Miércoles 27 de mayo.
La mañana inicia tranquila y sin emociones fuertes, tengo una pequeña charla con Alicia antes de ir a la escuela y soportar la terrible abstinencia de sus mensajes. Caminando a la escuela siempre escucho al trovador, camino lento escogiendo las calles menos transitadas para poder tararear a gusto. Elijo un viejo camino, desolado, con casas cerradas, que termina en un barranco a un área de pura maleza por donde cruza un río, pero al dar la vuelta en una esquina se llega a mi escuela. Así hago todos los días. Entro junto a todo el montón de estudiantes de mi secundaria, no soy distinto, un alumno más saludando a algunos maestros que veo en la entrada y voy hasta mi aula con mis amigos que se reúnen en una esquina del salón o en la mesa del profesor. Platicamos, sin decir algo al respecto de Alicia, para mí siempre es mejor guardarse los comentarios que divulgarlos como otras personas lo hacen sin necesidad de pedírselos. Por más que sean mis mejores amigos, no saben mucho de mí, de mi relación y supongo que es lo mejor.
Las clases son fáciles, los exámenes simples y las tareas sólo deberes tediosos que hay que cumplir. Es sencillo ir a la escuela. Platico con la amiga que siempre se sienta detrás de mí y con frecuencia algún maestro me regaña por distraerla de la clase, pero siempre les respondo que no hay problema, le puedo explicar la clase en cinco minutos, soy el compañero que explica mejor la clase que el mismo profesor. Durante el receso converso con Miranda, que es bastante agradable, y aunque sepa de Alicia no le digo más de lo necesario con respecto a ella, porque al final el amor es de dos. Aunque, cuando no hablo con Miranda, voy con un grupo de niñas de primer grado, extrañamente les agrado, por lo que voy a sentarme junto a ellas para desayunar, parecen personas populares y muy sociables que no tienen por qué hacerme caso, pero lo hace y se siente grandioso. Estoy rodeado de cuatro lindas niñas de primer grado mientras que en mi mente la imagen de Alicia da vueltas.
—Oye, ¿tienes novia? —preguntó una de ellas que usa lentes color rosa.
—¡Sí tengo! —respondo con una grata sonrisa.
—¡¿De verdad?! —trata de Leslie, una chica de cabello negro obscuro y muy rizado.
—Sí, de verdad. ¿Por qué te sorprende?
—Es que no parece, además que no te hemos escuchado hablar de ella.
—Cierto, ¡háblanos sobre ella! —exclama Isabel.
—Pues…—guardo un momento de silencio para pensar mejor lo que les diré: —Es única. Comenzó siendo mi mejor amiga, y fue entrando a mi corazón de forma desapercibida, cuando me di cuenta ya era tarde y se había convertido en alguien importante para mí.
—¡Qué lindo! —dice Leslie emocionada.
—Lo es, aunque tenga un defecto.
—¡¿Cuál?! — preguntó Leslie.
—El no estar aquí.
—Siempre hay algo que dificulta toda la relación, lo que importa es superarlo —comentó Melisa.
—Tienes tanta razón.
Es la primera ocasión en la que hablo de Alicia y me han brindado un consejo que el tiempo no podrá borrar.
Después de clases, caminé por la calle principal, pasando por el parque y viendo como las flores de los cerezos caen acumulándose en las bancas de color verde mientras experimento de a poco el calor del sol que cada día se vuelve un poco más caluroso.
Al llegar a casa me recibe mi hermano mientras mi madre habla desde la cocina. Dejo mis cosas en una pequeña mesa cerca del televisor, y antes de hacer cualquier movimiento mi teléfono suena con aquel hermoso tono que identifica a Gabriela. Un mensaje después de clases es lo que le da color a mis días. Este día está más contenta que de costumbre, ya que hace un par de días la cambiaron a otro salón debido a que en el anterior era ignorada por todos, quién sabe por qué, y hoy me comenta que ha hecho nuevos amigos en su escuela, lo que me alegra demasiado. Pero existe un miedo dentro de mi corazón, en lo más profundo de él llega la sensación de un pensamiento furtivo de mi cerebro que no para de analizar lo que tiene de frente: Alicia está dejando de necesitarme.
Después de aquel día todo lo demás ha sido demostración que algo está cambiando en ella. Tal vez en nosotros y mientras me aferro al pasado perfecto donde nos enamoramos, trato de convencerme de que sólo son ilusiones, que en realidad sigue siendo la misma chica que besé una tarde de mayo. Dejo de convencerme al enviarle alguna frase romántica como la que he enviado semanas atrás pero que ella ignora, en lugar de responderme con cursilerías. Se me ocurre repentinamente enviar una cadena para que responda algo lindo, pero ya no llega a mis expectativas. Estoy hablando con una Alicia diferente de la que me enamoré. Chantajes tras chantajes, malentendidos tras malentendidos y peleas que me dejan en el patético papel de disculparme y disimulando que todo se encuentra de maravilla. Pláticas que duran menos cada día de la semana. Cuando ella se porta cortante, evito usar fuego con fuego, por lo que me muestro cariñoso y comprensivo, pensando en la posibilidad de cambios hormonales o problemas que no quiera externar por lo que debo esperar a que las aguas se calmen como lo han hecho y así le digo mil cosas lindas, sólo para terminar entre conflictos lastimeros.