Apnea

Parte V: Céfiros invernales (2)

Viernes 23 de octubre.

Hoy es mi cumpleaños y todo el mundo desea internamente que el día en que nació sea recordado por las personas. Es una expectativa que posee nuestro espíritu respecto a las demás personas, buscamos ser tomados en cuenta en varios momentos de la vida.

Llego a la escuela sin hacer ruido, ni mencionar lo especial que es este día. Toda mi vida ha sido de este modo, siempre he querido destacar sin pedirlo, sin gritarlo y sin exaltarme para ser reconocido, prefiero que mis actos llamen la atención y hoy no es distinto. El silencio es el mejor grito. Mis amigos me felicitan rápidamente, es extraño, nunca me doy cuenta cuándo me hago amigo de alguien, simplemente un día ya es parte de mi conjunto de amistades. Y hoy en día tengo cuatro amigos que aparecieron por azares del destino en mi salón y comenzamos a llevarnos bien, el chico con el mejor promedio de la secundaria, el compañero con el que tuvimos diferencias, un chico que veía en secundaria, pero que no había tenido el gusto de conocerlo, otro que estuvo en mi salón aunque no convivimos lo suficiente e incluso un tipo del que había escuchado antes, pensaba que era alguien creído, pero me sorprendió, es muy divertido y realmente me agrada. Siendo honesto conmigo mismo, si estos tipos no estuvieran cerca de mí, no creo que pudiese sobrevivir en la preparatoria; los amigos se convierten en un remedio poderoso contra males de amor y de vida.

El día transcurre, y pocas personas han dicho algo al respecto. Me siento poco especial, como si no importara en mi propio mundo, tengo la sensación de que no soy el protagonista de mi historia. Mis ánimos descienden rápidamente con el paso de las horas llego hasta la materia de Ciencias.

—¡¿Qué es la medición?! —pregunta con su fuerte voz la maestra desde su escritorio y luego señalando a un pobre distraído exclama: —Claro, Rafael, veo mueres por pasar.

El tipo queda mudo ante la pregunta y la mujer cambia de objetivo, pero nadie responde de manera satisfactoria para seguir con la clase, nociones y nociones, y ninguno aterriza en la definición requerida. La maestra sigue pasando y pasado a más y más alumnos, hasta que de pronto, ya cansada, levantándose de su asiento, me señala pidiéndome que diga la respuesta. Normalmente me tiene callado en mi asiento sin poder participar, ya que asegura que conozco todo y por ello no hay necesidad de preguntarme, aún cuando lo que sepa pueda ser incorrecto, me quedo con el velo del chico listo.

—Leonardo, diles a tus compañeros qué es la medición.

— Medición, un proceso básico de la ciencia que consiste en comparar una unidad patrón, previamente guardada, con una magnitud para ver cuántas veces se repite —me asombro a mí mismo de la forma en la que memorizo definiciones al pie de la letra entendiendo lo que repito perfectamente.

—¡Muy bien! ¡Exacto! ¡Por fin! —grita aliviada como si fuera a desmayarse y tomando aliento pregunta: —¡¿Quieres repetírselo a tus compañeros?!

— Es un proceso básico de la ciencia que consiste en comparar una unidad patrón, previamente guardada, con una magnitud para ver cuántas veces se repite —repito la información sin equivocarme tratando de no ver a los ojos a los demás, a veces se molestan por mi memoria.

—¡¿Vieron?! Así de sencillo —continúa hablando de mi participación en lugar de seguir con el tema principal, y con intensidad pregunta: —¿Quién es amigo de Leonardo?

El grupo de mis amigos, que no me agregaron a sus equipos y están alejados de mí, alza la mano. La maestra se queda pensativa recargada en su escritorio durante un par de segundos y sin saber qué planea le habla al grupo.

—¡¿Quién es amiga de Leonardo?!

Nadie levanta la mano y me quedo estupefacto en mi asiento, mientras siento un golpe directo al pecho. Callado quedo viendo a la profesora quien comparte mi admiración al ver que nadie se considera mi amiga. Ni siquiera Miranda que está a dos filas de distancia, quien se queda en silencio pensando en Dios sabe qué.

—¡¿Nadie?!

—¡Miranda! —gritan desde el fondo del salón, pero ella no sube la mano y eso me hace sentir desconcertado, aunque a la vez prefiero que no la levante, debió hacerlo hace unos segundos por su voluntad y no por presión social.

—Señorita, ¿es usted amiga de Leonardo? —cuestiona asertivamente la profesora viéndola fijamente.

—Sí —dice casi susurrando. No entiendo su reacción.

—¿Podría darle un beso en la mejilla? Como premio de su respuesta.

Miranda se queda inmóvil y callada en su asiento, desviando la vista hacia la ventana, tratando de no verme… No quiero que se levante a darme el beso en la mejilla, eso es tonto, pero sí me duele que no haya levantado su mano cuando preguntaron por mis amigas. También me lastimó ver que Jocelyn no levantara la mano, empezaba a considerarla una buena amiga, pero tal vez esté solo, es una probabilidad que me inquieta desde que entré a la secundaria, tengo miedo de no tener amigos en verdad y que las personas sólo se acerquen a mí por conveniencia o, en un peor caso, por lástima.



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 29.12.2019

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