Aprendiendo a amar

Capítulo 16: Pendientes

Lucia

Menos mal la temporada empezaba a cambiar, las hojas se despedían de su color verde brillante y de su unión con los árboles. La temperatura llegaba a ser agradable y otras veces tediosa, sin embargo, indicaba el inevitable paso del tiempo y los cambios de mi cuerpo que empezaban a ser difíciles de esconder.

Paso el suéter de material grueso con el bordado de la escuela sobre mi cabeza y este disimula bastante mi vientre pronunciado. Recojo mi cabello y apenas pienso en el maquillaje cuando reviso mi reflejo en el espejo.

—Vaya cambio —susurro al detallar en la mujer frente a mí.

Hace un año en esta misma temporada vestía un lindo conjunto de oficina negro, medias y zapatos a juego. Me las ingeniaba para no perder el equilibrio cuando corría por la ciudad con algún recado y soportaba largas horas de pie en la oficina sin dolor alguno.

Ahora tenia los tobillos inflamados, mi vejiga me traiciona en algunas ocasiones y no hablemos de la fatiga.

No quedaba rastro alguno de esa mujer. Si bien sentía nostalgia, todo era opacado por mi pequeño, que me brindaba el resto de fuerzas.

—¡Lucia el desayuno! —avisa mi madre desde afuera y acomodo la chaqueta que esconde mi figura.

Apenas doy unos cuantos pasos fuera siento una clase de movimiento en mi interior. Pienso que puede ser cualquier otra cosa, sin embargo, esta vez se repite y estoy segura.

—Hija, llegaras tarde —indica mi madre —. Siéntate.

—Voy enseguida —digo recomponiéndome rápidamente para disimular lo que acaba de suceder.

Llego al comedor y me sorprende no encontrar a Tomas ya sentado. Apenas y hay comida en mi plato y es que con el embarazo hay cosas que ya no puedo comer debido a que me provocan nauseas de inmediato.

—Tu hermano se quedo dormido de nuevo —susurra mi madre de nuevo y va en dirección a su habitación. Esto me recuerda mucho al tiempo que competíamos cuando estábamos en la escuela.

—Hola enana —me saluda Tomas y se sienta junto a mí.

—¿Otra vez te quedaste dormido?

—Ojalá —ríe cansado —. Solo me distraje leyendo algo en internet.

—¿Tu horóscopo? —bromeo y siento un repentino movimiento. Tomo un poco de jugo y doy por hecho que no le gusta que juegue bromas a su tío.

—Si, también leí el tuyo —me sigue la corriente —. Si no te cuidas captaras la atención de unos ojos curiosos —dice señalando mi suéter.

—Unos adultos y siguen actuando como niños, esto de la crianza nunca termina —se queja mi madre tomando asiento.

Me apresuro en arreglar mi suéter y cambiar mi postura. Todavía no le cuento a mamá respecto al embarazo. Estúpido, lo sé, pero no quiero que se sobre exija a ella misma tampoco. Conozco a mi madre y haría todo por nosotros y lo imposible si se entera que pronto tendrá un nieto.

Estoy ahorrando todo lo que puedo para no preocuparnos demasiado al momento de que el o ella finalmente se encuentre con nosotros.

—Tu no estarás siguiendo consejos de esas revistas de moda de nuevo —señala la escasa comida en mi plato.

—No mamá, es solo que anoche cene mucho y he despertado con poca hambre —me excuso.

—¿No será que pronto tendrás el periodo? —dice y Tomas casi se atraganta con su jugo, claramente porque mi situación es todo lo contrario.

— Hijo ya estas grande para reaccionar de esa forma —lo regaña nuestra madre.

—Tienes razón, lo lamento —se disculpa —. Por cierto, mamá ¿Qué tal el nuevo medicamento? —busca cambiar de tema de conversación.

Terminamos el desayuno y salgo de casa con mi hermano. La para de autobús esta cerca del taller, por lo que nos resulta bastante conveniente.

—¿Cuándo se lo dirás? —me pregunta mientras conduce.

—Pronto —contesto—. Es solo que todavía estoy pensando en cómo decírselo.

—Hazlo en estos siguientes días, porque dentro de un mes ese suéter ya no te será de mucha ayuda.

Tomas me deja en la parada justo a tiempo. Durante todo el trayecto pienso en las palabras que debería utilizar, lo cual me deja en ascuas, porque ahora no sé cómo empezar una conversación con mi madre.

—Lucia ¿necesitas un descanso? —se acerca Marina, la profesora encargada. Ella fue quien le hablo a mi hermano de este trabajo.

—Todo bien, solo estaba distraída, lo siento —me disculpa con vergüenza. Es una mujer dulce y sencilla, tenemos la misma edad, sin embargo, ella aparenta menos años que yo.

—Esta bien —contesta antes de alejarse con una dulce sonrisa para atender a los niños.

Veo a Marina y pienso en que sería una linda opción para mi hermano. Con las semanas nos hemos ido acercando y ambas compartimos más de lo que pensamos, un gigantesco corazón roto, solo que ella no se llevo un obsequio de recuerdo de su última relación como yo.

—Hoy puedes salir temprano, debo hacer algunos recados —me anuncia Marina y siento entusiasmo por esas futuras horas de descanso, sin embargo, recuerdo que mi madre se encuentra en casa y que tengo una importante conversación pendiente con ella.




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