Antes De Odiarnos

42: AQUÍ ESTAMOS

JULIETTE

Mis manos están frías, a pesar de que la sala está llena de luces y el calor de los equipos técnicos me roza la piel.

Escucho el murmullo del público del otro lado del telón, ese sonido que solía llenarme de adrenalina y que ahora solo me hace sentir más pequeña.

Es un lugar mucho más reducido de lo que solía tener. Un teatro, con un escenario modesto y sillas, pero a mí me parece un universo entero que me observa.

Sandy me ajusta el micrófono, dándome indicaciones que apenas escucho. Solo oigo el pulso en mis oídos, como si tuviera el corazón ahí dentro.

—Va a estar bien —me dice, con su tono práctico de siempre—. Esta es tu gente, Juliette. Vinieron por ti.

Mi teléfono vibra con un mensaje. Mi corazón salta, como siempre, pensando que estará el nombre de ese chico pero no, es Milo. Me desea suerte y me dice que tenemos que vernos pronto.

Le respondo con una cara feliz y le entrego el teléfono a Sandy, resignada que esa llamada, ese mensaje, no va a llegar.

Por eso escribí esa canción…

Sandy deja mi teléfono sobre una mesa mientras terminan de ajustar lo último de mi vestuario y el micrófono, pantalla boca abajo. Cada pocos segundos quiero voltearlo, abrir la lista de contactos, buscar su nombre. Skyler. La tentación de escribirle algo, cualquier cosa, es como un peso en el pecho.

“¿Puedes venir?”

“¿Puedes verme cantar?”

“Por favor dime que estás aquí.”

Pero no lo hago. No hoy.

Tampoco lo haré.

—Cinco minutos —anuncia alguien desde el pasillo.

Miro mi reflejo en el espejo: el delineado en mis ojos está perfecto, el cabello en ondas suaves, la ropa elegante pero sencilla. Parezco una versión pulida de mí misma.

Pero mis ojos delatan lo que siento, miedo.

Camino de un lado a otro en el pequeño camerino. Me repito que este es mi regreso, mi oportunidad de tomar el control de la narrativa, de dejar que las canciones hablen por mí. Pero la parte más tonta de mí solo piensa: ¿Y si él estuviera en la primera fila? ¿Y si me viera cantar esto?

Alguien toca la puerta. —Es hora.

Trago saliva. Mis piernas se sienten como de papel cuando sigo al asistente por el pasillo. Cuando las luces se apagan, el aire se vuelve más denso. Camino hasta el centro del escenario y tomo mi lugar. Puedo sentir el calor de los reflectores incluso antes de que se enciendan.

“Respira” me repito. “Solo respira.”

El telón se abre.

El aplauso es inmediato, cálido, pero no tan ensordecedor como solía ser en los festivales, en las arenas llenas. Esto es como en mis inicios. Veo rostros difusos en la penumbra, teléfonos levantados, sonrisas.

Y entonces empiezo a buscarlo.

Mis ojos recorren las primeras filas. Reconozco a un par de fans de siempre, a gente que me ha seguido desde hace años. Pero no lo encuentro. Ni en la primera fila, ni en la tercera, ni entre los que se levantan para aplaudir.

Cierro los dedos alrededor del micrófono, tratando de que el temblor no se note.

—Gracias por estar aquí —digo, mi voz sonando más frágil de lo que quería—. Esta noche voy a cantarles algo que he estado guardando por mucho tiempo.

El público aplaude. Yo respiro y dejo que el primer acorde suene.

Cuando empiezo a cantar ¿Es este el final?, siento que las palabras me raspan la garganta. Cada nota es un recordatorio de él, de nosotros, de todo lo que quemamos. La canción habla de esperar, de sonreír de nuevo, de que no todo termina aquí.

Pero mientras miro el mar de rostros anónimos, lo único que siento es la ausencia.

Y aunque ya debí de haberlo superado, me rompe saber que él no está aquí.

No vino.

Sigo cantando. Sonrío cuando la gente aplaude. Me muevo por el escenario como si lo hubiera ensayado cien veces, aunque por dentro me estoy desmoronando.

Cuando termina la primera canción, las luces me ciegan un poco y cierro los ojos. Por un instante me permito imaginar que sí está aquí, que me está escuchando, que su mirada se encuentra con la mía.

Pero cuando los abro, lo único que tengo es el público y el eco de mis propias palabras.

¿ES ESTE EL FINAL?

“Todos dicen que todo estará bien, todos dicen que si no termina bien no es el final y te lo dicen mientras te hundes. Pero no luches más, aun si duele, un día podrás sonreír de nuevo. Solo espera, espera, espera. Este no es el final”

Luego sigo con otra:

LAS CUERDAS DE MI GUITARRA

“Ellas recuerdan tus dedos a las siete de la mañana, recuerdan tu sonrisa a medianoche, tus lagrimas cayendo y tus promesas que susurrabas por las tardes. Las cuerdas de mi guitarra solo quieren volver a sentirte”

Y otra:

¿QUÉ NOS PASÓ?

“Todas esas noches pidiendo deseos, todas esas madrugadas hablando sin parar, todos esos secretos que sellamos. Cada día, cada noche, cada latido de mi corazón. Si éramos tan perfectos juntos no entiendo, ¿Qué nos pasó?”

Me quedo quieta en medio del escenario, el corazón golpeándome tan fuerte que creo que el micrófono podría captarlo. La luz me ciega y aun así miro hacia el público, buscando algo, buscando a alguien, que no voy a encontrar.

—Esta es otra de las nuevas —aclaro la garganta—. Espero les guste.

LA VERDAD

“No mentiré más, éramos tan jóvenes y tan ilusos. No podía decir la verdad, no podía decir cuánto quería tus labios contra los míos. No podía decir la verdad de mis celos, de mis inseguridades. Eras el sol en mi universo, eras más que solo un amigo pero no puedo decir la verdad, ahora ya no importa más”




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