Violet apareció en Londres a los tres días de recibir la carta de Abigail en el carruaje de los Rushmore, era extraño ya que había ido a Manor a buscarla explícitamente a ella. Violet se fue feliz, últimamente la tensión con su tía no estaba bien. No aceptaba esa confianza que le daba su señoría.
Llegó y como parte de la fachada del plan de Abigail, se vistió con uno de sus mejores vestidos. No podía dejar que la servidumbre le preguntara que hacia allí tan diferente de la antigua vez que fue. No quería dar explicaciones y menos deseaba que la información llegara a oídos de Ethan. Y aunque sabía que en cualquier momento él podría enterarse de todo, no iba ser la precursora de esa catástrofe. Las mentiras le carcomían, pero ya estaban dichas y no había nada que hacer, solo más que esperar. Ella rogaba a Dios que cuando se enterara de todo, la viera con ojos de misericordia y no la perjudicara. Que solo olvidara el hecho y que siguiera con su vida, como si nada hubiera ocurrido, como mucho antes de conocerla.
El carruaje estacionó en Abeforth House, era la segunda vez que iba a la casa pero la vista de la mansión en Berkeley Square era completamente extraordinaria y nunca dejaba de sorprenderla.
Se bajó del carruaje y un lacayo de librea decidió llevar sus cosas a la habitación que había ocupado con anterioridad. Ella no esperó y de una vez se fue hacia donde se encontraba Abigail. Debía ver a su amiga e informarle de su llegada.
Eloise le informó que se encontraba en el salón de té. Ella se dirigió allí, pero antes de tocar la puerta, escuchó la voz del hombre que amaba. Su corazón se le detuvo por la emoción. Ethan estaba allí a pocos metros de ella. Esperaba que no la hubiese olvidado en ese tiempo que no se vieron. Porque para ella, él estaba grabado en su corazón y no había forma de sacarlo.
Se acercó a la puerta para entrar, pero escuchó algo que sabía que no debía llegar a sus oídos. Una conversación que sabía que debía ser privada pero no podía dejar de hacerlo.
—No puedes casarte con ella. —decía Abigail.
—Lo haré. Ella es la indicada. —contestó Ethan, exasperado. —Necesito a una mujer de la cual sea perfecta para el heredero. Y como tú has dicho ¿Quién mejor que Lady Amelia para eso? Bonita, de buena cuna e inteligente. Es perfecta.
A Violet se le llenaron los ojos de lágrimas. Él se iba a casar.
Ethan se iba a casar.
Y no con ella.
Con la muchacha adecuada.
Salió corriendo y se encerró en su habitación y las lágrimas bañaron todo su hermoso rostro. ¿Cómo pudo haber creído que ese hombre no se olvidaría de ella? Peor aún ¿Cómo pudo pensar que se enamoraría de ella? Seguro que en algún momento del tiempo en que se conocieron, le prorrumpió algo de sus barrios bajos y no quiso eso para él. Eso era soñar. Seguro nunca sintió nada por ella. Ella se había ilusionado como una tonta. Pero el amor volvía a las personas tontas y soñadoras.
“Bonita, de buena cuna e inteligente. Es perfecta”
Palabras que habían desgarrado su corazón.
***
—Ethan. No amas a esa muchacha. ¿Cómo te casarás con ella? No entiendo que locura te está llevando en estos momentos.
Ethan la miró y notó que de los ojos de su hermana brotaba cólera. Ella era una romántica empedernida. Y más aún desde que se casó, ella pensaba que todos los matrimonios eran así. Debido a la burbuja de amor en la que se encontraba. Pero todo era lejos de eso. Los matrimonios entre personas como ella o como él. No llevaban amor. Solo riquezas, títulos y descendencia.
—Abigail, eso principalmente es lo que no estoy buscando. Yo no quiero un matrimonio por amor. —expresó hastiado de la conversación.
— ¿Por qué? Eso es lo más importante en este mundo. Una vida sin amor es muy triste.