Apsara

CAPÍTULO 3

La primera vez que vi a Alec Nuvis, estaba desangrándome en el suelo de una logia de hechiceros. No sentía la mitad de mi cara, hace tiempo que el dolor había sido demasiado insoportable; mi cuerpo estaba maltratado y la sangre en algunos lugares había comenzado a secar mientras que en otros se sentía cálida, escapando de mi cuerpo diminuto mientras un grupo de hombres, de monstruos, observaban todo el espectáculo entusiasmados; impacientes por llenar sus estómagos con mi sangre drenada, de llenar sus sucias venas con mi poder, con el poder que me robaban.

La primera vez que vi a Alec Nuvis, creí que era un ángel.

Lo cual es comprensible, ya que yo me estaba muriendo. Alec estaba en el grupo encargado de rastrearme y reclutarme antes de que los hechiceros terminaran su trabajo; y casi habían fallado. Pero no lo hicieron; fui su primera misión después de jurar, y no falló. Me salvó. Mató a mis demonios torturadores. Me rescató y me trajo a la Academia con la promesa de protección, de entrenamiento para que jamás vuelva a ser esa chica indefensa en el suelo; jamás derribada, jamás marcada.

Alec Nuvis fue mi ángel vengador; y nunca fui capaz de agradecérselo porque todo lo que podía recordar cuando lo veía era a mí misma, tirada y resignada, ansiando la muerte.

Y ahora no había forma de que escapara de él.

 

 

 

—¿La vas a cuidar? —pregunté, totalmente seria.

—Con mi vida —juró Mason, llevando una mano a su pecho, reforzando el juramento.

—¿La amarás y protegerás como si fuese tuya?

—Lo juro con mi vida. Si miento, que se levanten los dioses del abismo y me encadenen ahora y por toda la eternidad a la más ardiente de las fosas.

Lo observé, dudando de si ese juramento sería suficiente; quizás podía pedirle un poco de sangre. Un pacto de sangre siempre era confiable…

—Blackthorn, tenemos que irnos.

Me tensé ante la voz sobre mi hombro, pero no me giré; le aseguré a Alec que enseguida iría y miré hacia Mason, necesitaría la sangre, lo sabía.

Mason habló antes de que pudiera exigirle el juramento.

—Marin —puso sus manos en mis hombros, apretando confortablemente —, cuidaré de tu motocicleta mientras estés fuera, no te preocupes.

—¿Lo juras?

Negó como si no estuviera dispuesto a jurar otra vez, pero entonces me acercó a su pecho, envolviéndome fuertemente. Siempre era así cuando me iba, nunca diría nada comprometedor, pero estos abrazos lo decían todo. Adiós, miedo por mi partida, miedo por no regresar.

—Lo juro —susurró contra mi velo, como si la palabra contuviera más que una simple promesa de proteger lo único que me pertenecía en este mundo.

Le devolví el abrazo uno, dos, tres segundos; entonces lo aparté. Podía sentir el peso de una mirada sobre nuestro espectáculo de afecto y no estaba segura de cómo eso me hacía sentir. No estaba dispuesta a descubrirlo ahora.

—Te veré pronto, Mason.

Su mirada recorrió mi velo, como si quisiera memorizar incluso eso.

—¿Lo juras? —susurró, medio en broma, medio en serio.

No juré, porque no era algo que podía asegurar; y él lo sabía.

Ninguno de nosotros podía asegurar que seguiría allí cuando el otro regresara.

—Tengo que…—señalé sobre mi hombro, Mason asintió.

—Ve, no hagamos esperar al príncipe.

Sonreí, aunque no pudiera verme, supuse que lo supo porque me devolvió la sonrisa, aunque los bordes de éstas estaban tensos, era una despedida después de todo; y podía ser la última.

Retrocedí hasta la camioneta que me esperaba, el motor ya encendido. No miré hacia el conductor mientras cerraba la puerta del acompañante y me abrochaba el cinturón; me negué a mirar a Mason, no quería ver su expresión si demostraba nostalgia, quería recordar su sonrisa.

—Aquí vamos.

Su voz me estremecía, incluso en una frase simple. Siempre lo había hecho.

El príncipe.

Era el susurro de los pasillos, el mote que se había ganado no sólo por alcanzar un rango tan alto entre los caminantes siendo tan joven, apenas veintitrés años, sino que su padre, el dios del fuego, el rey del calor y todo lo que arde, lo reclamó con orgullo.

Nuvis lo quería, como hijo. Un dios que no odiaba a su descendencia; era algo por lo que alardear, en verdad. Así que, sí. Alec era un príncipe, de llamas y cenizas. De todo lo que arde y se propaga.

—¿Nos encontraremos con el resto allí? —pregunté, aunque mis ojos seguían en el paisaje natural, pronto entraríamos en los pequeños pueblos, y después en las grandes ciudades; estos paisajes tranquilos duraban poco en mi mundo; las personas que buscaba siempre estaban en los lugares más bulliciosos.

—Así es. Nos dirigimos a Norwich, pero antes necesitamos pasar por Londres, dos compañeros nos esperan ahí, rastreábamos un objetivo cuando recibí la orden de volver.



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En el texto hay: romance paranormal, dioses, magia

Editado: 09.11.2023

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