LONDRES
Mayo 1820
El caballero estaba disfrutando de una hermosa dama. Tenía el cabello negro y los ojos claros. La besaba deleitándose de su experiencia y movimientos. Era muy sensual. Sabía provocarlo sin hacer mucho.
Iba a darle mucho más placer, cuando la puerta se abrió estrepitosamente. Mostrando a un tercero que no estaba invitado a ese encuentro tan íntimo.
Ups
—Así los quería encontrar. —bramo él viejo duque de Norwood al ver a su joven esposa en una posición nada decorosa con él futuro conde de Rowling.
Ethan lamentó que se acabara el interludio, por lo que se separó de la mujer y encaró al octogenario. —Bueno… dudo que piense de esa forma. Porque usted no estaba invitado a esta encantadora velada. —Dijo en tono de burla. —Así que no creo que le gustaría encontrarnos así. —rio. —A menos de que fuera una orgía y créame que si fuera el caso. Usted no estaría invitado.
—Lo reto a un duelo ahora mismo. —Tronó el duque.
Ethan estaba pensando en un duelo con ese vejestorio. Aunque su puntería no era del todo mala, preferiría no arriesgarse.
Y también había escuchado que tenía un hijo que fue campeón de tiro en Eton.
No, no y no.
— ¿Un duelo? —preguntó como el que no quiere la cosa. La mujer estaba extasiada de saber que iban a practicar un duelo por ella. Lo más probable era que el viejo muriera y pudiera disfrutar del bombón del futuro conde. — ¿Por esa mujer? —la señaló. —Prefiero que me mate primero. Ni que fuera la gran cosa. Lo nuestro fue un simple entreacto. Que ya felizmente acabó. — se vistió rápidamente hasta los pantalones. —Ustedes arréglense yo ya no tengo velas en este entierro. Me voy. Au revoir. —Salió de la habitación mientras el duque gritaba.
—Esto no se quedará así. —Exclamó el duque y la mujer aun no podía creer que la desecharon así.
Pero el vizconde no hizo caso y río hasta el cansancio.
***
FOLKESTONE
La joven doncella empezó su día como cualquier otro.
Ayudaba con la costura y luego terminaba de hacer las labores que le ordenaba su tía.
Su trabajo le encantaba, aunque no era algo lujoso, como ser una institutriz, tenía una jefa agradable que la trataba muy bien, un techo sobre su cabeza y comida para alimentarse. Y lo más importante.
Podía ayudar a su familia.
Desde la muerte de su padre, la muchacha había cargado en sus hombros, el peso de su familia. Una madre con problemas en la columna y dos hermanos que crecían cada día y necesitaban cosas para sobrevivir.
Estaba cansada y ni siquiera era el mediodía, pero desde antes del amanecer estaba haciendo la colada, rezurciendo sabanas y ayudando con la cocina. A pesar de que su trabajo consistía en ayudar a la dueña de hogar, su tía le decía que no debía crear lagañas y ayudarla con el quehacer.
Amaba a su tía pero en esos instantes donde la despertaba momentos antes del alba, la odiaba.
A veces su cabeza soñadora le mostraba imágenes hermosas, en donde un joven y apuesto muchacho se enamoraba de ella y la hacía feliz. Tristemente era solo su imaginación, pues dudaba de que algo así pudiese pasarle.
Tiempo más tarde fue al pueblo a buscar a su amiga Lily. Eran amigas desde hace más de cuatro años y se sentía bien hablando con ella. Su jefa, aunque era de alcurnia—una marquesa ni más ni menos— las trataba a ambas como íntimas amigas. Era alguien diferente en esa sociedad.
Llegó a la residencia de mujeres en donde Lily vivía. Era un recinto para jóvenes que no permitían el paso a los hombres. Un lugar donde el recato estaba en cada esquina.
Pasó y se dirigió al hogar de su amiga. Apenas tocó la puerta, su amiga Lily, abrió.
La miró ceñuda. —Pero si es mi amiga. Tiempo que no venias. —la reprendió Lily. —Me tenías olvidada, no te acuerdas de tu dulce amiga.
—Lily, si eres dramática. —La joven se encogió de hombros. —No te mentiré. No he tenido muchas ansias de salir. Ahora estoy enfrascada en la tarea de aprender a comportarme en sociedad y un poco de cultura general. Y con el quehacer del hogar, no me queda ningún tiempo para mí.
Su amiga la miró con extrañeza. No podía creer que ella tuviera tanto empecinamiento en hacer cosas que no estaban para una muchacha como ella. No lo criticaba, de hecho lo admiraba, pero es que ella nunca había sido fanática de los pensamientos de lo que denominaba como la suciedad inglesa.