Apnea

Parte V: Céfiros invernales (3)

Sábado 31 de octubre.

¡Por fin veré a Alicia! Empaco mis cosas desde temprano, más que nada ropa, en especial el traje prestado que usaré durante la fiesta. En mi maleta de viaje añado perfume, desodorante, cepillo de dientes, un libro para el camino y cosas sin importancia que llevo para ocupar espacio.

Al estar ocupado empacando, no sé si por error, se reproducen dos canciones que me remontan a un tiempo anterior a abril. No estoy seguro si fue en febrero o marzo cuando la luz se fue en mi casa durante dos días. Al segundo día la tarde arribó, mi madre había salido y estaba solo con mi hermano en la sala de mi casa con unas cuantas velas en la mesa de centro iluminando tenuemente. Iba obscureciendo más y más, hablaba con Alicia, quien se entristeció al saber que mi celular se descargaba y que no podría seguir platicando. En ese momento no me di cuenta, pero ya era alguien especial para ella mucho antes de ser novios. Me extrañó cuando finalmente mi celular murió. Con mi tableta electrónica me quedé escuchando esas canciones y el hecho de resonar en este momento me recuerda de inmediato aquella tarde.

Viajamos con destino a Ambertag y el camino dura de dos a tres horas, su altitud es notable, la vegetación cambia conforme avanza el camión por la fría autopista. El céfiro queda en la ventana y mi respiración la empaña cada cierto tiempo. Escucho música mientras avanzo cada vez más hacia Alicia. Llegamos a la altura de las montañas, las nubes grises cubren todo alrededor, como un Olimpo gélido, la carretera está mojada por la lluvia de hace horas y a las orillas hay despampanantes pinos frondosos. En la entrada de la ciudad se yergue un monumento con el nombre del lugar, tenía mucho tiempo de no verlo y pasando justo a su lado ya estamos en Ambertag.

Llegamos a la estación de los camiones, bajo del transporte usando una camisa color negro mientras cargo mi maleta y puedo visualizar los trenes que llevan a otros destinos del país, es un lugar maravilloso y demasiado distinto a mi sencilla ciudad. Tomamos un taxi hasta la casa de Alicia. Saludamos a su madre, a Christopher, a Jaime y a Alicia, quien con timidez se acerca a mí y me da un abrazo.

—¡Feliz cumpleaños! —grita en mi oído.

—Gracias… No era necesario dejarme sordo.

El abrazo me rescata de aquel verano sin ella, al poder tocarla de nuevo es como un baño de agua helada en medio del desierto. Sentirla cerca de mí una vez más me cura de tantas estúpidas heridas que tengo por mi pasado. No quiero soltarla, aunque debo hacerlo.

Pasamos la tarde juntos, comemos y después contamos historias, llegando inclusive a las de terror. Es la mejor tarde que he tenido en meses. Al caer la noche nos cambiamos y las mujeres desaparecen, salgo de la habitación con mi traje azul marino, una camisa blanca y una corbata negra. Esperamos sentados en el sofá viendo la televisión, cuando de repente entran por la puerta y Alicia llega con un peinado diferente, con flequillo y usando un vestido negro hasta las rodillas que me deja sin palabras. Se queda callada viéndome, estoy con mil halagos para ella, pero no puedo hablar, se mira tan hermosa que el silencio es mi única reacción hasta que consigo levantarme y acercarme más para susurrarle al oído.

—Te ves hermosa.

En ese momento, Alicia corre al baño sin responderme. Y al cabo de unos minutos nos llaman para abordar el automóvil e ir hasta la iglesia donde harán una ceremonia anterior de la fiesta. Vamos para allá.

Entramos al lugar y veo el arte renacentista colgado de las paredes, mientras comienzo a murmurar con la intención de que mamá me escuche.

—Me quemo… me quemo… ¡Me quemo!

—Leonardo, ya cállate. Le voy a decir al sacerdote que te eche agua bendita para que ardas por algo —responde mi mamá queriendo parecer seria cuando por dentro también se ríe como lo hacen los demás.

Caminamos por el pasillo hasta el altar donde se encuentran los demás invitados y la prima de Alicia usando un vestido de color rosa pastel. Todo está en silencio debido a que la misa inició hace varios minutos. Así transcurre una ceremonia religiosa para bendecir a la chica.

Cuando eso concluye caminamos al exterior donde nos presentan a algunos familiares y saludamos a aquellos que conocimos hace años, pero que con el tiempo llegan a olvidarse levemente. De esta manera vamos al salón de fiesta.

Es un lugar apartado, hay muchos árboles afuera de él y eso me encanta, las luces en su interior combinan con el paisaje obscuro a su alrededor. El auto se estaciona a unos metros y al bajar nuestras madres me ordenan acompañar a Alicia porque usa tacones y no sabe caminar con ellos, temen que se doble el pie. Camino hasta ella y la tomo del brazo acercándola a mí.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?!



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 29.12.2019

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