Antes De Odiarnos

40: PASADO

SKYLER Y JULIETTE A LOS DIECISEIS AÑOS

JULIETTE:

El humo me arde en la garganta apenas entro a la cochera de Skyler.

No hay ventanas abiertas, apenas una lámpara amarilla en la esquina. Él está recostado contra la pared, con el cigarro entre los dedos, la mirada perdida en un punto que no alcanzo a seguir.

— ¿Desde cuándo fumas? —pregunto, cerrando la puerta tras de mí. Mi voz suena más enojada de lo que planeaba.

Skyler se encoge de hombros, como si no fuera importante. —Desde hace poco. No es para tanto, Juliette.

—Sí lo es —insisto, dando un paso hacia él—. No eres así.

Me clava los ojos, oscuros, cansados. Ya no se parecen al chico que conocí cuando éramos niños, al que me pasaba notas tontas en el salón. Ahora parecen llenos de algo que no entiendo.

— ¿Y qué sabes tú de cómo soy? —Responde con un tono duro—. Tal vez este soy yo de verdad.

No me muevo. Quiero decirle que no, que no le creo, que él es mejor que esto. Pero el humo me distrae, me aprieta el pecho. —Te estás perdiendo, Skyler —digo al fin, con voz más baja.

Él se ríe sin humor, apagando el cigarro contra una lata vacía. — ¿Perdiéndome? Ya estoy perdido, Juliette. ¿O no te diste cuenta todavía?

Siento un nudo en la garganta. Él sabe que yo sé. Ambos sabemos lo que está pasando entre mi madre y su padrastro. Nadie lo dice en voz alta, pero está ahí, como un veneno.

—No tienes que arruinarte por lo que ellos hacen —le digo, apretando los puños—. No tienes que ser como él.

Skyler me observa en silencio y por un instante creo ver un destello de dolor en su expresión. Pero lo borra enseguida con una sonrisa sarcástica. —Tranquila, no soy como él —dice—. Yo no me escondo.

Se inclina hacia mí y en ese instante noto la forma en que Zuri lo mira desde la esquina, fingiendo revisar su teléfono. Ella también está aquí, apoyada contra la mesa, con la chaqueta de Sutton colgándole en los hombros. Pero sus ojos están puestos en Skyler, como si todo lo demás sobrara.

La rabia me sube de golpe. — ¿Qué estás haciendo con ella?

— ¿Qué? —Skyler arquea una ceja, divertido—. Solo hablamos.

—No es cierto —respondo, con la voz temblándome—. Te vi. Le coqueteas cuando Sutton no está.

— ¿Y qué importa? —dice Skyler, más frío que nunca—. A nadie le importa lo que yo haga.

—A mí sí me importa —digo, casi gritando.

Por un segundo sus facciones se suavizan. Me observa como si no esperara escuchar eso de mis labios. Pero enseguida se aparta, pasa una mano por su cabello y suelta una carcajada amarga.

—Pues no deberías, Jules. No deberías.

Me acerco un paso más, intentando alcanzarlo, como si pudiera sacarlo de ese pozo en el que él mismo se metió. —Eres mi mejor amigo. No voy a dejar que te destruyas.

Él suspira. —Eres la única que me queda —murmura, casi inaudible.

Mis labios se abren, pero no sé qué responder. Y entonces Zuri tose suavemente, recordándonos que está ahí, que no estamos solos. El momento se quiebra.

Skyler se aleja de mí, busca otro cigarro y enciende la chispa con manos temblorosas. —Olvídalo, Juliette. No necesito que me salves.

Cuando el ensayo termina, las luces se apagan y solo queda la penumbra iluminada por un par de lámparas viejas.

Skyler guarda su guitarra en silencio. Ni siquiera me mira. Se pasa la mano por el cabello y lo sacude.

— ¿En serio? —le digo—. ¿Así vas a seguir tratándome?

Él se detiene un segundo, gira apenas la cabeza. Sus ojos brillan con algo que no sé si es cansancio o enojo.

— ¿Y cómo quieres que te trate, Juliette? —Su tono es frío, como si de repente hubiera puesto un muro de hielo entre los dos—. ¿Como si todo estuviera bien?

—No, pero tampoco como si yo no existiera.

Él suspira, se apoya en el amplificador y prende otro cigarro. El humo me da directo en la cara y tengo que apartarme.

—No entiendes nada —dice al exhalar.

—Claro que entiendo. Te estás destruyendo, Skyler y no puedo hacer nada porque no me dejas.

Su mandíbula se tensa. — ¿Y qué quieres que haga? —me responde—. ¿Qué sonría? ¿Que actúe como si no supiera lo que está pasando en nuestras casas? ¿Como si mi padrastro y tu madre no están haciendo eso?

—Yo también estoy rota por eso, ¿sabes? —Mi voz se quiebra sin permiso—. Pero al menos intento no perderme. Tú… tú ya ni siquiera eres tú.

Él deja caer el cigarro a medio terminar y lo aplasta con la suela. Por primera vez en semanas me mira de frente y es como si una grieta se abriera en su fachada. —No quiero perderte a ti también —su voz se vuelve más baja, casi un susurro—. Pero no sé cómo no sentirme así. Quiero decirlo, quiero que mamá lo sepa pero si eso ocurre… todo termina, ¿no? ¿Cómo podré estar en la banda con la hija de la amante de mi padre… padrastro?

Las palabras me atraviesan. Me acerco un poco, con miedo de que retroceda, pero no lo hace. —Pues entonces apóyate en mí —le digo—. Aunque sea para intentar encontrar una forma.

El silencio que sigue pesa, pero ya no es hostil. Sus hombros se hunden y por un momento, veo al Skyler que conocía: el que se reía demasiado fuerte, el que siempre buscaba excusas para estar conmigo.

Me muerdo el labio para no llorar. Él se pasa una mano por la cara y murmura: —No quiero que me veas así.

No sé quién se mueve primero, pero terminamos sentados en el suelo, respirando en sincronía. Vulnerables. Exhaustos. Como si aún tuviéramos una oportunidad de no soltarnos.

Después deja escapar un suspiro y cuando vuelve a hablar su voz suena casi rota. —Tú eres la única razón que me queda.

. Quiero acercarme más, decir algo que lo saque de ese pozo, pero sé que si lo empujo demasiado se va a cerrar. Así que solo muevo mi mano unos centímetros en el suelo hasta que la suya queda al alcance. No lo toco, solo dejo que note la distancia corta entre nuestros dedos.

Él lo entiende. Sus dedos tiemblan antes de avanzar un poco, sin llegar a tocarme del todo tampoco.




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