Lucia
Presente
—Quiero ir a casa —consigo pronunciar luego de que el doctor confirmara mi condición.
—Lucia… —mi hermano intenta hacerme entrar en razón, sin embargo, siento que mi mente se lanzo a divagar en un limbo oscuro en busca de respuestas y algo de luz.
—Será mejor que descanses un poco —sugiere el doctor—. Esto es algo que tu hermana debe pensar muy bien, no es como negarle la entrada a casa a un cachorro de la calle.
Tomas comprende y me ayuda a ponerme de pie considerando mi estado mental. En ningún momento me suelta y es cuidadoso al ayudarme a subir en aquella vieja camioneta.
Lo escucho suspirar y murmurar, entiendo su angustia, sin embargo, soy yo la que tiene un doble peso encima.
Al llegar a casa, sin pensarlo, hago una inspección del sitio y me pregunto internamente si este es el sitio correcto para que un bebé crezca. Un vecindario difícil, donde el gris de las calles y sus casas ha alcanzado a sus habitantes, recuerdo tiempos en los que mi hermano y yo podíamos salir a jugar con otros niños, eso ha cambiado.
Esa casa, que un día me pareció un castillo, ahora carga con una lista de reparaciones que amenaza nuestros bolsillos.
—Lucia, vamos adentro —me indica Tomás y lo sigo cabizbaja.
Entramos y la imagen de mamá dormida en el sofá con su uniforme de trabajo me golpea más duro. Ella debería estar descansando, no forzándose a exhaustivos y dolorosos turnos.
—Le diré que te dieron una incapacidad en el trabajo y por eso estas en casa —me dice Tomás llevándome hasta mi habitación.
Mi estómago se siente todavía más extraño, ahora consciente de lo que crece dentro de mí, la angustia incrementa, sin embargo, otro sentimiento empieza a florecer lentamente. Tomas acaricia mi cabello como cuando éramos niños y él hacía de niñero cuando mamá debía trabajar hasta tarde.
—Lucia, necesito que me digas la verdad —pide con el entrecejo fruncido —. Fue él ¿no es así?
Permanezco en silencio con el temor de mostrar a mi hermano las cosas indecentes que hice, no solo por dinero, sino por el inexistente afecto de un hombre.
—Fue ese hombre Lucia —insiste—. Tu jefe
—Cometí un error, lo lamento —consigo decir y mis lágrimas me traicionan al adornar mis mejillas.
—Ese bastardo.
Tomas suspira profundo y se levanta para dirigirse a la puerta, el pánico se apodera de mi debido a que soy consciente de lo que es capaz por protegernos.
—¡Por favor Tomás! —exclamo incorporándome —. No hagas nada que pueda meterte en problemas, te lo pido, ya tenemos suficientes.
—Ese hombre te utilizo Lucia, debe enfrentar las consecuencias —asevera.
—Yo también fui responsable —afirmo con intenciones de evitar que vaya por él —. Me fui, me alejé por un motivo, de lo contrario ya lo habría llamado.
—¿Qué te hizo ese desgraciado?
—Me abrió los ojos —respondo con un nudo en la garganta—. Si vas a buscarle solo empeoraras todo, por favor.
Mi hermano aprieta los puños intentando contener la rabia que emana naturalmente de él.
—Está bien —susurra.
—Promételo.
—Te prometo que no buscaré a ese idiota para molerlo a golpes —refuta.
—Te lo agradezco.
—Ahora, descansa.
Habría deseado poder conciliar un poco de ese cansancio que empezaba a fatigar mi cuerpo. La idea de deshacerme de la inocente criatura dentro de mí me llevo a derramar lágrimas por incontables horas en mi cama.
Sabía que con el tiempo y los años mi vida tomaría ese famoso curso natural y me convertiría en madre, sin embargo, jamás pensé que seria de esta forma. Soñaba en secreto con la simplicidad y monotonía de un matrimonio sano e hijos que se sintieran seguros de su entorno y futuro.
Tomas y mi madre cargaban con sus propios problemas, me había esforzado por convertirme en una solución y ahora solo seré una queja más, un dolor que añadir a la lista.
Cualquiera le habría llamado para decirle la verdad y buscar algún tipo de beneficio monetario, ya sea porque quiera hacerse responsable o lástima, pero sabía que Cris lo haría por mi silencio y no quería escucharlo.
Ya no era su asistente, ni su compañía en la oscuridad entre las sábanas, ahora solo sería una amenaza a su proyecto y planes con su nueva mujer.
Sentía que mi alma se partía en pedazos de saber que la decisión a tomar era dolorosa, pero sensata.
¿Qué vida podía ofrecerle?
La atmósfera de mi habitación era casi lúgubre, por lo que no fue que hasta que mamá apareció asustada que percibí la noche afuera.
—¿Mamá que sucede?
—No es nada, tu hermano tuvo un pequeño accidente —dice agitada—. ¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios?
—Está en el armario —indico dejándola sola en mi habitación. Avanzo hasta el comedor y descubro a mi hermano con la mirada perdida. Su mejilla está inflamada tiene el pómulo morado y sangre sale de su labio.