Aprendiendo a amar

Capítulo 7: El delito de amar

Lucia

Jamás me había molestado el silencio hasta ese momento. Los días transcurrían y empezaba a envidiar a todos los que se encontraban en pisos inferiores, ya que por lo menos ellos tenían la dicha de compartir con otras personas su jornada laboral, mientras que yo debía soportar esta nefasta soledad y conformarme con efímeras llamadas para confirmar las reuniones de Cris o alguna notificación de los jefes de departamento.

Había pasado alrededor de una semana desde la última vez que nos reunimos y dos desde que visite el apartamento que compartíamos para nuestros encuentros. Detestaba el sitio, sin embargo, empezaba a sentir nostalgia.

Realmente desearía poder ignorar el disgusto que llevo sintiendo desde que Cris me rechazo en su oficina. Le sugerí un descanso como su secretaria, no como su amante, aunque no puedo mentir y si me hubiese gustado compartir un segundo cotidiano con él.

Hablando del rey, me llega un correo para confirmar una cena en un lujoso restaurante de la zona. El gobernador estaba en la ciudad y el aprovecharía esa oportunidad para asegurar el proyecto. Llevaba semanas trabajando en ello y todo el personal de la empresa sentía la presión del acontecimiento. Me percato de que es una reservación para tres personas y por costumbre asumo que mi presencia es requerida como su asistente.

Eso me gustaba de él, no era el dinero, Cris Arslan es un hombre determinado, distinguido y sumamente inteligente, su entrega al trabajo es absurda, sin embargo, no hace alarde de ello como los demás. Es bastante serio e intimidante, incluso cruel cuando se lo propone, pero cuando estábamos solos me hacia sentir tan importante, única y suya.

Me siento absurda al soñar con algo más y sin importar cuanto luche con mis sentimientos hacia él, me es imposible ignorarlos.

—Lucia —pasan una mano frente a mi rostro y espabilo —. Parece que te está haciendo daño esta soledad, te encontrare un día hablando con la pared —bromea Hugo.

—Hola señor, tenia mi cabeza en otro lado —contesto apenada. El sigue haciendo bromas y riendo, sin embargo, sus ojos esconden algo más. Desearía que los ojos de Cris fueran así de expresivos, podría tener una ventaja y saber lo que pasa por esa cabeza.

—Seguramente —dice—. ¿Sabes si mi primo volverá a la empresa?

—Por lo visto se la pasara el resto del día en reuniones fuera de la empresa—explico.

—Comprendo —añade, se voltea a punto de retirarse, sin embargo, se detiene y regresa al escritorio—. Oye Lucia ¿tienes planes para esta noche?

—Su primo tendrá una cena con el gobernador y debo asistirle como siempre —indico.

—Entonces te molestaría tomar un café conmigo.

La propuesta me descoloca, puesto que jamás considere que el encontraría confort en mi compañía, aunque pensándolo bien, tenemos un vinculo fuerte si a así se le puede llamar a soportar el volátil y cambiante humor de Cris.

—Ven, quítate el grillete temprano hoy.

—Está bien, lo acompañare —acepto considerando que es casi mi hora de salida y que luego tendré que irme a preparar para la cena.

Salimos del edifico y Hugo selecciona una pequeña cafetería cerca, hacemos nuestro pedido y aunque insiste me niego a aceptar que pague la cuenta, aunque empiece a quedarme ajustada de dinero.

Durante todo este rato no pasa desapercibido la presencia de mi compañero, quien atrae la atención femenina y para la desgracia de estas, Hugo se mantiene en su propio mundo ignorándolas por completo.

La realidad es que los Arslan tenían una belleza envidiable y Hugo no era la excepción, era completamente diferente a Cris, sin embargo, esto no le restaba en absoluto.

La mesera trae nuestro pedido y Hugo no se ha percatado de la nota con un número de teléfono pegada a su taza.

—Parece ser bastante popular —bromeo quitándola para colocarla sobre la mesa.

—Los años no han jugado a mi favor —contesta—. Esto es una miseria comparada a cuando estaba en la universidad con Cris. Aunque ambos sabemos que a este no le duraron nada las admiradoras con esa actitud.

Por algún motivo me satisface saber que no fue un coqueto como su primo. Le doy un sorbo a mi café y noto que también me observan a mi probablemente con falsas conclusiones en mente.

—Y aun así, entre todas las chicas, no conseguí quedarme con la que quise —revela con un aire de tristeza—. Es curioso ¿no?

—Señor…

—No me llames de esa forma aquí Lucia —pide—. Quiero pensar que tú también te sientes lo suficientemente cómoda como para dejarnos de formalidades.

—Hace rato le noto distante —declaro segura —. Triste…

—Por supuesto que lo hiciste, Cris y yo somos casi las únicas personas con las que tienes contacto en la empresa, aunque ya sabemos que el otro podría tener un camión en la oficina y no se percataría de ello mientras este no interrumpa en su trabajo.

—Desconozco lo que ha ocurrido, pero lo lamento mucho y desearía poder ayudarlo.

—¿Me ayudarías a destruir un matrimonio? —inquiere—. ¿Podrías hacerme una máquina del tiempo?

Me quedo callada y completamente sin respuesta.




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