Capítulo 2:
Los días pasan y el dolor persiste.
Gyeonggy
Hannam-dong, Seúl
Las ventanas permanecían cerradas, la llave a medio cerrar dejaba caer gota tras gota de agua en el fregadero, y un cuerpo masculino tirado en el sofá bebía sorbos de whisky lentamente. Seo-hyun estaba hecho física y mentalmente un desastre total. Ya era el momento de aceptarlo.
El funeral de Ha-hyun había sido no menos que devastador, apenas hace tres semanas y él no lograba recuperarse. No es como si el mes transcurrido pudiera clasificarse de forma positiva en algún sentido y extensión de la palabra. La habitación aún tenía el aroma de su amante fallecido y la ropa que dejó aquel domingo de octubre, permanecía colgada en el clóset. Seo-hyun tenía miedo de mirar demasiado tiempo, sentía que las prendas se burlaban de él y los recuerdos no eran menos crueles. Pese a la verdad que no podía negarse, entre las cuatro paredes de su hogar aún persistían las imágenes de un Ha-hyun sonriente la mayor parte del tiempo, cálido de vez en vez y en rara ocasión, cariñoso. Así ha sido el último tiempo.
Los padres de Ha-hyun no tomaron bien la noticia, llorando a su hijo amargamente ante sus ojos. Los señores Seok lo abrazaron y consolaron, recordando cuánto su hijo lo había amado en vida, cómo siempre lo tuvo presente y sobre todo, brindó todo su amor. Él podría haber actuado como un total hijo de puta al respecto y decirle las verdades que guardaba en lo profundo de su pecho. Decirles que si bien su hijo sintió muchas cosas por él, ninguna de esas fue amor. No durante los últimos meses. Posiblemente años. Que mientras Seo-hyun lo hacía trabajando, él se iba de viaje con su amante, y que durante esa escapada, la muerte había tocado su puerta.
Pero Seo-hyun no era así, él asintió y tragó toda su pena, enterrando a Seok Ha-hyun como un hombre leal y amoroso. Seo-hyun decidió que todo lo que había descubierto moriría con él.
Seo-hyun se había llevado las pertenencias a casa después de esa noche, desterrando los bultos a una esquina que miró atentamente durante tres largas noches antes de reunir el valor de destruir lo poco que le quedaba. Esperanza. La esperanza de que todo fuera mentira. Que la evidente traición que se presentaba ante sus ojos fuera una treta y que él, había enterrado al amor de su vida y no a un vil mentiroso. Pero no fue así.
Los mensajes de Ha-hyun a Tae-joon eran nauseabundos, cargado de un erotismo soez y bromas hacia su persona. Mentiras planeadas y sobre todo, palabras cargadas de amor que él había dejado de escuchar hace mucho tiempo. Cada palabra leída se sintió como un puñal clavado en su pecho, aunque nada tan doloroso como los audios donde la dulce voz que tanto adoraba le decía “Te amo” a otro.
El teléfono no sobrevivió a su furia, tampoco algunos muebles y parte de la vajilla. Y sí, él gritó, maldijo y rio lleno de pena. Pero nunca, ni una sola vez, se sintió bien y en paz consigo mismo. La sensación de angustia y pena era un monstruo asqueroso y malévolo que lamía su piel y colaba en lo profundo de su alma. Creando pensamientos oscuros y horribles que no lo hacían sentir mejor consigo.
Ahora, a casi un mes, un entierro y al menos tres botellas de alcohol, Seo-hyun seguía sintiéndose igual de miserable y solo que cuando estaba junto a Ha-hyun. Su pecho dolía y su vientre se quemaba en un río de dolor y decepción fluyente. Él, tan tonto y ciego, no había visto las señales, aferrado a un cuento de hadas que ya no existía. Y que él, pobre tonto, se empeñaba en recuperar.
La línea telefónica fija sonó una vez más, timbre tras timbre hasta que se activó el contestador. «Seo-hyun,» resonó la voz de su mejor amigo. «Soy yo, otra vez. Sé que no quieres hablar con nadie, pero me niego a dejarte solo. Llámame, estaré pendiente. Han pasado semanas desde la última vez que te vi. Si no lo haces hoy, iré a buscarte»
Él mensaje terminó y con ello, otro trago bajó por su garganta. Kim Nam-seok era su hermano, por decirlo de alguna forma. Se habían criado prácticamente juntos y aunque era su mayor, tal cosa no presentó un problema. Seok Ha-hyun trabajaba en la firma de abogados “Kim y Asociados”, por lo que comenzar a compartir entre los tres, se sintió natural con el paso del tiempo. La familia Han y Kim tenían una larga historia de hermandad. Seo-hyun estaba agradecido por eso. También molesto por no haber escuchado a Nam-seok y sus opiniones nada dulces sobre Ha-hyun.
Nam-seok se enteró de lo sucedido el mismo día que Seo-hyun se desmoronó por completo entre las cuatro paredes de su departamento. Él no dijo mucho, prestó su presencia y hombro. Seo-hyun estaba malditamente agradecido por eso. Él no tenía a nadie. Su familia apenas lo toleraba, y no mostraron simpatía alguna ante su pérdida. Por primera vez, Seo-hyun estaba agradecido al respecto, aunque no se hubiera quejado si hubiesen maldecido a Ha-hyun por haberle engañado y provocado tanto dolor.
Un tragó, otra botella y con la caída de la tarde, continuaba el lamento.
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Editado: 08.02.2025