Marina
Los juicios y palabras de mi anterior relación produjeron ciertas inseguridades en mí misma. Aunque yo observaba algo diferente al espejo, las palabras de mi ex prometido eran lo suficientemente letales para distorsionar mi perspectiva hasta deteriorarla, satisfaciendo así, su gusto bizarro por hacerme sentir inferior.
Habían sucedido suficientes cosas en mi vida para considerar que esa era mi realidad, por muy cruel que fuese. Que mi vida estaba destinada a diferentes tipos de carencias, siendo la económica la menos dolorosa.
No obstante, en unos cuantos meses, esos humildes deseos que guardaba en mi interior se hicieron realidad cuando me encontré con un hombre que no solo se esfuerza cada día por alejar la melancolía de mis ojos, sino también de hacerme sentir escuchada y valorada.
Lo más primordial, reconoce sus errores y lucha por aquello que realmente quiere.
Hugo no es perfecto, sin embargo, esos defectos suyos también son el motivo por el cual despierto entre sus brazos cada mañana. Me sujeta como si temiese mi huida y me acaricia con delicadeza.
—Buenos días —susurra en mi oído a sabiendas de lo que despierta en mí —. Te extrañé mucho.
—Pero si hemos dormido juntos, vivo contigo.
—Así es, pero te extrañé mientras dormía también.
Puede que solo esté jugando o sea producto del sueño, pero admito que me gusta escucharlo decir esas cosas.
Me convenció de mudarme aquí con la excusa de que sería más seguro, considerando que mi ex volvió a aparecer ebrio en mi apartamento pidiendo perdón. Es curioso, cuando no tienen la atención de la amante, regresan pensando que serán bien recibidos.
—¿Qué quieres desayunar? —inquiero lista para empezar la jornada.
—Me apetece algo diferente hoy —contesta apretando ciertos sitios que disparan el calor de mi cuerpo—. ¿Qué opinas de un desayuno en cama? —dice deslizando sus labios hasta mi cuello.
—Recuerda que debo llevar mi auto… —intento resistirme, pero con Hugo es imposible. En cuestión de algunas caricias y besos nos encontramos envueltos en una bruma de pasión que jamás había experimentado.
Hugo en poco tiempo ha aprendido aquello que me gusta y disgusta, hemos probado diferentes cosas y en todas ellas me hace sentir una mujer completa y satisfecha.
—¿Te apetece un postre para llevar? —juguetea cuando busco un espacio para huir e iniciar mi rutina diaria. Este me toma del brazo para llevarme nuevamente a la cama, pero el estruendo en la cocina nos inquieta en seguida —. Demonios, había olvidado que está aquí.
Reviso el reloj y faltan unos minutos para las siete de la mañana.
—¿Quién está aquí?
—Cristofer, tuve que recogerlo anoche de casa de Lucia —explica mientras busco ropa para vestirme.
La vergüenza carcome mi cabeza cuando pienso en que posiblemente nos escuchó mientras estábamos…
—¿Qué te sucede? —pregunta Hugo siendo incapaz de omitir cualquier detalle con lo que respecta a mí—. ¿Por qué tu rostro está rojo?
—¿Nos habrá escuchado y por eso despertó?
—Demonios —murmura—. No te preocupes cariño, lo solucionaré o más bien Lucia lo solucionará. Ambos se reunirán aquí en la mañana, parece que mi primo finalmente sentara cabeza.
Me ensombrece el hecho de que ahora ambas partes se encuentren discutiendo términos, sin embargo, me alegro de que mi amiga finalmente haya encontrado un punto que le proporcione paz.
—Iré a prepararme —comento antes de ir al baño. Escucho a Hugo salir de la habitación y prosigo planeando mi agenda de esa mañana.
Puede que la presencia de su primo me haya tomado desprevenida, no obstante, me resulta conveniente considerando que Hugo es capaz de convencerme de quedarnos en esa cama todo el día.
Al salir ya no encuentro a mi novio y su primo, descubro una nota sobre la mesa de la cocina diciendo que tuvieron que salir a hacer ciertas compras. Sin más retrasos, tomo las llaves y emprendo camino al centro de la ciudad.
Conduzco hasta llegar a ese familiar taller de mecánica. Al bajar siento todas las miradas en mi persona, ya que usualmente este sitio está plagado únicamente de hombres o esposos que traen los coches de sus mujeres. Me dirijo hacia el único mecánico que nunca me ha tratado como una estúpida cuando hago preguntas respecto a los sonidos extraños que hace mi coche.
—Tomás —lo saludo y él me recibe cordial como siempre. Nunca lo he visto sonreír a nadie aparte de su propia familia, es un hombre servicial y muy considerado, sin embargo, reconozco esa particular tristeza en sus ojos —. Está haciendo sonidos nuevamente.
—No hay problema, estaciónalo aquí —indica.
Tomas se mantiene ocupado durante todo el tiempo y yo me dirijo a la sala de espera. Después de dos horas me llama y explica lo que ha sucedido con el auto, recibo ciertas indicaciones de mantenimiento y con eso concluimos.
—Gracias Tomás.
—No hay de que, si necesitas cualquier cosa llámame. Has apoyado mucho a mi hermana y aprecio que esté rodeada de buenas personas.