Viernes 3 de julio.
Despierto desde muy temprano, la costumbre de levantarse de madrugada se queda en mi vida aun cuando no hay con quién hablar a estas horas. Los nervios me consumen, por fin es hora de acabar con la secundaria.
Me doy una ducha a las cinco de la mañana, salgo con un leve aroma a azufre, me lavo los dientes y voy hacia el cuarto. Mi uniforme formal para la última vez que pisaré escuela. Esta vez, salgo por la puerta con la cabeza llena de mis embusterías, actuaciones y pensamientos rotos. Camino rumbo a la escuela viendo a mis alrededores y los colores de los árboles han ido decayendo desde el abril donde tomaron intensidad. Me adelanto a la graduación, mi familia llegará después, cuando todo esté acomodado y listo para la entrega de documentos. Al entrar a mi salón no existe la atmósfera de tristeza que se espera al terminar una etapa, sino un ánimo debido a la mayoría va a entrar en la misma preparatoria. Después de ver a mis amigos, voy al salón de Miranda a verla.
—¡Buenos días! ¿Listas para graduarse?
—¡No! —responde una amiga de Miranda mientras se acomoda la falda.
—Aún faltan algunos minutos para dejar la escuela.
Poco tiempo después entra Marisol con el cabello tan arreglado que no logro deducir cómo se hizo tal peinado.
—¡Hola! —saluda para darme un beso en la mejilla.
—¡Hola! Te ves muy bien.
—Gracias, niño.
La ceremonia comienza. Y antes de que nos acomodásemos en las sillas correspondientes, voy a mi salón a hablar con un chico con el que tuvimos diferencias desde segundo, es un buen tipo, no quiero que queden problemas entre nosotros. Después de disculparme y hacer las paces con él me siento un poco mejor, ya no tengo la tensión de tenerlo cerca.
Todos los alumnos nos sentamos en la plaza cívica. Estoy junto a mis amigos. En breve otorgarán diplomas a los mejores promedios por grupo, tengo una ligera fe en que se trate de mí, pero mi desempeño en segundo grado no es de admirarse, así que ese error puede costarme el mejor lugar del salón. Pasa alumno tras alumno hasta llegar a mi grupo y darme cuenta que no fui el mejor en cuestión del promedio general, me desanima un poco, esperaba alcanzar el primer lugar, pero no es algo que pueda cambiar, ya tendré la preparatoria para estudiar más.
Los nombres pasaron, dieron papeles, fotos aquí y allá, la ceremonia fue muy sencilla. Finalmente acabó en un par de horas.
—No vayan a pensar mal de mí, pero… ¡Los quiero amigos! —le digo a mi grupito que hacía desastre en clases y sacábamos de quicio a cualquier maestro durante la estancia aquí.
¡Secundaria terminada!
Antes de irme a casa, Miranda me invita a su casa para una reunión por nuestra graduación, la reunión será entre sus amigas, ella, Marisol y yo. A pesar de la flojera que me da ir a socializar accedo a ir, de todos modos, no tengo nada mejor por hacer. Llego a casa a cambiarme el uniforme por algo más cómodo, tomo un poco de dinero, mis llaves y salgo a casa de Miranda que se encuentra bastante lejos de la mía.
—¡Ya llegué!
—Pasa, Leonardito. Creo que Marisol viene en camino.
Y llega poco después de mí, platicamos varios minutos en la sala, y a la mitad de la conversación nos sentamos en la mesa a merendar, su madre ha preparado espagueti y un poco de carne frita. Al terminar veremos una película, detesto el género del romance juvenil, es aburrido y sumamente predecible, poco real. Si prestas atención suficiente te das cuenta que el protagonista es extrovertido, carismático, genial, atractivo, viste súper bien y tiene un cuerpo atlético, aunque en toda la película no haga ni una sola flexión, mientras que la chica es tímida, inteligente, le gusta leer, nadie la nota a pesar de que es bonita y su belleza es descubierta por el chico a la mitad de la trama para “enamorarse” y pasar al clímax sólo para que al final no queden juntos. Además, no estoy de humor para el romance. No interesa ver el amor de una chica enferma con un joven que también lo está, pero no lo dice hasta la mitad de la historia para hacer la sorpresa indispensable para la trama. Me contaron el final hace mucho tiempo. Cuando comenzó el auge de las novelas juveniles de amor para las chicas que simulan ser lectoras sin conocer siquiera a un autor clásico.
—¿Quieren saber cómo termina?
—¡No! —me regaña Miranda.
—Está bien, está bien, no han leído el libro…
Marisol debe irse y esa es la excusa perfecta para no ver la dichosa película. Me despido porque tengo que acompañarla.