Antes De Odiarnos

41: LO SÉ

SKYLER

Tomo mi teléfono y entro al mundo dominado por Juliette en este momento: las redes sociales. La amen o la odien, están hablando de ella.

Veo un video de un programa, incapaz de apartar la vista. La presentadora habla ahora del título del álbum, uno que me golpea como un recordatorio: ¿Es este el final?

Claro que lo es, pienso. O por lo menos debería serlo. Pero algo en mí no lo cree del todo.

La lista de canciones aparece en pantalla, una por una, con la tipografía elegante que Juliette siempre ha usado para sus proyectos.

Leo el nombre de la primera canción: ¿ES ESTE EL FINAL?
La frase resuena en mi cabeza. No solo como un título, sino como una pregunta que no dejo de hacerme desde hace meses. Quizá ella también se la hizo, quizá cada noche, igual que yo.

El segundo título aparece en la pantalla: LAS CUERDAS DE MI GUITARRA.
Trago saliva. Mi pecho se aprieta. Pienso en las veces que tocábamos juntos en mi casa o en la suya, cuando todavía podíamos estar en la misma habitación sin que todo se rompiera. Pienso en sus dedos, en cómo siempre los cuidaba como si fueran frágiles.

El tercero me duele más: ¿QUÉ NOS PASÓ?
Eso mismo me he preguntado todas las noches desde el día de la entrevista. La escena se repite como un eco. Las cámaras, las luces, las preguntas. Su mirada cuando explotó. La mía cuando no supe defenderla.
La gente cree que fue un colapso en vivo. Pero para nosotros fue un punto de quiebre.

Mi madre entra y se detiene un momento detrás del sofá para ver lo que yo, no sé qué rostro tengo que le ha llamado la atención.

Mi madre habla, con esa suavidad que solo ella tiene. —Todas esas canciones son parte de su duelo, Skyler. Así como tú tienes el tuyo.

—Sí, pero ella lo convierte en música. Yo solo me quedo aquí, pensando —respondo, con un poco de amargura.

El cuarto título aparece: LA CHICA BAJO LOS REFLECTORES.
Me quedo callado. Juliette siempre fue eso: la chica que todos miraban, la que parecía no poder equivocarse. Pero yo la vi llorar en silencio. La vi romperse cuando nadie más estaba. La canción, aunque no la escucho, ya me dice todo: esa era su forma de gritarle al mundo que estaba cansada.

—Siempre dije que la fama era como un foco encendido todo el tiempo —comenta mi madre, con una mirada perdida en la ventana—. Calienta, pero también quema.

—Y yo la dejé sola ahí —murmuro.

El siguiente título me hace reír sin humor: ELLOS DICEN.
Recuerdo los titulares después del escándalo, la forma en que nos convirtieron en tendencia, en broma, en chisme de pasillo. “Ellos dicen”, como si el mundo entero supiera quiénes éramos.

El sexto es un golpe más directo: LA VERDAD.
Me muerdo la lengua. Cuántas veces quise decirle que sí la quería, que sí me dolía verla coquetear con otros, que sí me ponía celoso. Pero nunca dije nada hasta que fue demasiado tarde y todo salió de la peor forma.

Luego leo: ¿PUEDO LLAMARTE?
Siento un nudo en la garganta. Esa canción parece escrita desde mi propia cabeza.
¿Podría llamarla? ¿Contarle que estoy en casa de mi madre, que estoy tratando de poner mi vida en orden? ¿Podría decirle que aún pienso en ella cada vez que tomo la guitarra?

Mi madre me observa. —Pareces querer ir a buscarla —dice.

—No lo sé —confieso—. Parte de mí quiere subirse a un avión y tocar su puerta. La otra parte piensa que sería egoísta de mi parte. Que ella merece paz.

Ella asiente. —A veces buscar a alguien no es para pedirles que vuelvan. A veces es para decirles que fue real.

Guardo silencio un rato. El aire en la sala huele a té de manzanilla y a madera vieja. Miro por la ventana: el cielo se ha teñido de un azul profundo, como si la noche también escuchara todo lo que estoy pensando.

—Mamá… —empiezo— ¿tú perdonaste a papá?

Ella sonríe con cierta nostalgia. —Sí, aunque me tomó años. Perdonar no fue para él. Fue para mí. Para poder seguir adelante sin quedarme atrapada en el mismo día.

Asiento, entendiendo de golpe lo que me quiere decir. Perdonar a Juliette no es para que ella vuelva. Es para que yo deje de cargar con el peso de todo lo que hicimos mal.

Respiro hondo. La pantalla sigue mostrando clips de la conferencia de prensa donde Juliette habla de su álbum, sonríe, parece tranquila. No sé si es verdad, pero quiero creer que sí.

—Tal vez debería escuchar las canciones —digo al fin.

—Hazlo cuando estés listo —responde mi madre—. Y si alguna te duele demasiado, recuerda que es solo una canción. No tiene que ser tu final.

Me levanto del sillón y tomo la taza de té, ya tibia. Miro de nuevo la pantalla. Diez canciones, diez formas de volver a sentir todo. Tal vez sea hora de enfrentar ese dolor en lugar de esconderlo.

Salgo al porche. La noche es fresca, respiro el aire sintiendo que el mundo se ha vuelto un poco más grande que mi dolor. Por primera vez en meses, me permito imaginar que quizá, algún día, pueda volver a tocar una guitarra sin que su nombre me atraviese el pecho.

La casa está en silencio cuando me quedo solo. Mi mamá se fue a dormir hace rato y la televisión ahora es solo una luz azul reflejada en la pared. Tengo el celular en la mano y entro a la aplicación de música como si fuera un acto reflejo. Ahí está: “Juliette Berry – Nuevo Álbum”.

Diez canciones. Diez maneras en las que ella decidió contar nuestra historia al mundo.

Respiro hondo, como si fuera a lanzarme a una piscina helada, y pongo la primera canción.

¿ES ESTE EL FINAL?

La guitarra es suave, casi un susurro. La escucho cantar “todos dicen que si no termina bien no es el final” y siento como si me clavara algo en el pecho. Recuerdo la última vez que la vi, la manera en que sus manos temblaban cuando cerró la puerta. No terminó bien. No terminó de ninguna forma. Me quedé parado ahí, como un idiota, esperando que ella regresara. Y ahora me está diciendo que no luche más, que espere. Que algún día voy a sonreír de nuevo.




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