Hugo
Realmente eran extraños los rumbos de la vida o esto utilizaba como excusa para esperar recostado sobre mi coche la hora de salida de esa escuela.
Me la había pasado toda la noche inmerso en recuerdos de mi adolescencia y finalmente, entre muchos rostros y esfuerzos, logre recordarla. Estábamos en el mismo salón, en grupos de amistad diferentes, claro.
No mentiré, cuando Lucia pregunto si alguien podía recogerla para encontrarse en su casa mi ofrecimiento lejos de notarse despreocupado fue casi desesperado. Desconocía este inesperado arranque por saber un poco más de ella y utilizaba a Lucia como excusa, lo cual era un buen argumento, pero me hacía sentir culpable al mismo tiempo.
—Solo es cortesía, para recordar viejos tiempos —susurro para mi mismo y me gano otra mirada reprobatoria por parte del guardia de la escuela que no me ha quitado el ojo desde que llegue.
Por lo menos está haciendo bien su trabajo.
—¿Tiene hijos? —inquiere el hombre acercándose.
—¿Disculpe?
—Que si tiene hijos y si ellos estudian aquí —contesta.
—No, yo no… —soy interrumpido por el timbre de la escuela.
Los niños y sus respectivos maestros empiezan a salir. Hay una fila de padres esperando pacientemente por ellos.
—Entonces le invito a retirarse —insiste el hombre—. Ya he tenido que lidiar con gente como usted y sino quiere que llame a la policía o termine denunciándolo aléjese de este centro educativo —amenaza el rechoncho hombre que apenas me llegaba al hombro.
—Señor, por favor, no soy esa clase de persona yo solo estoy esperando…
—Si vino a recoger a alguien enséñeme su credencial de guardián —exige enfadado.
—¿Credencial de qué?
—Tenemos un hombre sospechoso frente a la entrada principal, caucásico, cabello oscuro y ojos verdes —empieza a comunicar por su aparato.
—¡Espere! ¡Espere! —me apresuro —. ¡No soy un sospechoso! ¡Estoy aquí esperando a mi novia! ¡Una de las maestras! —es lo que se me ocurre decir cuando veo a otros sujetos acercarse. Es increíble que termine envuelto en semejante situación.
—¿Novia? —inquiere el hombre acorralándome contra el auto—. ¿Quién es?
—¡Si! ¡Si! —asiento—. Ella es… es la profesora Marina.
Su gesto se suaviza y sonríe con amabilidad, llego a pensar que me lo he quitado de encima, sin embargo, grande es la sorpresa cuando toma mi brazo infligiéndome un intenso dolor y dejando mi rostro contra el frío material de mi auto, como si fuese un delincuente.
—Buen intento, pero la profesora Marina está comprometida ¿Quién le dio el nombre de uno de nuestros docentes?
¿Comprometida?
Por algún motivo siento una amarga punzada en el pecho.
—¡Oiga! ¡Está bien, mentí!
—Lo sabía —incrementa su fuerza—. Necesito refuerzos —dice comunicando a los demás.
—¡Pero no soy ningún pervertido, yo solo estoy aquí para recogerla!
—Ya no puedes mentir más hombre.
—¿Hugo? —escucho una voz femenina que justo ahora parece un canto divino del cielo.
—¡Marina! —me emociono—¡Explícale a este hombre que no soy ningún demente! ¡Lucia me mando a recogerte! ¡Hoy se reunirían, recuerda!
—¿Es cierto señorita? —insiste el guardia, quien pese a su estatura tiene una increíble fuerza.
—Si lo es Virgilio —contesta ella.
—¡Se lo dije! —repito—. ¡Ahora déjeme ir!
—Lo lamento señorita, sabe que solo hago mi trabajo —me suelta—. El hombre se miraba sospechoso y mintió diciendo que era su novio, cuando usted esta prometida.
La expresión en el rostro de Marina pasa de confusión a una de incomodidad.
—Ya hablaremos de eso Virgilio —responde—. Les he dejado en su salón una nueva bolsa de café y bizcochos.
—Muchas gracias profesora, es usted siempre atenta.
—¿Qué hay de mí? Casi me rompe el brazo.
—Ya lo dije, solo cumplo con mi deber —contesto antes de despedirse con un gesto de Marina.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta, noto que el tono y gesto amable que tiene con los demás desaparece al instante.
—Vine a recogerte —repito—. Lucia me dijo que se reunirían en su casa.
Ella parece insegura de esto, voltea a ver a los lados y me apresuro a responder antes de que se le ocurra irse por su cuenta.
—No tenemos que hablar si te incomoda.
—Ni una sola palabra —resalta.
Asiento sin debatir y le abro la puerta del auto. Por lo menos conseguí una victoria hoy. Conduzco por las calles de la ciudad, ella mantiene su perfil viendo hacia el exterior y yo aprovecho para detallar en los pequeños aspectos que han cambiado en ella.
Solía ser demasiado delgada, usaba lentes y aparato dental. Debo admitir que su cambio es impresionante, sin embargo, esos detalles jamás influyeron en la belleza única que distinguí en aquel entonces.
—Deja de mirarme —rompe el silencio, atrapándome con las manos en la masa.
—No lo hago —respondo preso de mis nervios traicioneros. Ella voltea a verme y tenerla cerca me roba el aliento.
¿Qué me sucede?
Ni siquiera con… esa mujer no vale la pena y jamás se podría comparar con la angelical presencia de Marina, aunque en este momento lanza fuego por sus ojos.
—Tus ojos fijos en el camino —indica seria.
—Concentrado, listo.
Me esfuerzo por alargar el trayecto. Su presencia me produce nostalgia y es algo que podría denominar confortable.
—Han pasado muchos años ¿no? —me aventuro —. Desde la secundaria ¿Pensabas que no te reconocería?
—Pensé que era lo suficientemente irrelevante para que te olvidaras por completo de mí —responde sin tapujos.
—¿Irrelevante? —inquiero lleno de congoja por su respuesta—. ¿De dónde sacas eso? Te sentabas siempre en la segunda fila junto a la ventana, compartíamos matemática, biología, inglés y francés. No eras irrelevante, siempre te noté.
Desgraciadamente se me acaban las calles y si fuera por mí le doy la vuelta al vecindario, sin embargo, Lucia está esperándonos.