Arcanos

1

Capítulo 1.

Todo el mundo ve lo que aparentas ser, pocos experimentan lo que realmente eres

- Maquiavelo

 

Suspiró pesado mientras abotonaba su camisa, había un silencio tan ignominioso que ni siquiera quería perturbarlo con su propia respiración así que lo hacía lentamente. Alzó la cabeza y miró a la esquina en donde una mujer anciana vestida e un lúgubre y anticuado vestido de fiesta color negro lo miraba con cuencas vacías.

Volvió a suspirar, se trataba de la madre de la nueva ama de llaves, había llegado ahí desde la madrugada cuando la mujer hubo llegado a su hogar, lo mantuvo despierto desde las cinco de la mañana pero estuvo dando vueltas en el colchón hasta las siete.

- Es una desdichada – musitó el ánima – ¡Qué vergüenza me da!

Él se pellizco el puente de la nariz, frustrado, tenía muchas ganas de decirle unas cuantas verdades a esa nefasta señora. Se había estado quejando de todo, parecía que estaba rencorosa con su hija por no haber vivido la vida que ella quería que viviera, un típico caso de vivir-a-través-de-mis-hijos, ella no pudo ser bailarina y no logró que su hija lo fuera.

- ¡Sería famosa! – sollozó

Le molestaba mucho escucharla, pero no por el hecho de tener a una muerta sin ojos en su recamara, había superado la fase de temerles a los doce, cuando se resignó a tener que verlos en todas partes. Lo que le hacía mucho ruido es que esa anciana muerta le recordaba mucho a su propia madre.

Bajó las escaleras haciendo mucho ruido, sintiendo como aquella mujer fantasmagorica lo seguía. Claro, ella no caminaba, simplemente se desplazaba junto con él, como una suerte de papel de baño pegado en la suela del zapato después de usar los sanitarios públicos en el colegio, con la diferencia de que él era el único que notaba ese pedazo de papel.

- Buenos días joven – saludo el ama de llaves sonriente

Él le devolvió el gesto con una sonrisa lacónica al tiempo que escuchaba a su madre quejarse y escupir veneno.

Normalmente, las personas cuando mueren se van al "más allá" o al menos quienes dejaron sus asuntos completamente ordenados, otros permanecen a la espera de que puedan hacer algo y terminar sus asuntos, otro tanto más (como la señora de esa mañana) simplemente no pueden dejar de joder ni siquiera después de muertos.

Un vaso de leche y un paquete de galletas fue su desayuno, en cuanto salió de la casa pudo sentir que la mujer se desprendía de él poco a poco.

La razón por la que había decidido aprender a manejar y aceptar el auto que su papá le había regalado cuando le dijo que se divorciaría de su mamá, era que no soportaba la carga de espíritus aglomerados en el transporte público.

Giró un par de veces hasta ver la salida del complejo habitacional, las casas todas iguales le producían nauseas así que salir de allí le dio una satisfacción enorme. Se dirigió hacia el sur, llegar al colegio le tomaba quince minutos en auto desde su casa, pero siempre se desviaba en un viaje que duraba media hora hacia su destino, un lote de casas rodantes casi a las afueras del pueblo.

Encendió el aire acondicionado y la música a todo volumen, su lista de reproducciones consistía en todos los álbumes, desde el primero, hasta el último de The Pet Shop Boys. Le gustaba, eran perfectos, cursis y a la vez misteriosos... pero sobre todo cursis; la principal razón por la que les había tomado el gusto, era que su copiloto, los detestaba.

Desde la distancia divisó una figura encorvada sobre la cerca que indicaba la entrada del parque para remolques. El sonido de la graba contra sus neumáticos mientras se detenía era música, se detuvo justo ante el sujeto que lo miraba con los ojos en blanco.

Abrió la puerta del copiloto, el muchacho sobre la cerca se irguió levantando el sucio morral que llamaba mochila del suelo y bajando la capucha de la cazadora negra dejando así al descubierto un par de ojos verdes tan obscuros como olivos marchitos. Se pasó la mano por su obscura melena para peinarla en vano, una sonrisa ladina apretaba el cigarrillo en una de las comisuras de su boca.

- Llegas tarde, Adrien – dijo, burlón, subiendo al asiento del copiloto

- Es la hora de siempre, idiota ¿Tu mamá te golpeó tanto que te atrofio el cerebro, Malcom?

El azabache soltó una carcajada, bajó completamente la ventana de su puerta para lograr apoyar su brazo. Volvieron al camino, la brisa gélida se apodero del auto, Malcom tomó el cigarrillo de su boca para apagarlo en la manga de su cazadora.

- Deberías dejar de hacer eso – le dijo Adrien, viéndolo de reojo – por eso no tienes novia



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En el texto hay: circo, magia, fantasias

Editado: 22.05.2019

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