Apnea

Parte II: Matices de primavera (4)

Viernes 24 abril.

El día inicia como de costumbre, una ducha para despertar con el jabón de menta, cambiarme usando mi suéter preferido, colocarme la colonia con toques cítricos y beber café con leche durante el desayuno.

La conversación con Alicia no es tan habitual, lo que modifica el ritmo a mi mañana, ella no ha despertado bien. Le duele la cabeza, algo que ella denomina “normal”, son mareos que van y regresan con el previo aviso de un flasheo. Desde que es niña le ocurren, por lo que justifica que no es nada importante, probablemente sea porque tiene problemas con el insomnio. No lo sé, me preocupa. La condición es peligrosa y preocupante ya que no lo ha comentado con nadie más, aparte de mí.

El reloj plateado de mi muñeca continúa girando en el transcurso de la mañana. Tengo en mente la salud de ella, no consigo sacarla de mi cabeza aún cuando me dice que se le va pasando. Entre clases aburridas, llega la junta para finalmente decidir la controversia de la playera de generación debido a que todos tienen ideas y opiniones diferentes combinadas con actitudes inflexibles. Mentes cuadradas. No compraré la playera, no tiene caso usar una prenda con el nombre de todos en mi grupo, los cuales a la mayoría puede que no vuelva a ver. La reunión es de padres de familia, mi mamá llega temprano y cuando se llena el salón, los alumnos salimos para no influenciar las decisiones. Camino por la escuela entre salones, bajo las escaleras hasta las jardineras de primer grado donde encuentro a un par de amigas que conocí hace muy poco, pero que en serio son simpáticas. Llego a platicar con ellas mientras espero a que termine la junta. Pasa alrededor de cuarenta minutos.

—¡Leonardo! ¡Ya acabó la junta! —grita un amigo desde la cafetería.

Me despido de mis agradables amigas de primer año y corro hasta mi salón para ver qué fue lo que se decidió. Al llegar me dicen que no habrá playera de generación, todo por culpa de la opinión de mi madre que justificó abordando los gastos que todos tendrán cuando entremos a la preparatoria. ¡Esa es mi mamá!

Las clases continúan hasta la una con dieciocho. Regreso a casa escuchando mis canciones y admirando el paisaje a mi alrededor. Es fantástico ver tantos árboles por aquí. Llego a casa y la tarde es prácticamente normal, sólo hasta el momento en el que Alicia me dice que se bañará y un pensamiento indecente llega repentino, no comento, imagino. Los mensajes vienen y van toda la tarde.

Alicia: Sabes que tengo pésima memoria y eso me hace ser mala persona.

Leonardo: No lo eres, ¿qué tiene qué ver la memoria con ser bueno o malo?

Alicia: Te olvidas de las personas, de sus problemas, de lo que sientes por ellas y cuando recuerdas es demasiado tarde. ¿Si alguien te olvida crees que puede ser buena?

Leonardo: Tiene sentido, pero aún así, te conozco desde el cabello hasta la punta de los pies y aseguro que no eres mala. Tu memoria sólo no es tu mejor cualidad, pero tienes tantas otras que me tienes enamorado de ti.

Mi comentario consigue tener efecto en su opinión y agrega sentirse alegra y protegida cuando habla conmigo. ¿No es curioso que pueda sentirse así con un mensaje?

La tarde se extingue ante mis ojos y el sol desaparece en los cerros, cuando la luna espléndida brilla entre nubes. Y justo antes de que pernoctemos en nuestras camas, ella me envía un último mensaje parecido a un poema.

Alicia: Te quiero, aunque decirlo esté de más. Yo te quiero.

El mundo está al revés y yo te quiero.

Quererte me hace ser alguien mejor.

Te quiero a veces más de lo que puedo.

 Te quiero, aunque a veces cause dolor. Yo te quiero.

 No voy a rebuscar en la academia, palabras para ver quién me las premia.

Si este mundo cabe en dos palabras: te quiero.

Es una maravilla sentirse querido por una persona especial en tu vida. Pocas veces existe la dicha de que le gustemos a quien nos guste y que nos quiera a quien queremos. Entre suspiros y despedidas ella se duerme. Un suspiro y a soñar.

 

 

 



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 29.12.2019

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