Arc Raiders: Nabu

✴️ Capítulo II: “La Secuencia Invertida”

“A veces, el enemigo no viene del cielo. A veces, el enemigo camina contigo.” —Registro de campo de Nabu, día 15 de la temporada gris.

El amanecer sobre Beta-9 era del color del óxido. Siete nubes suspendidas sobre el horizonte se movían con lentitud antinatural, como si alguien las controlara. Tres árboles muertos resistían entre las ruinas de un viejo complejo industrial, ennegrecidos por la radiación y el tiempo. El aire olía a hierro y electricidad. El número 73 resonaba en cada línea del paisaje, invisible pero insistente.

Nabu avanzaba al frente del grupo. A su derecha, la mujer —llamada Ryn— escaneaba el terreno con un visor táctico; a su izquierda, los dos hombres, Derron y Kale, marchaban en silencio, demasiado alerta para ser simples mercenarios. El niño, siempre cubierto, caminaba detrás de Nabu. No emitía palabra alguna. Su respiración era tan tenue que a veces parecía no existir.

El nuevo ojo de Nabu se ajustaba lentamente al entorno. El mundo ahora era una red de energía: calor, movimiento, pulsos eléctricos… podía ver las líneas invisibles que conectaban la tierra, los restos de metal y las formas de vida ocultas bajo el hielo. Cada paso que daba se reflejaba en su visión como un eco de radar. Pero junto con esa claridad vinieron los susurros… impulsos en su mente, como si algo o alguien hablara a través del implante. “Siete... tres... siete... tres...” Sacudió la cabeza y continuó.

A medida que se adentraban en los túneles de tránsito de Beta-9, los hombres intercambiaban miradas cortas, calculadoras. Ryn mantenía el paso firme, pero su voz era fría, distante. —“No nos detendremos hasta llegar al punto de enlace. El tiempo juega en contra.”

Nabu respondió sin mirar atrás. —“El tiempo juega contra todos, señora. Pero más aún, contra los que no saben con quién caminan.”

Kale apretó el gatillo de su rifle con nerviosismo. —“¿Qué insinúas, híbrido?”

Nabu sonrió, sin voltear. —“Que las mentiras pesan más que el equipo.”

El silencio volvió, denso, como una neblina. Al mediodía, el grupo hizo una pausa en un refugio derrumbado. El niño se sentó en una esquina, mirando el suelo. Ryn revisó su mapa digital, mientras Derron se acercaba a Nabu con una aparente camaradería. —“Buen ojo, viejo. Esa pieza te da ventaja.”

Nabu lo observó de reojo. —“Ventaja, sí. Pero también atrae miradas.” —“Debe valer una fortuna en el mercado negro, ¿no?” —“Depende de quién esté dispuesto a perder la cabeza por él.”

Ryn levantó la vista, interrumpiendo la conversación. —“Descansen. En tres horas seguimos. Según las coordenadas, el punto de transferencia está al otro lado del cinturón magnético.” —“¿Qué hay allí?” —preguntó Nabu. —“No es asunto tuyo.”

Nabu encendió un cigarro de carbón sintético y observó el cielo a través de los agujeros del techo: siete nubes, siempre las mismas, moviéndose en círculos perfectos. Tres sombras cruzaron el sol, reflejadas en su ojo azul. El 73 seguía observando.

Esa noche, mientras todos dormían, Nabu fingió hacerlo también. Su brazo cibernético detectó actividad cercana: un leve clic, el sonido de un cargador retirado, el murmullo de una cuchilla afilándose. En su mente, el sonar comenzó a trazar siluetas: tres figuras alrededor del fuego. Ryn hablaba en voz baja. —“El protocolo dice que debemos traer el implante y el brazo. El resto es desecho.”

Derron gruñó: —“¿Y el niño?” —“Él es la prioridad del enlace. Nabu solo fue el transporte.” —“¿Y si sospecha?” —“Entonces lo apagamos antes del amanecer.”

Nabu cerró los ojos, conteniendo su respiración. La voz mecánica en su mente volvió a sonar, ahora más clara: “Siete sombras. Tres traiciones. Uno sobrevive.” Apretó el mango del Pacificador. No haría nada aún. Primero debía entender qué tenía que ver el niño con todo esto… y por qué cada vez que lo miraba, el código 73–37–21 parpadeaba en su brazo. El niño levantó la cabeza, como si pudiera oír sus pensamientos. A través de la manta, Nabu sintió una mirada fría y consciente, inhumana. Algo en su interior se estremeció. El viento sopló entre las ruinas, llevando consigo tres pulsos eléctricos. Siete segundos de silencio. 73. El destino se había puesto en marcha.

El ataque comenzó justo cuando pasaban bajo el arco oxidado de una autopista derruida. Primero se escuchó el clic metálico de un Snitch, un dron explorador. Luego, el zumbido más agudo: una bandada de Wasps se desplegó desde los restos de un edificio, seguido por los destellos de un par de Turrets ocultas entre los muros. La emboscada estaba calculada. —“¡Cubran al niño!” —gritó Ryn mientras levantaba un rifle de plasma. —“¡Nos rodean!” —rugió Derron, disparando sin control hacia el cielo.

Nabu no buscó cobertura. Saltó hacia adelante, su brazo cibernético chispeando con pulsos eléctricos, y derribó un Wasp de un golpe. La carcasa metálica estalló al impacto, y sus fragmentos se incrustaron en el suelo como espinas negras. Su ojo azul proyectó trayectorias en el aire —líneas, vectores, tiempos de reacción—. Todo era geometría pura. Todo era número. Un Tick saltó desde la sombra y se aferró a su pierna. Nabu se dejó caer, rodó, y con el brazo biónico lo arrancó de un tirón, aplastándolo contra una pared. El sonido fue seco, visceral. Kale lo miró con horror. —“¿Qué demonios eres?” —“Un sobreviviente” —respondió Nabu, sin emoción.

Los Hornets llegaron después, tres de ellos, lanzando descargas eléctricas que hicieron vibrar el suelo. Uno de los disparos alcanzó a Ryn en el hombro, otro al niño, que cayó de rodillas, inmóvil. Nabu desenfundó al Pacificador y disparó con precisión quirúrgica: tres tiros, tres bajas. Los proyectiles dejaron rastros azules en el aire, y el eco metálico retumbó entre los edificios caídos.

Cuando todo parecía calmarse, una sombra enorme se movió entre el humo. El radar ocular de Nabu vibró con una secuencia irregular: Leaper... Bison... Bastion. Tres bestias ARC de nivel medio-alto. Demasiado para una sola unidad de escolta. Demasiado incluso para un veterano como Nabu. El Leaper surgió primero, una bestia anfibia de acero que se impulsaba con zancadas imposibles, dejando cráteres a su paso. El Bison, un tanque cuadrúpedo, embistió derribando una pared entera. Y detrás de ambos, el Bastion, con su núcleo brillando rojo como un corazón enfurecido, levantó sus cañones giratorios. —“¡Nos están flanqueando! ¡Este no era el camino!” —gritó Nabu, mientras el suelo temblaba. —“¡Cállate! ¡Nosotros tenemos las coordenadas correctas!” —replicó Kale.




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