Aprendiendo a amar

Capítulo 19: Responsable

Lucia

—Son hermosas —comento sujetando una de las flores de papel que hizo Marina—. Es admirable el esfuerzo que le dedicas.

—Es para los niños, también tengo insectos, con aspecto adorable claro —me pasa una mariquita y una libélula hecha con papel de colores y material de reciclaje.

Hace horas el sol se había escondido y apenas lo había notado. Inmersas en nuestra actividad apenas percibimos el pasar del tiempo. Había una actividad en la escuela y cada salón debía realizar una decoración relacionada a las estaciones del año.

—Tomemos un descanso —se detiene Marina —. Desde aquí escucho las quejas de mi invitado.

Era imposible esconder mi vientre. Ahora era una mujer embarazada completamente reconocible en cualquier lado, incluso me señalaban la caja indicada para la tercera edad y gestantes en el super mercado.

—¿Qué te gustaría? —pregunta Marina—. Tengo entendido que hay cosas que ahora no sean de tu agrado.

—No cocines huevos por favor —pido con un poco de vergüenza.

—¿Qué tal unos emparedados?

—Se me antoja —admito—¿Te ayudo?

—No te preocupes, me las arreglo.

Marina era lo más cercano a una amiga que tenía desde hace mucho tiempo. Su bondad se expandía más allá de los salones y los niños, cada persona que se cruzaba en su camino gozaba de la amabilidad que ella irradiaba.

Un rayo surca el cielo y el estruendo de una tormenta acercándose nos alarma.

—¿Segura que tu hermano vendrá por ti? —inquiere Marina—. Puedes quedarte, no tengo problema alguno.

—Estoy abusando de tu amabilidad —indico—. Ya has hecho demasiado por mí.

—No es nada —asegura—. Además, me gusta tener algo de compañía.

—¿Vives sola?

—Si, llevo bastante tiempo sola —contesta—. Mi familia vive lejos, en el área rural, así que solo nos vemos unas cuantas veces al año.

—Debe ser difícil —comento pensando en lo que seria de mi vida si no tuviera a mi hermano o a mi madre.

—Te acostumbras —responde—. Llegué bastante joven a la ciudad así que aprendí a sobrellevarlo.

Seguimos platicando mientras comemos. Marina me cuenta que el motivo de su llegada a la ciudad fue una beca que obtuvo cuando estaba en secundaria, ingreso a una de las mejores escuelas privadas de la ciudad y eso le abrió muchas puertas. Ahora enseñaba a niños en una excelente escuela, pero en un futuro deseaba ser profesora de universidad.

—¿Cómo fue estar entre todos ellos? —inquiero—. Yo lo estuve por mi anterior trabajo, pero la adolescencia es una etapa mucho más compleja.

—Me esforcé por pasar desapercibida, pero era como tener un gigantesco cartel de “chica becada”, únicamente se acercaban a mi para ayudarlos con un deber —explica mientras coloca los platos vacíos en el lavadero—. Mi apariencia no ayudaba mucho tampoco.

—¿Qué dices? —inquiero indignada —. Eres hermosa, espero poder verme como tu después del embarazo.

—Gracias, pero antes era un poco diferente —refuta—. Ya sabes, usaba aparato dental y lentes. Pero esos años quedaron atrás, al igual que esos aparatejos —señala su rostro —. Además, el tiempo pasa, pero parece que esa gente no cambia en absoluto.

—Dímelo a mi —contesto y me regaño por traerlo nuevamente a mi cabeza. Realmente deseaba una vacuna o cualquier antídoto para olvidarlo, sacarme cualquier idea absurda de una persona que jamás existió.

Continuamos con nuestro trabajo y gracias al cielo terminamos justo a tiempo. Escucho que tocan la puerta y asumo que es Tomas. Puede que lo disimule, pero realmente quiero que me carguen hasta casa, mis pies duelen y mis tobillos están inflamados.

Hago el intento de levantarme, pero mi amiga es mucho más rápida y termina abriendo la puerta para mí.

—Hugo ¿Qué haces aquí? —inquiero sorprendida por verlo aquí.

—Regrese antes —contesta con una jovial sonrisa—. Tu hermano me dijo que estabas fuera, así que me ofrecí para venir a recogerte —voltea a ver a Marina y esta se mira bastante tensa—. Hola.

—Hola —contesta ella sin mirarlo.

—¿Nos hemos visto en algún lado? —pregunta Hugo y sus ojos escudriñan su figura sin disimulo.

—Ella y yo trabajamos juntas en la escuela —respondo mientras busco mi abrigo y mi bolso—. Solo déjame despedirme —indico. Es difícil compartir un abrazo con mi vientre de por medio, pero siento su cuerpo relajarse. No obstante, su reacción con Hugo me llama la atención considerando que ella recibe a todos siempre de buena manera.

—Adiós Marina, fue un placer… —dice Hugo, ella solo asiente sin darle la cara y cierra la puerta de su apartamento.

Salimos del edificio en silencio y justo antes de llegar a la puerta Hugo se detiene frente a las casillas de correo.

—¿Qué haces?

—Brisson —susurra y parece complacido.

—¿Hablas de Marina?

No me contesta y regresa junto a mi con una peculiar sonrisa.




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