Capítulo 7:
Los últimos días del año.
Seúl, Corea del Sur.
Los últimos días del año finalmente han llegado, los días y las noches han pasado sobre la ciudad y la vida de sus habitantes. Días plagados de tristeza y júbilo, de lágrimas y sonrisas, pero al final, ¿qué es si no la vida humana? ¿Caer ante las adversidades y tomar fuerza con el impulso de la fe y la determinación para levantarse? Eso es parte de estar vivo.
Si hace dos meses le preguntaran a Han Seo-hyun sobre su vida, respondería con tres simples palabras: Ha-hyun, restaurante y Esperanza. Su relación, trabajo y el intercambio con su familia–aunque precario–era todo lo que tenía. La esperanza de que en algún momento ellos vieran el hombre en que se había convertido y el camino que había labrado por sí mismo. La chispa de anhelo encaminado a que su relación fuera la misma que hace tanto y que su pequeño negocio creciera y fortaleciera ante la sociedad. Pero ahora las cosas han cambiado. ¡Y como han cambiado!
Seo-hyun desvió la mirada a un lado, abriendo la puerta del auto en cuestión de segundos. La nieve fría arropaba toda la ciudad, obligándolos a cobijarse y buscar calor. Una mata de pelo oscura tomó lugar a su lado, una de labios abultados y rostro ovalado, de piel clara y sonrisa brillante. Seo-hyun sonrió como un idiota, solo un poco emocionado de verlo, incluso si apenas ayer habían compartido un par de horas en la compañía del otro.
—Hola, señor Han —saludó su acompañante con una expresión jovial y sincera. Seo-hyun sonrió viendo a Ji-hyun intentando entrar en calor. Pese a que la calefacción del auto estaba puesta, necesitaría un par de minutos para acostumbrarse—. ¿Espera a alguien?
—Eso parece. Creo que no llegará.
Ji-hyun alzó la comisura de sus labios con orbes brillantes, unos que enviaron corrientes cálidas a su pecho.
—Su pérdida —sonrió, alzando el mentón con una mueca de reproche en los labios—. Mira que dejar plantado a un partidazo como tú.
—Oh, cállate.
La risa de Ji-hyun fue estruendosa, hermosa y brillante, como todo en él. Seo-hyun estaba tan agradecido de haberlo conocido, pese a todo el torbellino que circulaba alrededor de ambos en aquel entonces. Ji-hyun encendió la radio en la estación de música, tarareó y movió en su asiento como si estuviera en una pista de baile y él fuera el bailarín principal, invitándolo a cantar como si no hubiera un mañana mientras se habrían paso por las calles nevadas de la gran Seoul.
Seo-hyun suspiró de puro placer, con la luz del semáforo en rojo y la felicidad burbujeante de Lee a su lado. Con Ji-hyun, incluso los silencios eran cómodos. Melodías del silencio que lo hacían sentir a gusto.
—¿Todo bien? —preguntó. Seo-hyun pestañeó, dándose cuenta de que se había relajado sobre el volante y dejado vagar su atención sobre la figura de Ji-hyun. Los ojos avellanas parecían curiosos, pero después de días de convivencia, Seo-hyun también podía discernir un poco de diversión.
Los últimos días con Ji-hyun se resumen en risas sinceras, silencios agradables y anécdotas tontas. Eran simples y hermosos momentos que le recordaban la verdad de la vida. No hay nada como estar rodeado de personas que aporten todo eso en tu vida. Paz, respeto y cariño.
—Todo bien —aseguró.
Seo-hyun no había dejado de trabajar, tomando hoy treinta y uno de diciembre, los pedidos hasta la cena de las siete, pasando a arreglarse después de cerrar para ir a recoger a Ji-hyun. Hoy la reunión fue auspiciada por la pareja Min-Jung. Los jóvenes tórtolos se habían adueñado de un nuevo lugar que ansiaban estrenar. “¿¿Qué mejor oportunidad que esta?” había dicho Sok, acompañado de un “Aprovechen mi buena fe” de un Jae-joong muy cansado de tener adultos que parecen niños con exceso de azúcar a su alrededor.
Seo-hyun amó escuchar la anécdota de los labios de Ji-hyun. El joven hablaba mientras hacía pausas porque no podía contener la risa o golpeaba su brazo cuando la emoción era demasiada. Según Nam-seok, Lee era un alma pura, “Que más te vale no dejes ir, Han” había dicho su mejor amigo. “Estoy intentando que Seok-min caiga en mis brazos, pero es una cosita bonita y obstinada. Todo tiene que quedar en familia” agregó muy serio mientras bebía su décima cerveza.
Seo-hyun no quería hacerle oídos a las palabras de un borracho, pero estos nunca mienten, ¿verdad? Cómo fuera, las cosas estaban bien. El recuerdo de Ha-hyun era una herida de guerra, en la que pensaba de vez en vez, que aún en lo profundo de su corazón estaba cicatrizado, pero ya no sangraba. Seo-hyun estaba cien por ciento seguro que podía sobrevivir a ello.
“Ya no luces tan triste” había murmurado Ji-hyun la noche anterior, con un vaso de soju en su mano y la música de fondo. Seo-hyun apretó los labios y asintió. “No hay tiempo para estar triste cuando tienes a quien querer” había respondido. Y Ji-hyun sonrió, lentamente y hermoso, porque él le había dicho esa frase una vez tuvo el coraje de preguntar ¿Cómo fue para él? ¿Cómo sobrevivió a todo este desastre?
—Llegamos. Justo ahí —indicó Ji-hyun, señalando a la puerta de una pequeña casa en los suburbios. Cálida, con nieve alrededor y un muñeco de nieve enseñando el dedo medio de una forma muy orgullosa. Eso tenía que ser obra de Jae-joong. Y joder, a Seo-hyun le encantaba.
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Editado: 08.02.2025