Aprendiendo a amar

Capítulo 29: Una Oportunidad

Cris

¿Qué demonios había sucedido?

Intento mantener la calma cuando observo a mi primo irse con su séquito de abogados. Desconozco cuál era su objetivo, sin embargo, algo me dice que todo esto es producto de un malentendido por meter las narices donde nadie lo ha llamado.

Mi atención regresa a la mujer enfundada en un vestido blanco que resalta un cuerpo que se desconoce de aquel con el que solía saciarme e incluso más. Ahora u antes, mi cuerpo traicionero sigue reaccionando a su presencia de forma primitiva.

—Querías hablar, entonces hazlo —rompe el silencio sacándome de mis pensamientos—. ¿Qué es lo que quieres, Cris?

—Yo quiero discutir ese pequeño asunto que tenemos pendiente, Lucía —respondo con voz firme —. Sé que hace unas semanas has dado a luz y tengo todo el derecho de creer que ese niño…

Las palabras se pierden en el aire y mi mente queda en blanco. Mi mejilla arde y volteo desentendido hacia la mujer que me observa con rabia.

—No tienes derecho sobre nada, Cristofer —farfulla señalándome.

—¿Qué es lo que te sucede? —cuestiono y cometo el error de sucumbir a esa parte de mí que me ha llevado a perder más de lo que puedo admitir.

—¡Sucede que nos pusiste en peligro a mí y a mi hijo cuando decidiste aparecer en el hospital! —reclama —. ¿Qué te sucede a ti, Cris? ¿No te basto con la forma en la que te deshiciste de mí, querías asegurarte de que siguiera sufriendo? ¿Por eso me buscaste?

Esos ojos…

Me fastidia la nueva forma en la que sus ojos me recorren, el tono que usa y esa barrera que ha puesto entre nosotros dos. Intento serenarme, mi objetivo es que acepte mi acercamiento y debo ser más astuto con mis palabras.

“No suenes como si estuvieras cerrando un contrato”

Peleo con mi subconsciente en busca de la respuesta adecuada. Siempre fue así con ella: pláticas formales en la oficina y susurros en la habitación. Debo ceder.

—Lo siento… —es lo único que puedo articular.

—No lo sientes, Cris. Solo sientes culpa, pero te pido de favor que lo dejes —. Sus palabras me cortan por completo. Jamás habría imaginado esta faceta de Lucía —. Puede que no sea millonaria, pero mi hijo se encuentra en buenas manos, así que quédate tranquilo en ese aspecto. Soy consciente de que tus únicas prioridades son tu empresa y tu prometida. Me niego a mendigar tu tiempo, por lo tanto, deja este arranque de culpabilidad y sigue con tu vida, por favor. Nosotros estaremos muy bien —concluye antes de darse la vuelta para dirigirse a la puerta.

Mis alarmas se encienden, llego al mismo tiempo que ella, evitando que la abra. Mis brazos se encuentran a ambos lados de su cabeza, Lucía permanece de espaldas y distingo cómo su cuerpo tiembla.

—Lo siento —repito y por instinto busco ese contacto con su piel, pero ella se da la vuelta impidiéndolo.

En mi consciencia taladran esos ojos húmedos que me observan con tristeza y rabia.

—No, Cristofer —murmura—. No sabes cómo me siento.

—Lucia, lo intento. Hablemos, nunca te había visto reaccionar de esta forma…

—¿De qué forma esperas que reaccione? Me dices que lo sientes, Cristofer, entonces ¿Cómo te sentirías si la persona que te ha hecho daño te amenazará con quitarte a tu hijo?

—¡No te estoy amenazando! —corrijo con rapidez —¡Esa no es mi intención!

—¿Entonces qué quieres?

Jamás había tenido que justificar o dar cuenta de mis acciones. La única excepción había sido el abuelo y era porque él me había dado todo para convertirme en quien soy.

Ahora sentía que mi vida peligraba y todo dependía de una respuesta.

Lucía bufa y se voltea con intenciones de marcharse nuevamente. Esta vez la detengo del brazo atrayéndola a mí.

—Fui a verte al hospital porque descubrí tu embarazo —me sincero y la sorpresa en su expresión borra ese entrecejo fruncido que empezaba a molestarme—. Quiero a mi hijo, quiero estar presente para él.

—Te lo repito, mi hijo no va a pelear por tu atención…

—No lo hará —decreto. Su rostro está cerca y decido ignorar ese instinto que quiere tomar sus labios y de esta forma traducir lo que realmente quiero decir.

—¿Qué hay de los abogados? —cuestiona.

—¿Qué abogados?

—No soy tonta. Te conozco, Cristofer, recuerda que solía ser tu secretaria. No pretendas engañarme para luego pelear por la custodia de Mateo.

Mateo.

Ya lo sabía. Me había esforzado por recopilar todos los detalles relacionados a los dos apenas puse un pie fuera del hospital, pero escuchar de sus labios el nombre de nuestro hijo despierta partes de mí que creía perdidas.

—No hay ni habrá abogados de por medio, únicamente para reconocer a mi hijo como tal —aseguro—. No busco engañarte Lucía, solo quiero estar cerca…

De ambos.

—Quiero estar con él, aunque dentro de unos años no recordará estos días, pero que sepa que su padre siempre estuvo ahí y siempre lo estará —declaro con honestidad.




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