Aprendiendo a amar

Capítulo 22: Te lo mereces

Cris
Un hombre con bata blanca habla frente a mí sin cesar, escupe toda clase de nombre de medicamentos y términos médicos que en este momento no podrían interesarme menos. Desde el momento en el que salí de mi auto y fui transportado al hospital lo único que tengo en mi cabeza es su imagen borrosa por la intensidad de la lluvia.

Yo soy una persona que detesta, de cualquier forma, perder.

No podía aceptar aquello, era imposible.

—Señor Arslan —me llama el médico por enésima vez—. ¿Comprende las indicaciones que le acabo de dar?

—Si… —mentí con voz cansada.

—Dentro de unos días le quitarán los puntos de la cabeza, debe venir a revisión médica dentro de dos semanas, intente mantener reposo por 3 semanas—enfatiza.

—Entiendo.

—¿No ha llegado ninguno de sus familiares?

¿Familia?

Tuve un accidente automovilístico que, si bien no fue catastrófico, fue lo suficientemente interesante para llamar la atención de los medios de comunicación. Fue transmitido, han pasado horas y sigo solo aquí. Me enteré de que Marc, por algún motivo, decidió hacerse cargo en mi nombre de todo lo relacionado al choque.

—Se le dará de alta mañana temprano —continúa ante la falta de respuesta.

El sonido de la puerta siendo cerrada marca su ausencia y mi vergonzosa soledad. Escucho el sonido de mi teléfono en algún sitio de la habitación, físicamente podría esforzarme para cogerlo y atender lo que pensé era mi principal prioridad, la empresa, sin embargo, el día de hoy es completamente diferente y lo único que deseo es silencio y descanso de los ruidosos juicios en mi cabeza.

Desgraciadamente, me mantengo con un pie en este mundo y el de los sueños. La veo a ella nuevamente, en el apartamento y con un vientre plano, ese deseo natural por ella surge, pero este pasa a segundo plano cuando su cuerpo se transforma mostrándome a la mujer que vi fuera de su casa ayer.

De un momento a otro escucho el eco de su bufona voz, esa que me ha traicionado de la peor manera posible.

—Lamento la demora —dice escabulléndose en mis sueños.

—No se preocupe, el paciente se encuentra estable, pero lo recomendable es que alguien le acompañe las siguientes semanas.

—Tendré que conseguirle una niñera. Gracias doctor.

El maldito nunca maduraba. Quería despertar para acabar con este sueño, pero gigante es mi sorpresa cuando descubro a Hugo parado frente a mi cama. Pese a que su rostro denotaba preocupación yo era incapaz de esconder el gesto de desagrado.

—Has despertado —añade acercándose—. Lindo corte de cabello, por cierto. Te hará ver más rudo.

Evaluó cada uno de sus pasos, su actuar y los gestos que me indiquen esa traición de la cual sospecho, sin embargo, este matiz es diferente a esos casos en los que Hugo mete la pata.

—¿Qué haces aquí?

—Marc me llamo y dijo que solamente dejaban entrar a familia —explica —. Así que aquí estoy.

—¿Dónde fuiste?

—No me he marchado, solo he vagado por la ciudad. Un respiro de todo.

Hugo da vueltas por la habitación de forma disimulada, mis alarmas se encienden porque quiere decir que trae algo entre manos. Esto no se quedará así y le arrancaré la maldita verdad aun si me retuerzo del dolor en el proceso.

—Siendo un millonario por herencia es difícil comprender porque decides darte un respiro por una de las zonas más peligrosas de la ciudad —ataco de forma directa.

—Solo visitaba algunos amigos… —intenta sonar convincente, pero décadas de convivencia nos ha llevado a reconocer el estado de esta pelea.

Las palabras se quedan atoradas en mi boca, no es solo con Hugo esta batalla, tengo un contrincante mucho más grande y fuerte. Lleva la misma piel, ojos y voz, nos convencimos por mucho tiempo de nuestro destino, pero ahora me encuentro en la mayor encrucijada de mi vida.

Quiero gritar y mandar al carajo todo.

—¡Dime la maldita verdad! —exclama esa nueva parte de mí con la que batallo—. ¡¿Qué fue lo que hiciste imbécil?! ¡Después de todo lo que hemos pasado!

—Sigues siendo el mismo idiota de siempre —se bufa, pero la melancolía en su mirada es mayor—. Me reclamas sabiendo que todo esto ha sido tu culpa…

—Eres un traidor.

—¿Yo, un traidor? —ríe amargo—. ¡Soy yo el maldito traidor que sustituyo a su propia familia por una estúpida empresa!

—Te fuiste…

—¡¿Soy yo el traidor que dejo sin empleo a un hombre que le sirvió por años y ahora está ayudándote cuando lo que te mereces es una bofetada?! —exclama—. ¡¿Soy yo el idiota que desprecio a una hermosa y maravillosa mujer por una pieza en el maldito tablero del abuelo?!

Las palabras me resultan cada vez más densas y difíciles de pronunciar.

—¿Sabes? Estar en esa cama de hospital es un castigo generoso comparado con lo que deberías pagar por haberle hecho daño a ellos —señala.

—Si no quieres estar aquí, lárgate.




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