Artemis

Capítulo 1

El viento cálido acariciaba mi rostro mientras caminaba por el sendero de tierra. El sol, apenas visible entre las nubes, bañaba el bosque con una luz dorada y tenue. Me aferraba a esos momentos de tranquilidad, donde el silencio solo era roto por el canto de los pájaros y el crujido de las hojas secas bajo mis botas gastadas. Cada paso levantaba una pequeña nube de polvo que se disipaba lentamente en el aire, como si el mundo mismo respirara junto a mí.

Desde que llegué a este reino lejano, la vida había sido dura. Cada día era una batalla por encontrar comida y un lugar seguro donde dormir. Mis músculos dolían, mis manos estaban llenas de cortes y moretones, y mi estómago gruñía con un hambre constante que se había vuelto parte de mí. Pero ese día, por alguna razón, el aire no se sentía tan pesado. El viento parecía más suave, casi como una caricia. Por un momento, casi olvidé el miedo constante que me acompañaba desde la caída de mi hogar. Dejé que mi mente vagara a tiempos más felices.

Pensé en mi madre, en las tardes donde su risa llenaba las paredes de nuestra pequeña casa. Su voz era cálida, como la manta que solía arroparme en las noches frías. Recordé sus manos, fuertes pero delicadas, peinando mi cabello mientras me cantaba suavemente. La añoranza me quemaba el pecho, pero sacudí la cabeza. Esos recuerdos no traían consuelo, solo dolor. La realidad me golpeó con la misma dureza que el frío suelo donde había dormido la noche anterior.

Seguí avanzando, dejando que mis pasos me llevaran sin rumbo fijo. Cada árbol parecía inclinarse hacia mí, sus ramas alargadas y nudosas formando arcos naturales sobre el sendero. El aroma a tierra húmeda y musgo flotaba en el aire, mezclándose con el dulce perfume de unas flores silvestres que se aferraban a la vida entre las raíces expuestas. Era un contraste cruel, esa belleza tranquila en medio de mi desolación.

Cerca de un arroyo, el murmullo del agua me llamó la atención. El sonido era suave y constante, como un susurro reconfortante. Me acerqué con cautela, escondiéndome tras un árbol grueso cubierto de musgo. Entonces la vi.

Una niña pequeña jugaba con unas flores marchitas. Sus rizos oscuros rebotaban con cada movimiento torpe y su risa suave llenaba el aire. La observé en silencio, incapaz de apartar la mirada. Me recordó a mí misma, antes de que todo se viniera abajo. Había algo en su inocencia, en la despreocupación de sus movimientos, que me dolió más que cualquier herida física. Su risa, tan ligera y pura, me atravesó el pecho como una flecha.

Intenté imaginar su vida. ¿Tenía una familia que la esperaba en casa? ¿Una madre que la abrazaría al volver? ¿Un lugar cálido donde dormir y sentirse segura? Mi mente divagaba mientras la veía recoger pétalos secos y lanzarlos al aire, como si fueran polvo de estrellas. Giraba sobre sí misma, riendo, sin notar cómo los últimos rayos del sol doraban su piel y hacían brillar sus cabellos oscuros. La imagen era tan perfecta que dolía. Dolía porque sabía que no duraría.

Mi madre solía decir que mi cabello castaño atrapaba la luz del sol, dejando pequeños reflejos dorados entre las ondas rebeldes que siempre escapaban de sus intentos por recogerlo. Me imaginé a esa niña creciendo, con su cabello brillante reflejando la luz del sol, riendo sin miedo. Mis ojos, oscuros y brillantes, alguna vez reflejaban esa misma vida que veía ahora en la niña. Me pregunté si alguna vez volvería a ser así. Si alguna vez dejaría de sentir este peso aplastante sobre mis hombros.

Por un instante, el mundo dejó de parecer tan despiadado. La luz y la risa aún existían, rotas en fragmentos diminutos y fugaces, pero reales. Sonreí sin darme cuenta. Me vi reflejada en ella: pequeña, inocente, aferrándome a la idea de que el mundo seguía siendo un lugar seguro.

El viento cambió primero. Apenas fue perceptible, pero el calor amable se desvaneció, dejando en su lugar una brisa tibia y rancia. El dulce aroma de las flores se disipó, reemplazado por un hedor metálico, como el aire espeso que precede a una tormenta. Los pájaros dejaron de cantar, uno tras otro, sus trinos apagándose como velas al viento.

Entonces, lo sentí.

No era solo una presencia, era algo viscoso y helado, como si una sombra viva se arrastrara por mi nuca. Mi cuerpo se tensó de inmediato, y la sonrisa se evaporó de mis labios. El bosque que momentos antes me acogía con su calma y susurros verdes se transformó en algo distinto. Hostil. Silencioso.

Los últimos pájaros callaron de golpe, como si la misma naturaleza contuviera el aliento. El viento murió por completo, y el aire se volvió tan denso que me costó respirar. Un escalofrío me atravesó la columna, afilado y gélido, erizando cada vello de mi piel.

No necesitaba mirar atrás para entenderlo. Sabía lo que significaba.

Entre los árboles, emergió una figura. Era alto y delgado, pero no de la forma que uno espera de algo humano. Su cuerpo estaba torcido, como si cada hueso se hubiese roto y vuelto a soldar de manera incorrecta. La piel, de un gris enfermizo, colgaba en jirones, dejando entrever carne oscura y palpitante que parecía moverse por sí sola. Sus extremidades eran demasiado largas, terminando en garras afiladas que brillaban con la tenue luz que se filtraba entre las copas de los árboles.

Sus ojos eran dos grietas alargadas, de un amarillo enfermizo que brillaba con una malicia inhumana. No necesitaba preguntar qué era. Lo sabía. Un Xyrian. Los había visto antes, pero nunca tan cerca. Eran los peores. Cazadores de almas jóvenes, conocidos por arrancar la energía vital poco a poco, prolongando el sufrimiento de sus víctimas porque disfrutaban de ese dolor. Eran cuentos que las madres contaban a los niños para que se portaran bien. Pero no capturaban la verdadera pesadilla que representaban. Y ahora, uno estaba delante de mí.

—Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? —la voz del demonio era áspera, como el roce de metal oxidado contra piedra—. Una pequeña princesa perdida. ¿Cuánto tiempo lleva pudriéndose esa esperanza en tus ojos, pequeña? Me pregunto qué sabrá más dulce, tu alma o tu desesperación.



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En el texto hay: misterio, fantasia oscura, mujer fuerte

Editado: 03.05.2025

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