Aquella vez que el sol desapareció

Capitulo 5: El Teatro Independencia

Una luz radiante amarillenta traspasó sus cansados párpados cerrados, revelándole pequeñas figuras sin forma danzando en su campo visual, como si protestaran ante su descanso. Lentamente, abrió los ojos tras un largo sueño, y un desorientado y malhumorado Guillermo despertó.

—¿Dónde... dónde estoy? —Murmuró Guillermo, mirando a su alrededor. Aquella luz que lo había despertado provenía de una antigua lámpara de pie ornamentada con pequeñas figuras, ubicada a su izquierda. Notó que estaba acostado en una cómoda cama, sin sus prendas superiores. Al intentar incorporarse para observar mejor la habitación, un dolor inmenso recorrió su espalda, desde el cuello hasta la cadera, como si agujas ardientes se clavaran en su piel.

—¡Ahhhgg!— Gritó adolorido, dejándose caer nuevamente sobre la cama con lentitud, intentando evitar cualquier movimiento brusco. El dolor se intensificaba cada vez que trataba de levantarse, así que optó por relajar su cuerpo a pesar del ardor y examinar la habitación desde su incómoda posición. Notó que las paredes de la habitación estaban en perfecto estado, y una pequeña alfombra de terciopelo cubría el suelo, intacta. El piso lucía impecable, como si lo limpiaran a diario. Había varias estanterías llenas de libros y un escritorio de estudio, sobre el cual descansaba su mochila destrozada junto con el resto de sus pertenencias.

—Ahora lo recuerdo... fui atacado por aquella bestia junto a Mateo— Murmuró pensativo, cerrando los ojos mientras volvía a sus recuerdos. —Espera, ¿Cuánto tiempo llevo dormido y dónde están los demás? — preguntó al aire, sin esperar respuesta. Sin embargo, la puerta de la habitación se abrió lentamente, y una voz femenina contestó mientras cruzaba el umbral.

—Llevas dos dias dormido y ellos se fueron anoche, cariño— Mencionó la mujer, entrando con una bandeja de comida. Era una señora de mediana edad, alta y de complexión delgada. Su tez era pálida, casi enfermiza, pero en su rostro se dibujaba una sonrisa jocosa, y una melena negra como la noche caía sobre sus hombros.

—Disculpe, ¿Cuál es su nombre? —Preguntó dudoso, observando su extravagante vestimenta y la sonrisa curiosa que se dibujaba en su rostro. Llevaba un vestido largo, rojo carmesí, del mismo tono que sus labios, y sus tacones negros brillaban tenuemente bajo la luz amarillenta de la habitación.

—Valeria, un placer conocerte, Guillermo. Soy la dueña de este lugar y una vieja amiga de Leo... —Pronunció suavemente el nombre, como si una leve nostalgia la invadiera, quedándose en un breve silencio—. Si tienes alguna pregunta, me la puedes hacer a mí, y te responderé.

—¿Qué es exactamente este lugar? Parece estar muy bien cuidado a diferencia de los demás edificios qué he visto afuera—Menciono este mientras trataba de sentarse sobre el respaldar de la cama con dificultad, su cuerpo aún débil no podía realizar fuerza alguna y el dolor solo aumentaba de solo erguir su espalda provocando leves muecas de dolor.

—Oh no querido no te muevas, deja que te ayude—Pronunció la mujer dejando la bandeja de comida sobre los pies de la cama, colocándose

al lado de él para ayudarlo a sentarse lentamente y acomodando su almohada para que la recueste contra el respaldar—No debes hacer fuerza... Aun estás débil como para levantarte así...—

—Gracias... —Dijo a secas intrigado esperando aún la respuesta—

Ella volvió nuevamente a los pies de la cama para tomar suavemente la bandeja y la dejo descansar en sus piernas para que pudiera comer

—¿Qué es exactamente este lugar? Parece estar muy bien cuidado a diferencia de los demás edificios que he visto afuera —Mencionó, mientras trataba de incorporarse sobre el respaldo de la cama con dificultad. Su cuerpo, aún débil, no podía hacer fuerza alguna, y el dolor solo aumentaba al intentar enderezar su espalda, provocando leves muecas de dolor.

—Oh, no querido, no te muevas, deja que te ayude —Dijo la mujer, dejando la bandeja de comida a los pies de la cama. Se colocó a su lado para ayudarlo a sentarse lentamente y acomodó la almohada contra el respaldo—. No debes hacer fuerza... aún estás demasiado débil para levantarte así...

—Gracias... —Murmuró, intrigado, esperando la respuesta.

Ella volvió a los pies de la cama, tomó la bandeja con suavidad y la colocó sobre sus piernas para que pudiera comer.

—Este es el Teatro Independencia, un lugar maravilloso y mágico que alguna vez fue el hogar de artistas y estrellas. Un símbolo turístico de gran importancia en la ciudad. Incluso cuando el Eclipse apagó el cielo, las estrellas deben seguir brillando, ¿no crees? —Preguntó, riéndose levemente mientras se sentaba a los pies de la cama.

—Supongo que tiene razón —Expresó pensativo, analizando sus últimas palabras mientras observaba el plato frente a él. Un tazón de vidrio con una extraña sopa cremosa de especias que jamás había visto, pero cuyo olor y aspecto lucían deliciosos. Estaba acompañada de un pedazo de pan viejo y algunos hongos que solían cultivar en la galería.

—Adelante, puedes comer tranquilo, Guille. Los chicos a tu edad deben crecer sanos, o si no, enfermarán con facilidad —Comentó mientras lo observaba tranquila. Su serenidad era tal que se sentía fuera de lugar, como si no encajara en el ambiente.

Guillermo dudó un momento antes de tomar la cuchara, pero el hambre lo superó, y tras mucho tiempo, sintió un placer y felicidad que no podía describir. La sopa estaba deliciosa, y los hongos estaban bien sazonados. Tomó el pan y lo remojó en la sopa, comiéndolo también.

—No hace falta que digas nada. Todos siempre tienen la misma cara cuando prueban nuestra especialidad, además de las costillas de rata asadas, claro —Manifestó la mujer con tono orgulloso, resaltando su pecho.

Claro, seguro me encantaría probarla—Expresó sonriendo falsamente al escuchar con desagrado la comida hecha de ratas, mientras terminaba su plato y lo dejaba en la bandeja nuevamente junto al cubierto—La comida estuvo deliciosa, muchas gracias, señora Valeria. Pero debo tomar mis cosas y irme con mi grupo.




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