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Capítulo 2

“ Debo encontrar una verdad que sea verdad para mí “

• Søren Kierkegaard

El lúgubre y húmedo clima les dio una bofetada en la cara nuevamente, habían decidido que no querían regresar a la escuela por la tarde así que Adrien y Malcom se dedicaron a vagar por las calles desiertas del pueblo. Después del “tiempo fuera” del almuerzo con café grumoso, condujeron sin rumbo un rato hasta llegar a un suburbio un tanto abandonado, de esos que en algún momento del pasado fueron populares y bonitos, pero ahora solo estaban llenos de ancianos y vagabundos.

Se sentaron en el césped de una de las casas abandonadas, un pequeño y discreto hilo de humo de cigarro se percibía delatando su lugar de descanso. No necesitaban hablar, esos momentos de solemnidad entre ambos se disfrutaban mejor en silencio, sintiendo como la humedad del aire les calaba las fosas nasales.

Una ráfaga de viendo húmedo les azotó, trayendo con ella tierra y basura, algunas hojas secas también. Los dos amigos se incorporaron para quitarse la suciedad de la ropa, fue Adrien quien entre todos los papeles que habían terminado sobre ellos notó el volante del circo que se estaba instalando.

- Mira – le dijo a Malcom dándole el papel

Malcom examinó el papel, apretando el cigarro con la comisura de su boca, con un semblante serio, pero su mirada denotaba algo de emoción.

- Un circo– pronunció apretando la comisura de la boca en donde tenía el cigarro – vamos a ir ¿no?

Siempre y cuando permanecieran juntos, Adrien no tenía problemas con ir a cualquier lado, el circo era el tipo de situaciones que le aterraban de niño. Cuando solía ir con sus padres, terminaba literalmente orinándose de miedo, mucha gente, además esa clase de sitios estaban cargados con fantasmas raros.

Alguna vez llegó a ver a un trapecista muerto que le gritaba que quería terminar su acto, había muerto haciendo una supuesta “Técnica maravillosa” pero terminó muerto por la incompetencia de su compañero de actuación. Ver payasos sin ojos tampoco le emocionaba demasiado, los circos cargaban con muertes que a él le aterraban.

 -¿Por qué tienes tanto interés en ir?

 - Pues – dijo, sin poder contener la sonrisa ladina que se le escapó, apretando el cigarrillo – es el perfecto Deus Ex Machina

 - ¿El qué?

 - No importa – se puso de pie casi de un salto – levántate príncipe, hay que ir a hacer las maletas

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La primer función del circo sería dentro de un día y medio, los trabajadores ya casi terminaban de montar las carpas para el espectáculo. Las regulaciones actuales para ese tipo de negocios eran cada vez más estrictas, pero el dueño procuraba seguir todo al pie de la letra para no tener ningún inconveniente.

 - Khalos

Una sutil y dulzona voz le hizo alzar la vista de su libro para mirarla, el dueño del circo se rascó la barba esperando a que aquella hermosa mujer le dijera algo. Los artistas normalmente no salían de sus remolques más que para estirar las piernas antes de que las carpas estuvieran ya montadas. El deber de Khalos era supervisar a los trabajadores así que él se quedaba en un banco leyendo mientras la obra de mano hacía su parte.

 - Es extraño verte fuera de tu remolque, Pamela – le dijo, cerrando el libro

 - Lo sé, lo sé – suspiró ella, su vaporosa melena pelirroja se contoneó junto con sus perfectas curvas hasta Khalos, quien, enseguida, le cedió su asiento – que caballeroso, muchas gracias – le contestó, casi automática al sentarse

 - ¿Qué has venido a preguntarme?

 - Esto – hizo un ademán con su mano derecha, agitando las pulcerillas de oro y apuntando al aire con sus uñas perfectamente arregladas – pensé que no nos detendríamos hasta llegar a la ciudad

 - Sabes tan bien como yo que no podía darme el lujo de desperdiciar un público potencial – se cruzó de brazos – además, ella tuvo una visión

Un silencio se hizo entre ambos, durante unos momentos que se sintieron eternos, no se escuchó más que el ruido de los trabajadores haciendo sus últimos retoques.

 - No me digas que vas a recoger más perros callejeros