No terminaba de anochecer cuando recorrí las calles más transitadas de la ciudad, y eso me tenía alterada.
Alec, confiando en mí, se quedó dormido después de que insistiera que podía conducir las horas que quedaban hasta nuestro encuentro con los integrantes de su equipo. Conocía bien las calles y vueltas, casi todas mis misiones habían tenido lugar en Londres, después de todo. No era la idea de perdernos lo que me mantenía vigilando, no. Sabía que nos llevaría allí, el problema era que había demasiada luz.
No me gustaba, prefería el abrigo de la oscuridad.
No era difícil de entender, yo era diferente. No sólo por quien era, sino también por cómo me veía. Y esta vez, no hablaba de mis marcas. Usaba un velo facial, ocultando mi rostro por elección, me habían quitado muchas elecciones, no iban a quitarme ésta. Pero eso no evitaba que la gente me juzgara.
En la misericordia de la noche podía moverme entre sombras, podía ser invisible. No podía hacer eso a plena luz del día, quizás si fuesen pocas personas; podía hacer que vieran lo que yo quisiera entonces. No era lo mismo en una gran ciudad, eran demasiadas mentes para convencer.
No podía ser invisible con tanta luz.
—Puedes detenerte en el siguiente estacionamiento —la voz a mi costado me hizo saltar, maldiciendo en voz baja por olvidar que tenía compañía, ¿en qué momento despertó? —, les enviaré un mensaje para que nos encuentren, no están lejos.
Hice lo que dije, no sin cuestionar.
—¿Cambió algo? Creí que los encontraríamos nosotros…
—No es necesario —dijo Alec, acomodándose en el asiento del acompañante, gruñendo por sus largas piernas dobladas, pero noté que había menos cansancio en sus rasgos. Aparté la mirada cuando su atención volvió a mí —, estás incómoda.
¿Qué?
Lo miré.
—Lo siento —se disculpó, ya era la segunda vez que lo hacía, y no seguía sonando como algo que dijera a diario —, sé que no es mi asunto, pero noté la forma en que te tensaste apenas ingresamos a la ciudad, la manera en que te aferras al volante con más fuerza si pasamos cerca de un control policial; no te sientes cómoda moviéndote por la ciudad durante el día —sus ojos viajaron por mi velo, demostrándome que había adivinado el por qué.
—Tienes razón —me tensé —, no es asunto tuyo.
Asintió, como si no hubiera esperado alguna explicación, confundiéndome más.
—Pensé que estabas dormido —me quejé, cuando el silencio fue demasiado.
Sonrió, la ironía adornando la mueca.
—Nunca estoy dormido del todo —eso llamó mi atención, pero antes de que pudiera indagar en ello cambió rápidamente de tema —, además tu forma de conducir deja poco margen para conciliar el sueño.
Hice un sonido indignado, causando que soltara una risa, la ironía desapareciendo.
—No estoy acostumbrada a conducir coches —abogué a mi favor.
Se mordió el labio, distrayéndome, como si lo siguiente no fuese algo que estaba seguro de querer preguntar, o saber.
—¿Es por eso que prefieres las motocicletas? —me sorprendí de que supiera eso de mí, me sorprendía que supiera demasiado —, de nuevo no es mi asunto; pero te escuché pidiéndole a tu…novio que la cuidara por ti.
Lo observé en silencio, agradeciendo el velo que ocultaba la incredulidad que sentía ahora mismo.
¿Alec Nuvis quería saber si estaba disponible?
Tal vez seguía soñando, después de todo.
Abrí la boca para responder, ¿qué? ¿sí, le pedí a Mason que cuidara de mi bebé en mi ausencia? ¿no, Mason no es mi novio? Pero antes de que pudiera formular cualquier cosa, la puerta de atrás se abrió, exaltándonos a ambos.
Mucho para los mejores caminantes y todo eso.
—Maldición —exclamó una voz, sorprendentemente aguda para manejar tal vocabulario —, ya era hora. Me estaba congelando el culo allá afuera.
Antes de que cualquiera pudiera responder, la otra puerta se abrió, un enorme cuerpo luchó por ingresar a la camioneta, un bulto cuidadosamente protegido en sus grandes brazos.
—Es tu culpa —reprendió la gruesa voz, la tranquilidad que emanaba ese simple regaño me tuvo alzando ambas cejas —, insistes en no usar suficientes abrigos.
La primera invasora se limitó a bufar, mis ojos fueron a su pequeña figura notando que efectivamente, apenas llevaba una chaqueta de mezclilla llena de agujeros. Su cabello llevándose toda la atención en un color verde neón.
Entonces, ambos parecieron notarme en el asiento del conductor, finalmente.
—¿Quién carajos eres tú?
Sentí a Alec tensándose, quizás preocupado porque el insulto me afectara; pero me tomo dos segundos en presencia de esta chica para comprender que esta simplemente era su forma de hablar; sin malas intenciones detrás.
Por su parte, su acompañante grandulón se limitó a observarme con abierta curiosidad en sus ojos esmeralda.