Aprendiendo a amar

Capítulo 2: Abre los ojos

Cris
Lucía se duerme de inmediato como producto de las extensas horas de actividad. Pese a la diferencia de estatura ella es capaz de aguantar todas mis rondas e incluso compartimos esa necesidad por extenderlo hasta quedar completamente saciados.

Ella esta acostada de lado, su rostro relajado denota dulzura, sin embargo la piel y curvas de su cuerpo son una invitación a algo mucho más pecaminoso. He obtenido lo que quería y es así como le doy un último vistazo antes de levantarme para dirigirme al baño.

Esta ha sido nuestra rutina por casi un año. Era un acuerdo justo, ya que era ella quien recibía más beneficiosos. Recuerdo cuando llegó a la empresa, la atracción desde el primer momento fue innegable. Los roces accidentales, el contacto visual y su dulce aroma. Debía tenerla.

Pensé en proponérselo seguro de que aceptaría considerando su estado económico y la forma en la que me miraba.

Admito que cometí el error de besarla en la oficina la primera vez, ese terreno está prohibido y hasta el día de hoy hemos mantenido nuestra relación de forma profesional en la empresa. Nuestro acuerdo es sencillo y el hecho de que no me esté rogando por quedarme a dormir o ingresando a la ducha conmigo me asegura de que las reglas siguen en pie. La mayoría lloriquea al primer mes por atención y me revelan datos absurdos de su vida y que tienen sentimientos; ese es el momento para irse y terminar todo.

Con la empresa no tengo tiempo, ni la necesidad de tener una mujer detrás de mi con insulsas fantasías de romance.

Recuerdo a las hijas de socios que mi padre me presenta cada que tiene ocasión y sus conversaciones. Esto me convence cada vez más de que mi vida lleva mayor orden de esta forma.

Me marcho en silencio de la habitación, en el auto me aseguro de transferir a su cuenta lo pactado de ese mes y algo adicional. La imagen de su silueta ligeramente iluminada me incita a ordenarle a Marc que vuelva, sin embargo, recuerdo que tengo trabajo que hacer y podemos vernos mañana de nuevo.

Llego a mi casa entrada la madrugada. Marc se retira al finalizar su jornada y me adentro al sitio que resguarda mi esencia y mente. Camino a oscuras con el trayecto a mi oficina memorizado, suspiro y finalmente disfruto de la paz que únicamente la soledad me brinda.

Enciendo el monitor y me dedico a continuar con mi trabajo. En la oficina lo dejé todo a medias debido a que mi deseo por ella empezó a distraerme hasta el punto de volverse doloroso.

No ha pasado una hora cuando me llega una notificación del sistema de seguridad de la casa. Alguien ingresó con uno de los dispositivos inalámbricos. Únicamente Marc tiene acceso a ellos, así que continuo con mi trabajo pensando que debió haber olvidado algo.

—Empiezo a pensar que ese monitor y tu son siamesas —entra Hugo con esa molesta confianza que carga desde que somos unos niños.

—¿Cómo demonios ingresaste a mi casa?

Saca el dispositivo de su bolsillo y me lo muestra con una burlona sonrisa.

—Lo tomé prestado la última vez que vine —revela mientras juega con el —. Deberías estar agradecido, que tal si un día te sucede algo y Marc no esta. No hay que temer, tu primo te rescatará.

Todavía me es difícil creer que el hombre frente a mi tiene una maestría y es un socio de la empresa. Es un idiota, pero es mi familia y es eficiente.

—¿Qué quieres? —pregunto tajante, ya que sería el único motivo por el cual aparecería a esta hora de improvisto por mi casa.

—Una momia tiene más tacto que tú —señala tomando asiento. Ya estoy acostumbrado a trabajar con su intromisión así que me vuelvo a centrar en mi computadora —. ¡Bien si tanto insistes! Vine a recogerte para que saliéramos por un trago y si se puede picar algo.

—Es más de medianoche.

—¿Y? —reclama—. Ahora las fiestas inician después de medianoche, se nota que no asistes a una desde que nos graduamos de la universidad.

—No me interesa.

—Está bien, tu ganas. Solo iremos por un trago —insiste.

—Hay alcohol en el mueble, si quieres sírvete —señalo.

—Que hospitalario —dice con sarcasmo y pienso que se ha rendido, sin embargo, se mueve hasta el mueble.

—Yo también quiero uno.

—Por favor —resalta —. Hugo, querido primo, yo también quiero un trago por favor. Escuelas de elite y parece que te criaron en una cueva.

—Y a ti en un cabaret —respondo ante su nada secreta vida de casa nova.

—Empiezo a pensar que Lucía es una santa por tolerar a un hombre como tú —menciona su nombre encendiendo mis alarmas y metiéndose en terreno prohibido. Hugo va por más alcohol.

—Tienes prohibido acercarte a ella para algo fuera de lo profesional —resalto para asegurarme de establecer los límites. La idea de cualquier escenario entre estos dos hace que el disgusto empiece a fluir por mi cuerpo.

—¡Tranquilo! —dice riendo y levantando las manos en señal de rendición. Se sirve otro trago antes de seguir—. Quita esa cara de perro bravo que envejecerás más rápido.

—Hugo tengo que trabajar, no tengo tiempo para esto.




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