Lunes 20 de abril.
Todo lunes es igual: bañarme con agua fría temprano, cambiarme usando el mismo uniforme de camisa blanca y pantalón azul rey, adornado con mi suéter color rojo, y desayunar mientras miro la televisión. Pero hoy me sucede algo peculiar, sin saber por qué me duele respirar, tomar aire me hace sentir punzadas en el pecho que complican ingerir oxígeno libremente.
Desde temprano los mensajes son comunes para nosotros. Siempre con un pudor presente entre mensajes, como si escondiésemos algo. Un miedo me recorre el cuerpo al tener la idea de decirle lo que siento por ella, debido a la inseguridad que me persigue desde años atrás.
Tenemos conversaciones al despertar, entre clases, recesos, salidas de la escuela, cuando comemos y antes de dormir. Está todo mi día sin necesidad de manifestarse físicamente, basta con sencillos textos repetitivos y constantes. Entre tanto mensaje, tantas preguntas, mencionamos el reto. Por momentos siento que se retracta, como si ya no quisiera hacerlo. Una pesadilla se hace realidad. Ella aún se sonroja, yo sigo imaginándola cada vez más seguido, mis oídos escuchando las mismas canciones románticas que poseen un sentido distinto, el reloj girando y los colores a mi alrededor brillan. Es una bella rutina, aún con mi dolor al respirar.
Así llegamos hasta el 22 de abril del 2015. Un día que comenzó como cualquiera, a excepción de los dolores que parecen punzadas dolorosas en mis pulmones, como si hubiera respirado un montón de agujas. No se lo he dicho a mamá, no quiero preocuparla por nada, seguramente esto se irá tal como llegó. Aparte de respirar me cuesta hablar, duele, la garganta me molesta cuando intento de articular palabras. Por eso es tan bueno hablar con ella, no necesito usar mis cuerdas vocales para seguir conversando con Alicia.
Llego a clases, matemáticas a primera hora, problemas fáciles que resuelvo antes que todos, no por presumir inteligencia o querer demostrar algo, sino por el simple hecho de terminar rápido para contestar el mensaje que ha llegado mientras resolvía el problema. Pasaron las clases, en toda clase terminaba trabajos y tareas para contestar. Es un soleado día de abril. Durante la clase de educación física no quise jugar fútbol, así que me quedé sentado en las gradas con mi teléfono. Salí de la escuela, llegué a casa a comer, luego me recosté en la cama lo cual siempre hago. Hoy Alicia ha creado un chat en el que incluyó a dos amigas de su antigua escuela, con las que ocasionalmente habla. Las cuales supongo deben estar igual de locas que ella, aunque un poco más extrovertidas y directas.
Durante las conversaciones a las tres con cuarenta de la tarde, una de ellas dice saber del reto y que Alicia quiere hacerlo. Me toma por sorpresa. Dicen que no para de hablar de mí. Son confesiones que provocan a mi corazón, el cual salta de mi pecho, mientras conservo una enorme sonrisa. Entre tanto, han expulsado a Alicia del grupo para ser aún más honestas. Enviaron las conversaciones que tenían con Alicia, donde me menciona, pero, más que eso confiesa que le gusto. Leo todos esos mensajes mientras compro víveres en el supermercado con mi mamá, tengo que guardar el celular para cargar las bolsas y tengo la mente tan distraída de mi alrededor que pierdo a mi madre por unos momentos.
Camino hasta la casa, acomodo las cosas y me apresuro a seguir leyendo, mientras fallan mis conatos por hablar con Alicia, ya que de desconectó hace horas y no quiere responder mis mensajes. La emoción me estremece, mi respiración se agita y la noche cae. Son las nueve cuando ella finalmente responde.
Alicia: Ehh… Adiós.
Leonardo: No te vayas, por favor.
Alicia: Pues… ¡Sí! ¡Adiós!
Leonardo: Espera, ¿de verdad?
Alicia: ¡Qué sí!
Leonardo: ¿Desde cuándo? ¿Te digo algo?
Alicia: Desde niños. Dime.
Leonardo: Tú también me gustas…
Alicia: ¿Es en serio?
Leonardo: Es en serio y al verte después de tanto tiempo me gustaste más.
Alicia: Espera, ¿desde cuándo te gusto?
Leonardo: Diría que, desde niños, por eso nunca te olvidé.
Es cierto, nunca la olvidé en todo el tiempo que estuvimos ausentes el uno del otro, siempre la busqué en redes sociales sin éxito, al punto de darme por vencido en seguir con conatos de encontrarla. Tenía alrededor de diez años cuando perdí el juguete que me obsequió la última vez que la vi y aunque pasé días buscando jamás lo encontré. Me sentía culpable, triste, no sabía qué hacer, era como si aquello fuese un vínculo entre ambos y al perderlo había perdido su amistad. Al encontrarla en Facebook hace tiempo me sentí eufórico, sin saber qué decirle traté de tener conversaciones que llamaran su atención, aún con el miedo de que ella no fuese la misma niña que me gustaba tanto.