Aprendiendo a amar

Capítulo 12: Incógnitas

Lucia.

Han pasado algunas semanas desde la última vez que lo vi cumpliendo sus objetivos y con una mujer que cumplía sus expectativas. Todavía me duele el pecho y debo derramar lágrimas en silencio, ya que nadie puede saber que fui la estúpida mujer que acepto ser la amante; aun consciente de que nunca tendría una pizca de su cariño o entrega.

Me visto con la ropa que solía utilizar con frecuencia para ir a trabajar, de esta forma mi madre no sospechara nada. Llevo algunas semanas buscando empleo, pero las condiciones que me ofrecen me hacen pensar que estaba en la gloria, aun sin el dinero del contrato.

Estoy dispuesta a encontrar algo rápido, el dinero en mi cuenta escaseará en cualquier momento y tendré que explicar a mi madre que no alcanza para pagar las deudas porque fui una tonta que se enamoro, ella aumentara sus turnos y enfermara, Tomas se deprimirá y sus suegros vendrán a complicarle la vida por ese maldito dinero y yo… yo me veré obligada a hacer de espectadora, todo por ser una simple y pobre ilusa que pensó que podría tener un final feliz con alguien como él.

—¡Lucia el desayuno está listo! —escucho gritar a mi madre. Maldigo al descubrir que llegó temprano de su turno.

—Gracias mamá, pero no tengo apetito —respondo con honestidad, ya que mi estómago se encontraba hecho un revoltijo —. Voy tarde.

—No seas exagerada niña, todavía queda tiempo y tu hermano te llevará en la camioneta del taller —refuta con tranquilidad —. Vamos, siéntate.

Algo he aprendido en esta vida y es que mamá nunca pierde un argumento. Tomo asiento y de repente el olor a masa para panqueques molesta mi nariz de forma inexplicable.

—Aquí está el pan —aparece Tomás con una bolsa de papel.

—Siéntate —le señala la silla mientras yo intento descubrir que me sucede, puede que haya sido algo que comí —. Por cierto, hoy tienes que llevar a Lucia al trabajo.

Me niego rotundamente e intento explicarles que debo hacer unos recados antes.

—¿Ya no hay carroza? —bromea, sin embargo, soy incapaz de responder. Asiento y juego con mi comida mientras disimulo el malestar en mi estómago. Mi madre coloca un plato lleno de huevos revueltos y no tolero el hedor.

—Ahora que lo recuerdo, Lucia ayer me dijo la vecina que te vio tomando otro autobús…

Escucho a mi madre llamarme como en un susurro, corro al baño sin poder soportarlo más y cierro la puerta como puedo antes de vaciar mi estómago.

—¿Hija? —mi madre toca la puerta e intenta entrar, pero me apresuro y le pongo seguro—. ¿Qué sucede Lucia?

—Yo… —tomo aire y me apoyo en el lavamanos —. Creo que es algo que comí ayer en la oficina.

—¿Segura?

—Si mamá, no debes preocuparte —. Enjuago mi boca y reviso mi deplorable aspecto justo ahora —. Tomaré alguna pastilla de camino a la empresa.

—¿Pastillas? —exclama —. ¡No! Te prepararé un té, tú no te mueves de aquí hasta entonces.

—Debo ir a trabajar mamá, se me hará tarde…

—¡Sin excusas! —me regaña—. Estás loca si piensas que puedes trabajar en ese estado.

Después de unos segundos ya no escucho su voz y asumo que se ha marchado. Remuevo el seguro en silencio y busco escabullirme a mi habitación para cambiar mi apestosa ropa y maquillarme de nuevo, sin embargo, alguien se interpone en mi camino.

—¿Qué está sucediendo Lucia? —utiliza ese tono de hermano mayor que escasas veces atestigüe.

—Nada, solo una intoxicación —lo rodeo para entrar a mi habitación, pero Tomás entra rápido y cierra la puerta detrás de él.

—No me mientas, por favor —pide enfadado—. Sé que no te quedabas trabajando hasta tarde en la oficina...

—¡Baja la voz! —siseo.

—Mama salió a pedirle una hierba para el té a la vecina —explica—. Ahora dime que demonios es todo esto —exige enfadado—, porque además de tu hermano también fui esposo de una mujer que estaba a punto de…

—No sé de que hablas —lo corto —. Me enfermé, eso es todo —contesto intentando esconder el temor que se ha instalado en mi pecho.

¿Cuándo fue mi último periodo?

Cris y yo siempre utilizamos protección, jamás… una vez, en la oficina, pero es imposible. Empiezo a hacer cálculos y creo que mi rostro me traiciona, ya que mi hermano se acerca lleno de preocupación.

—Lucia, no estoy ciego —me saca de mi estupor—. Llegabas demasiado tarde a casa y aunque he querido ignorarlos por respeto a ti he visto los morados en tu cuello, he tenido que mentir a mamá con que el perfume de hombre en tu ropa es, en realidad mi colonia de afeitar y ambos sabemos que tampoco me alcanza el dinero para eso.

Tiene la evidencia y no tengo las fuerzas para negarlo. Tomas percibe lo que trato de ocultar y me envuelve en un abrazo fraternal.

—Le diré a mamá que guarde el té en un termo y nos iremos —anuncia antes de salir de la habitación.

Es en la soledad de esas cuatro paredes que termino de reaccionar. Mis manos tiemblan y me debato en insistir una vez más o simplemente esperar.




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