Cris
—Debiste haber aceptado la paliza —comenta Hugo antes de arrojar una de mis camisas a la maleta.
—No tenía otra opción, de responder el golpe habría lastimado a Lucia —me justifico recordando el motivo por el cual mi mandíbula todavía duele.
—No lo escuches, creo que es la decisión más sensata que pudiste haber tomado Cristofer —contesta Marina mientras dobla con delicadeza la camisa que Hugo arrojo dentro de la maleta.
Tenía planeado regresar a mi casa para empacar lo necesario, sin embargo, mi primo decidió seguirme y con su acompañante. Apenas me quedaba algo de tiempo y quería evitar llegar tarde, no por mi violento cuñado, sino porque no quiero decepcionar a Lucía desde el principio.
Todavía no me acostumbro a la presencia de otras personas dentro de mí círculo, por lo que la convivencia familiar me preocupa aún más.
—Disculpa, no es necesario… —estoy a punto de detener a Marina, cuando Hugo descubre mis intenciones y me observa con una ferocidad jamás antes vista.
—Le dices algo y a la próxima que te echen de un lugar duermes en la calle —me amenaza.
—Lo lamento, yo solo quería ayudar —reacciona Marina al descubrir lo incómodo que me resulta que esté doblando mis prendas.
—No le hagas caso cariño, está aprendiendo a desenvolverse como un ser humano normal —le explica burlándose de mí—. Todavía le cuesta un poco ser agradecido.
Pese a que suena como una broma, algo dentro de sus palabras causa cierta inseguridad en mi interior. El temor de fallarle a Lucía y mi hijo palpita con fuerza en mi pecho, obligándome a mantenerme más atento.
No planeo convertirme en alguien que complace a las personas, sin embargo, algo de razón tiene Hugo. Estoy aprendiendo cosas básicas que siempre observe a mi alrededor, pero que nunca practique.
—Es útil tu ayuda —respondo en un intento de no sonar cruel.
—En su idioma quiere decir “Gracias” —añade Hugo confortándola—. Cariño, que te parece si vas a darle una vuelta a esta cueva, te prometo que no hay monstruos en las esquinas.
—¿Estás seguro? —inquiere volteando a verme en espera de mi autorización.
—Está bien —contesto, dándole lugar a una inspección por mi casa.
Me mantengo enfocado en ordenar lo necesario e incluso guardo los libros de cuidados infantiles en mi maleta.
—Realmente pensé que este día nunca llegaría. Que probablemente podría ser una broma de la inteligencia artificial, pero mírate, empacando para finalmente empezar una familia.
—Estás muy parlanchín hoy, más de lo habitual.
—Cris, lamento tener que decir esto, pero esa paliza que te dio Tomás era un mal necesario —comenta arrojando mi cepillo de dientes —. ¿De qué hablaron cuando se fueron de paseo?
—Lo usual, me amenazo y dijo que el único motivo por el cual no había terminado conmigo era su hermana. Que la única forma en que permitiría que conviva con Lucia y mi hijo seria bajo el techo en el que ella creció.
—Te acorralaron —señala Hugo—. ¡Wow! Él en serio esperaba que eso sería suficiente para que te marcharas. Eso es jugar sucio.
—Pero aquí estoy, empacando para mudarme porque…
Porque los meses sin su presencia han sido terribles y las semanas, consciente de que la abandone cuando ella llevaba a nuestro hijo, fueron las peores de mi vida.
—Porque ellos me importan.
—Sin duda alguna, ustedes se llevarán muy bien —dice dejando caer en uno de los sillones aburrido de su nada ardua labor —. Son igual de cabezotas.
Termino de arreglar lo que necesito considerando el tamaño de la casa de Lucia y cierro la maleta.
—¿Tienes un plan? —pregunta Hugo con un aire de seriedad—. No pensarás en quedarte en la casa de tu suegra y tu cuñado para toda la vida.
—Por supuesto que no, ya lo había pensado y ese es otro motivo por el cual estoy haciendo esto. Necesito ganarme la confianza de su familia para poder sacarla de esa casa.
—Te preguntaba por un plan, pero lo que tú propones es una misión imposible —se burla.
—Yo creo que es un buen plan —interviene Marina ingresando nuevamente a la habitación.
—Si piensas seguir con esa actitud, la convertiré a ella en mi prima —señalo enfadado.
—No te preocupes, terminarán siendo familia, te guste o no —refuta antes de depositar un beso en su frente.
Me quedo callado y simulo concentrarme en otra cosa, pero debo admitir que siento envidia de la naturalidad con la que demuestran afecto.
Espero no meter la pata y llegar a disfrutar algo así con Lucía.
Lucia
Se había establecido una ley del hielo en la casa.
Mi hermano no ha pronunciado palabra alguna desde que llegamos, pero sus ojos lo decían todo y estos permanecían sobre mí todo el tiempo. Mi madre se mantiene ocupada en la cocina, entusiasmada con la idea de una visita que todavía es desconocida para ella.
—¿Mamá, quieres que te ayude? —pregunto preocupada por su dolor.