, con cuerdas que deberían haberse cambiado hace años. La toca aunque no tenga público, aunque nadie espere una canción.
—Vine para quedarme un rato —respondo.
Él asiente, como si lo supiera desde antes. No pregunta detalles, no quiere titulares. Solo me da un abrazo fuerte.
Los primeros días aquí me siento rara.
Acostumbrada al ruido, al constante calendario, al maquillaje y a las luces, ahora me despierto con el canto de pájaros y el sonido de un aspersor que gira en el jardín del vecino. Paso horas sentada en el porche, mirando a las hormigas cargar migas más grandes que ellas.
Nadie me exige sonreír. Nadie me pide ser perfecta. Papá me deja espacio, como si entendiera que necesito tiempo antes de volver a hablar.
Hoy, sin embargo, decido que es momento de hacerlo. Salimos juntos al después del almuerzo. Él lleva una taza de té en la mano, yo un vaso de agua con hielo que se derrite rápido bajo el sol. Nos sentamos en un par de sillas de mimbre en el patio. El aire huele a tierra húmeda y a hierbas que no reconozco.
Por un rato solo escuchamos los insectos. Papá mira el horizonte como si ahí hubiera una pantalla que yo no alcanzo a ver.
Y entonces suelto lo que llevo atorado desde que llegué: —Mamá engañó a todo el mundo, ¿sabes? —Mi voz tiembla más de lo que quiero. —A mí, a ti, a todos.
Papá da un sorbo a su té y después dice: —Tu madre siempre tuvo su propio modo de perderse y su propio modo de arrastrar a los demás con ella.
Trago saliva. No esperaba que dijera algo muy personal, pero tampoco esperaba esa calma.
—Yo me sentí tan tonta… —respiro hondo—. Y con la banda fue igual. Sutton diciendo lo que dijo, Zuri mirándome como si yo fuera culpable de todo. ¿Sabes qué es lo peor? Que en parte tienen razón. Yo sí fui egoísta.
Papá gira la taza entre sus manos.
—Tenías diecisiete años, Juliette. Diecisiete. ¿Qué esperan que hicieras? —Niega con la cabeza—. Esa banda no se rompió solo por ti. Todos tenían algo de culpa. Zuri engañó a su novio, Sutton los envidiaba sin parar, Skyler hizo lo que hizo. A veces es más fácil señalar a alguien que mirarse en el espejo.
El nudo en mi garganta se aprieta. Quiero creerle, pero la culpa se aferra como una segunda piel.
—¿Y tu carrera? —le pregunto de pronto, buscando aire—. Siempre escuché que eras un hombre de un solo éxito, ¿Te duele?
Papá suelta una risa suave.
—Claro que duele. Al principio, mucho. Pensaba que nunca volvería a sentirme vivo sin otro éxito. Luego entendí que la canción no me definía. Fue un destello. Y con eso bastó para dejar huella. —Me mira, serio pero tierno—. A veces, una sola chispa ilumina más que mil intentos fallidos.
Lo observo, tratando de imaginarlo joven, con multitudes cantando su letra. El eco de ese recuerdo todavía vive en él, aunque ahora solo lo acompañen pájaros y un par de vecinos curiosos.
Y entonces, inevitablemente, pienso en Skyler. —Skyler siempre escuchaba todas tus canciones, realmente era tu admirador.
—Skyler era buen chico. Siempre me cayó bien. Tenía problemas, sí, pero también tenía un buen corazón. —Suspira—. Lo que pasó entre ustedes… eso es de ustedes. No me corresponde juzgarlo.
—Pero él y yo… lo arruinamos todo.
Papá me mira de frente. —Hija, nada se arruina del todo. A veces solo cambia de forma. Lo que tuvieron puede transformarse en algo más, o puede quedarse como una herida que te enseñe. No tienes que decidir ahora.
—Él ya decidió —murmuro—. Ni siquiera me ha llamado o nada, todo se ha repetido.
Papá sonríe. —El silencio también habla. A veces es un grito, a veces un refugio.
Nos quedamos callados. Yo miro mis manos, él mira el cielo. Los insectos siguen su concierto invisible.
#2521 en Novela romántica
#691 en Novela contemporánea
enemies to lovers, relacion falsa, segundas oportunidades drama
Editado: 14.10.2025