Aprendiendo a amar

Capitulo 26: Desconfianza

Hugo
Ella me dijo “aléjate”, lo único que quiero hacer es acercarme. Su indiferencia lejos de afectarme me mantiene compenetrado cuál polilla a una intensa luz.

Recuerdo un poco de este sentimiento de esos años en el instituto. Ella apenas reparaba mi existencia, pero sabía que estaba ahí. Buscaba tener charlas casuales con ella, sin embargo, simulaba que todo carecía de importancia.

Pensé que era como mi primo. Marina habría construido un sólido y gigantesco muro para protegerse de los demás, ocultando el colorido y fascinante paisaje en su interior. Yo quería verlo, recuerdo haber escuchado alguno que otro comentario de los chicos respecto a su origen y las chicas que no se quedaban atrás.

Hubo un tiempo en el que me sostenía la mirada, me mostraba una sonrisa y me atendía con amabilidad cuando le pedía que me explicara un tema, aun cuando podía contar con Cris, quien tenía el mejor promedio de la clase.

De un día a otro, todo aquello desapareció y al iniciar el siguiente año ella ya no estaba.

Espero recostado sobre mi auto y saludo con un amigable gesto al guardia que todavía me observa con desconfianza.

Lo único que hará que me mueva de este sitio es una orden de alejamiento.

Finalmente suena la campana, los niños son liberados y eso quiere decir que ella saldrá pronto de sus labores. La busco entre los rostros de los padres de familia hasta que ese brillo innato me hace notar su presencia. Platica haciendo sentir a gusto a los niños y fascina a quien sea se encuentre cerca.

Me quedo en silencio y guardo cada segundo de aquella luz que empieza a menguar cuando percibe mi presencia.

Me duele, sin embargo, estoy convencido de que puedo cambiarlo.

Disimula de camino a mi sitio en la calle y se despide con gracia para evitar sospechas. Ella es …

—Dulce como la miel.

—¿Qué cosas dices? —inquiere evidentemente enfadada. Me sorprendo al haberlo dicho en voz alta.

—Perdón yo pasaba por aquí…

—¿Algo le paso a Lucia?

—No —respondo.

—¿Te pidió que vinieras por mí? ¿Quiere que vaya a su casa?

—No, ella en realidad…

—Si no es así Hugo ¿Qué haces aquí? —cuestiona con voz firme.

Por instinto estoy dispuesto a usar un poco de coquetería, sin embargo, Marina parece ser inmune a esta. Primero debo desenredar ciertos nudos antes de halar de ese hilo que nos une a ambos.

—¿Sabías que vivo a cuarenta minutos de aquí?

—¿Qué relación tiene conmigo y el hecho de que te encuentres aquí?

—¿No resulta bastante obvio? —pregunto dando un paso adelante hasta sentir que su aroma floral llega a mis fosas nasales—. He conducido y esperado bajo la nada amable mirada de todo el equipo de seguridad de esta escuela con el objetivo de poder estar un rato contigo.

Mis palabras tienen un resultado y ella jadea, sus mejillas adquieren un tono rosa fascinante. Mi mano se mueve por voluntad propia y la acerco a su rostro, pero antes de tener ese privilegio ella reacciona alejándose.

Lo conseguiré, estoy seguro.

Fui bastante directo, lo reconozco, pero por lo menos así puedo inspeccionar el campo de batalla y el sitio en donde me encuentro.

—Hugo…

—Sube al auto, ya que estoy aquí lo mínimo que puedo hacer es acercarte a tu casa —indico.

—No es necesario —titubea, pero veo como ese muro tambalea ante mi potente brisa. Quiero derribar esas paredes —. No estoy de humor para esto.

—Insisto, es una propuesta indecente… perdón inocente —corrijo.

Marina me observa nuevamente con desconfianza, los segundos me parecen eternos y a mayor tiempo transcurre, mis posibilidades disminuyen.

—Prometo que no haré nada extraño —aseguro.

—No quiero ningún truco —me sorprende su respuesta y ella procede a subir al auto de prisa.

Un viaje en auto. No es una cita, un pícnic o placenteras vacaciones, sin embargo, este tiempo me basta por el momento. Lucia está próxima a dar a luz, pronto seré un orgulloso tío y durante estas últimas semanas he tenido que alejarme de Marina. Compenso todas este tiempo y aprovecho la cercanía para verla cuando ella esta distraída.

—Tu mirada pesa una tonelada —declara volteando a verme con ojos retadores. Menos mal estamos en un semáforo en rojo, de lo contrario habría chocado. La observo complacido y volteo para no molestarla.

Conduzco por las calles y descubro un embotellamiento a unas cuantas calles. Tomo una vía alterna con el fin de rodearlo.

—Te dije que no quiero sorpresas —reafirma—. ¿A dónde me llevas? Quiero ir directo a mi casa.

—Tranquila, solo es otro camino. Solo confía en mí.

—Confiar en ti, por supuesto —bufa.

—¿No merezco tu confianza?

—Sabes perfectamente lo que hiciste Hugo y no volveré a caer en esos estúpidos juegos —farfulla.




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