Aprendiendo a amar

Capítulo 6: Ciego

Cris

—Recuérdame porque debo asistir yo —cuestiona Hugo mientras termino de firmar documentos pendientes. Lucia me los pasa y toma para ordenarlos con prisa y eficiencia.

Tengo a Vincent y Aaron respirándome en la nuca, debo convencer al primero y superar al segundo. Sin embargo, en este mundo hay formas de acelerar ciertos procedimientos, así como Bayram utilizo sus conexiones para optar al proyecto, yo puedo aprovechar las mías.

—Porque es la hija del gobernador y momentáneamente su asistente, lo cual podría darnos una ventaja en este proyecto —le explico.

—¿Momentáneamente? —escucho susurrar a Lucia.

—Eso quiere decir que su padre la ubico ahí por… —inicia Hugo.

—Porque es una incompetente que únicamente sabe gastar fortunas, la de su padre y el iluso de turno —termino. Mi primo me mira con desaprobación, pero él y yo sabemos la cruel verdad que esconde el peso de una herencia o fortuna familiar en manos de un borrego.

—Y aun así la utilizaras, todo es un negocio para ti ¿no es así? —inquiere y mi silencio es respuesta suficiente. El teléfono afuera empieza a sonar y Lucia deja los documentos pendientes para salir a responder.

—¿Realmente me obligaras a ir?

—¿Cuál es el problema? —inquiero—. Jamás te he visto quejarte por compañía.

Algo esta sucediendo, Hugo siempre se ha prestado para esta clase de situación sin rechistar. Es bastante social con los caballeros y aunque juega al papel de seductor con las mujeres, le gusta cualquier excusa que junte la fiesta y el trabajo.

—Olvídalo —suspira—. Lo hare por una buena causa y una buena mujer.

—¿Es lo que piensas de Samara?

—No, la verdad esta vez si creo en tu criterio de lo que pueda ser —admite y se pone de pie—. Hablo de Lucia.

Otra vez con el mismo tema.

—Empiezas a demostrar demasiado interés por ella Hugo, podría pensarse que…

—¡No! —interrumpe—. Admito que es una mujer hermosa, pero no la veo de esa forma.

—¿Entonces? —cuestiono—. Seguirás creyendo en ese cuento de que mi secretaria esta…

—Enamorada —insiste y siento la sangre correr en mis venas cual lava.

—Según tu ¿Cómo se ve una mujer enamorada? —cuestiono cansado de este caos en mi cabeza.

—¿Realmente te interesa? —me juzga.

—Te escuho —indico—. Cuentame que resulta tan fascinante en esa farsa del amor.

—¿Sabes lo que es tener la completa atención de una mujer, verla sonrojada, los nervios reflejados en su cuerpo, las sonrisas tímidas y que todo esto sea genuino?

Detesto admitir que me mantengo ignorante a esto ¿Alguna vez me percate de ese comportamiento en ella?

—Suenas como si te hubieran roto el corazón primo.

—Eres un cobarde Cris y espero sepas actuar con inteligencia o terminaras lamentandote cuando sea demasiado tarde —dice antes de salir de la oficina.

La maldita encrucijada me lleva nuevamente a un callejón sin salida que solo me llevaba a mantenerme alejado de ella hasta corroborar la realidad.

—Permiso señor, aquí están los documentos que faltan y su agenda —avisa al entrar y coloca las carpetas sobre el escritorio como si ayer este mismo no hubiese sido testigo de mi debilidad. Lucia se muestra totalmente impasible, como si ayer no hubiéramos estado en esta misma oficina compartiendo nuestros cuerpos.

Cada día me muestro más débil y me traiciono a mí mismo. La rutina que me ha llevado a alcanzar la eficiencia y estatus que ahora tengo se ve amenazado por una estúpida ilusión que las mujeres se empecinan en tener. Ayer tuvo un arranque y cometió el error de exigir explicaciones cuando deje de compartir mis motivos con el mundo hace mucho tiempo.

Mientras Lucia parlotea sobre mi agenda el día de hoy, recuerdo lo que Hugo mencionó una vez más y busco su mirada para determinarlo con mis propios ojos, sin embargo, ella está completamente enfocada en el aparato que sostiene en sus manos.

—Hágame saber si desea cambiar algo —culmina finalmente y se sorprende al descubrir mi silenciosa inspección. Hemos compartido bastante en la intimidad, de ser únicamente un vinculo carnal su cuerpo no debería mostrarme señales de tensión, escondería esa pequeña sonrisa y tampoco estaría sonrojándose de esa forma.

—Hoy vete a tu casa —ordeno inmediatamente —. Sal de mi oficina Lucia.

Su terquedad me deja perplejo, ya que Lucia permanece firme en su lugar.

—Yo no tengo intenciones de insultarlo, pero… —titubea—. Lo noto bastante estresado, no piensa que podría relajarse un poco esta noche, hacer algo diferente a lo estipulado en el contrato…

—Es la ultima vez que te lo digo Lucia —mi voz la silencia por completo—. Sal de mi oficina, ya tengo suficiente trabajo. Aquí eres mi secretaria y deberías facilitarme la vida, no complicármela.

—Lo lamento señor, no volverá a pasar —dice antes de salir por las puertas de la oficina.

Frustrado, dejo los papeles sobre mi escritorio y respiro profundo.




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