Aprendiendo a amar

Capitulo 25: Temor

Cris
—¿Está seguro de esto señor? —cuestiona Marc al frente del volante —. Ella podría sentirse agobiada y en su estado no es recomendable. Además, usted no se recupera del todo de su accidente señor.

No respondo y observo con detenimiento la casa de Lucia. Las manchas oscuras en el techo externo, pintura pálida y pequeño jardín bien conservado. La última vez que estuve aquí apenas pude detallar en mi exterior, sin embargo, con todo lo que mis ojos han visto desde que entre al vecindario me doy cuenta del grueso nudo que ajusta la soga en mi cuello.

¿Quién me la habrá puesto? Fácil. El responsable comparte la misma piel que yo.

—Tu imbécil —susurro maldiciéndome.

—¿Disculpe? —inquiere el hombre frente a mí.

—No es para ti Marc.

Decidí contratarlo nuevamente, es la única persona de confianza que he tenido en décadas y el único enterado de toda esta situación, bueno, él y la demente de Susana. Ella fue quien me consiguió el resto de datos que Marc no pudo obtener. Ahora solo debo descifrar como acercarme.

—Señor —avisa y veo su silueta desplazarse hacia el exterior de la modesta casa.

Trago duro al ver con claridad y tranquilidad el vientre bastante notable. Siento como si la potente garra de un león llegara hasta mi corazón con el objetivo de remover esa anestesia generacional que se me infundo con el fin de protegerme.

La veo avanzar y un nudo se forma en mi garganta al ver a la mujer con la que antes compartía intimidad en aquel apartamento que consideraba un refugio de toda la porquería con la que debo lidiar.

—Síguela —indico y el auto avanza con precaución detrás del taxi que ella acaba de tomar.

Un taxi, no debería de estar acudiendo a esos extremos en su estado. Son conductores irresponsables, extraños, cualquier cosa podría suceder.

“No estaría en peligro si no fueras un completo idiota”

—Acércate al auto —ordeno y me asomo un poco para ver el interior.

Todo parece bajo control, sin embargo, en un cruce parece que el hombre se enfada.

—Señor, creo que estorbamos en esta posición,

—Espera —digo evaluando que ella se encuentre bien. El hombre parece molesto. Llego a pensar lo peor, pero en ese momento Lucia le paga y se baja con una amable sonrisa.

—¿A dónde va?

Marc avanza con el coche unas calles adelante y terminamos estacionados frente a un pequeño conjunto de tiendas.

“La sigues, cuando tu mismo la alejaste. Eres un canalla”

Lo peor de todo es que escucho la maldita voz de Hugo decirme todo esto. Como si el idiota hubiese buscado ingresar a mi subconsciente de forma tenebrosa. Lo adjunto al hecho de que él fue el primero en revelarme los sentimientos de Lucia.

—Señor —llama mi atención una empleada de la tienda—. ¿Buscaba algo? —inquiere con tono acusatorio y es entonces que comprendo el contexto en el que me encuentro.

—Yo ya lo tengo —tomo con prisa un oso de peluche y espero que con eso sea suficiente para que se largue. Veo a Lucia contesta una llamada, quiero escuchar, sin embargo, esta mujer no se marcha.

—Bien, entonces acompáñame a caja para que pueda comprarlo.

¿Piensa que lo voy a robar?

Estoy a punto de devolverle su ridículo felpudo, sin embargo, me detengo al reconocer un hecho importante.

—Bien, tome mi tarjeta y lárguese —le exijo para poder escuchar la conversación de Lucia en paz.

Escucho su plática y parece que su próximo destino es el hospital e irá acompañada de alguien.

¿Quién? ¿Hugo?

Lucia se dirige con aparente prisa a la salida y la sigo hasta que alguien me detiene halando de mi abrigo.

—Señor, sus cosas —indica la dependienta extendiendo mi tarjeta y la bolsa de compra.

Las tomo de forma apresurada y cuando salgo ya no la veo por ningún lado. Regreso al auto. Le indico a Marc la dirección del hospital que me proporciono Susana y nos ponemos en marcha.

—¿Hola? —contestan a mi llamada.

—¿Acompañarás a Lucia al médico? ¿Por qué se dirige al hospital? ¿Algo va mal?

—¿Qué? No tenía idea de que tenía cita con el doctor.

—Va hacia allá. Eres tu su acompañante ¿sí o no?

—¿Cómo demonios sabes que ella ira al médico? —se detiene y suspira al descubrir mi cuestionable metodología para acercarme —¡Eres un demente! ¡Un desquiciado! —me grita —. ¿Cómo te ocurre andar detrás de ella? Hace unas semanas saliste del hospital, tienes que estar en reposo.

—Quiero hablar con ella.

—¡Como un ser humano normal no se te ocurrió presentarse a su casa y pedir amablemente por una charla!

—Hugo…

—Si, también soy perfectamente consciente de que no te la daría, ni te la mereces. Eso y que Tomás te molería a golpes.

¿Tomas? ¿Quién demonios es Tomás?

¿Lucia sería capaz de olvidar tan rápido?




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