Arc Raiders: Nabu

Capítulo I: “Sombras sobre Vexar-3”

“Dicen que los números no mienten. Pero en este mundo, los números matan.” —Registro de campo de Nabu, día 14 de la temporada gris.

El viento arrastraba fragmentos de metal y nieve muerta. Entre los restos oxidados de un satélite, Nabu ajustaba la mira de su rifle. La nieve se adhería a su brazo de acero, que vibraba con una frecuencia extraña. Desde el horizonte, una tormenta eléctrica repetía su canción: tres destellos, pausa, siete pulsos, tres más. 73.

El eco metálico de una alarma ARC retumbó entre las dunas heladas. En el valle, un ARC Grunt —una máquina centinela de patrulla baja, diseñada para eliminar humanos rezagados— escaneaba los alrededores con su sensor rojo. Nabu exhaló. El visor interno de su parche proyectó un breve destello azul, calibrando distancia y ángulo. Su revólver, el Pacificador MK-IV, descansaba al alcance de su mano metálica.

Entonces los vio: tres raiders humanos descendiendo por las ruinas, cazadores oportunistas. Sus antenas de comunicación crepitaban en la frecuencia abierta: —“El Grunt es nuestro. Que nadie se meta.”

Nabu sonrió bajo el ala de su sombrero. Sin moverse, esperó a que los tres se acercaran a la máquina. El Grunt giró su cabeza mecánica y detectó movimiento, desplegando su lanza de energía. Antes de que los raiders siquiera apretaran el gatillo, Nabu disparó una sola vez. El proyectil perforó el núcleo dorsal del ARC, apagando su energía con un zumbido seco. Un disparo perfecto. Uno solo. 73 metros exactos.

Los otros raiders giraron hacia él, furiosos. —“¡Ese era nuestro botín, maldito híbrido!”

Nabu se levantó lentamente. La nieve se deslizó de su gabardina sintética. El viento le movía el sombrero apenas, revelando la sombra de su barba y el brillo artificial bajo el parche. El primero en disparar no tuvo tiempo de lamentarlo: Nabu desvió la bala con su brazo metálico, la piel sintética chispeó y su puño impactó en el pecho del atacante, hundiendo el blindaje como papel mojado. El segundo cayó al intentar recargar: Nabu disparó sin mirar, guiado por los sensores de su ojo biónico. El tercero retrocedió, temblando, y gritó: —“¡Eres un monstruo, Nabu!” —“No, chico,” murmuró el raider, girando el cilindro del Pacificador. “Soy la corrección del error.”

Tres disparos más. Silencio. Solo el viento volvió a hablar.

El brazo de Nabu pulsó con luz azul, marcando en su interfaz interna el patrón 73–37–21. Tomó los restos del Grunt —una cápsula de energía y un núcleo de silicio— y los aseguró en su mochila. El botín serviría para pagar un mes de raciones… o una bala más.

Horas después, Vexar-3 emergió entre la bruma: un asentamiento construido sobre los restos de un antiguo radiotelescopio, transformado en mercado negro. Antenas oxidadas apuntaban al cielo como huesos de un dios olvidado. Nabu caminó por los callejones, esquivando chispazos y miradas cargadas de desprecio. Los humanos lo reconocían por su brazo cibernético —marca de los condenados, de los que habían sido “reparados” por tecnología de los propios invasores.

Entró a una tienda iluminada por neones parpadeantes. Tras el mostrador, un anciano con respirador lo recibió sin levantar la vista. —“Otro Grunt, ¿eh? Cada vez más cerca del perímetro. ¿No te cansa vivir cazando tus verdugos?”

Nabu dejó caer el núcleo sobre la mesa. —“Mientras sigan pagando, seguiré respirando.”

El hombre rió con tos. —“Sabes… antes, el cielo estaba limpio. Creíamos que las máquinas solo existían para servirnos. Luego vinieron los Arcs… máquinas orbitando la Tierra, esperando que dejáramos de mirar al cielo. Cuando la humanidad empezó a pelearse entre sí, ellos descendieron. Nos estudiaron. Nos quebraron. Nos reescribieron.”

El viejo encendió un cigarro eléctrico y añadió: —“Ahora somos lo que queda de un mundo que olvidó su código fuente.”

Nabu tomó su pago y se dio media vuelta. La puerta se cerró tras él con un zumbido. En el aire, una vieja transmisión repetía el mensaje de los años finales de la caída: “ARC Network Active. Humanity Integration: 73% complete.” Nabu levantó la vista hacia el cielo gris. Tres destellos, pausa, siete pulsos, tres más. La secuencia seguía viva.

Mientras atravesaba el callejón principal de Vexar-3, tres figuras lo esperaban junto a un vehículo blindado cubierto de lonas. Una mujer de cabello blanco y mirada gélida; dos hombres, de complexión militar y acentos distintos. No llevaban insignias, pero se movían con la precisión de quienes habían combatido demasiado tiempo.

La mujer habló primero: —“Nabu. Nos dijeron que conoces las rutas hacia el anillo este. Necesitamos pasar por la Zona Beta-9. Es territorio de incursión ARC.”

Nabu arqueó una ceja. —“Solo los necios cruzan Beta-9. ¿Qué llevan que valga tanto el riesgo?”

Uno de los hombres bajó la mirada y señaló una cápsula blindada detrás de ellos. Dentro, un niño completamente cubierto con una manta térmica permanecía inmóvil. —“Solo es carga. No preguntes. No mires. Solo guíanos.” —“¿Y por qué tres soldados necesitan un guía?” —“Porque no conocemos el terreno. Y tú sí.”

La mujer extendió un pequeño maletín metálico. Dentro, reposaba una pieza óptica reluciente. —“Pago por adelantado. Un implante de visión de largo espectro. Con esto, verás más allá del espectro visible.”

Nabu lo sostuvo entre sus dedos. Era tecnología ARC, refinada, peligrosa. —“¿Qué quieren que cruce exactamente?” —“Las coordenadas están en este chip. Entrega al niño en el punto marcado. De ahí, otros se encargarán.” —“¿Y si me niego?” —“Entonces el ojo vuelve al polvo.”

Silencio. Nabu alzó la vista hacia el cielo gris. Tres destellos, pausa, siete pulsos, tres más. 73. —“Está bien,” murmuró. “Pero yo elijo la ruta.”

Horas después, mientras la cirugía improvisada finalizaba, su ojo derecho se encendió con un resplandor azul. El mundo se expandió ante él: ondas de calor, huellas térmicas, pulsos eléctricos. Podía ver más allá de lo evidente. Más allá de lo humano. Cuando abrió la puerta del taller y se ajustó el sombrero, el niño ya lo esperaba. Los otros tres observaban en silencio. El viaje había comenzado. Y con él, el destino del hombre llamado Nabucodonosor.




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