Queridos lectores
Este libro es una continuación del ciclo "Del odio al amor".
Puede leerse por separado, o bien leer primero el primer libro de la serie, "Material comprometido por encargo", para conocer mejor al protagonista.
¡Les deseo una agradable lectura!
La esponjosa nieve cae lentamente y cubre la ciudad con una brillante alfombra blanca. Hay una atmósfera especial en el aire. Parecería que la calle es el mismo bullicio de siempre: gente ansiosa y con prisa, coches lentos que no pueden ir más deprisa por los atascos. Pero hoy este bullicio era diferente. Era 31 de diciembre en el calendario.
Me dirigía a encontrarme con una amiga para ir de compras y encontrar el atuendo perfecto para las fiestas. Cuando llegué al centro de la ciudad, bajé del metro y me dirigí a nuestro punto de encuentro. Sólo me quedaba cruzar la calle. Me paré frente a un paso de peatones y esperé a que los coches se detuvieran y pudiera cruzar la calle. Después de esperar, avancé con varios peatones más.
De repente, sonó mi teléfono. Reduje el paso y empecé a rebuscarlo en el bolso. Mientras seguía caminando lentamente por el paso de peatones, no me di cuenta de que uno de los coches se me acercaba peligrosamente. Me golpeó ligeramente la pierna y salté a un lado. El coche se detuvo. Asustada, tiré mi bolso, que tenía un montón de cosas desparramadas, a la calzada. Me quedé de pie frente al capó del coche, intentando comprender lo que acababa de ocurrir. Pero el conductor del coche no estaba tan confundido como yo. Encendió el claxon para apartarme de su camino lo antes posible. Este comportamiento me enfureció. Golpeé el capó con la palma de la mano y grité lo bastante alto para que me oyera:
- ¡Vete!
Mientras tanto, un atractivo joven sale del coche. Me miró amenazadoramente y me preguntó:
- ¿Vas a quitarte de en medio?
- ¡Eh! ¡Querido idiota! Por si no te has dado cuenta, ¡me has atropellado!
- ¡Si te hubiera atropellado, ahora no estarías gritando por toda la calle!
- ¿Así que se supone que debo darte las gracias? ¿Te has vuelto loco?
- ¡Coge tus trapos y lárgate de aquí!
Sentada delante del coche, recogí mis cosas del suelo y las metí en el bolso. Pero eso no me impidió insultar al conductor sin contener mis emociones:
- No basta con que seas un patán. De niño debías de ser un llorón.
- ¿Qué dices?
- Veo que tu madre te mecía tan fuerte en la cuna que te golpeabas mucho la cabeza. ¡Creciste para ser un tonto!
Se acercó demasiado. Debí tomarme demasiada libertad, porque sus ojos estaban llenos de ira. Tenía un aspecto aterrador, y en un momento pensé que iba a pegarme. Pero se sentó y empezó a ayudarme a recoger las cosas esparcidas por ahí.
- No hace falta, ¡puedo hacerlo yo sola!
- Veo que vas a pasarte la noche recogiendo todas estas cosas. Vamos a ello.
Él recogía por un lado, yo por otro. Intentamos no hacer contacto visual. A nuestro alrededor, los coches tocaban el claxon, descontentos con el inesperado atasco. Me pregunté por qué llevaba tantos trastos en el bolso: cosméticos, tarjetas de visita, bolígrafos, tarjetas de descuento... un caos.
Una vez recogidas todas mis cosas, me volví hacia el sinvergüenza que me había atropellado para que echara en la bolsa todo lo que había recogido. Cuando me di la vuelta, sólo vi sus pies. Se quedó mirándome en silencio, con mis cosas en la mano.
- ¿Cuánto tiempo voy a estar ahí de pie?, - intentó mostrarse amenazador, pero por alguna razón sonreía socarronamente.
- ¡No te romperás! Te quedarás de pie.
Me levanté, abrí la bolsa y se la entregué. Lo echó todo por descuido, sacudiendo las manos desafiantemente, como si hubiera estado sosteniendo algo repugnante.
- La próxima vez, elige un lugar más tranquilo para marcar el territorio con tu basura.
- Gilipollas, - me doy la vuelta y corro lo más lejos posible de aquel cabrón.
Vuelo dentro del centro comercial y veo a mi amigo. Siento que si no le digo algo ahora mismo, voy a explotar. Así que me acerco a ella y, apenas recupero el aliento, le digo:
- ¡No te vas a creer lo que me acaba de pasar!
- ¿Qué? - Sus ojos me miran asustados.
Empiezo a mirarme y me doy cuenta de que mi aspecto, por decirlo suavemente, no es presentable. Tengo los zapatos salpicados, las mejillas encendidas, el pelo despeinado, que me quitaba de la cara cuando recogía cosas del suelo.
- Casi me atropella un imbécil con un coche caro. Me he sacado el carné de conducir, ¡pero no me he comprado un coche! - Me preguntaba cómo podía bromear en ese estado.
- ¿Estás bien?, sus cejas se alzaron y sus ojos se asustaron.
- ¡Como puedes ver! ¡Al menos estoy vivo! Sólo que ahora mi pierna tendrá un moratón normal, - dije, frotándome la pierna. Pero no era nada comparado con el huracán de emociones que me desgarraba por dentro. - Estaba cruzando la calle y aquí, no lejos de este centro, oí sonar mi teléfono. Así que vacilé un poco en el cruce, empecé a buscar el teléfono en mi bolso, ¡y se estrelló contra mí! Salté hacia atrás, el bolso voló hacia un lado y todo se desparramó por la carretera. ¡Fue horrible! Y él salió del coche y me gritó. ¿Qué clase de día es este? ¡Espero que no sea una señal para el año que viene!
Mi amigo sonrió, pero luego me preguntó preocupado:
- ¿Dónde está tu teléfono?
El pánico se extendió instantáneamente por mi cuerpo. Me quité la bolsa del hombro y empecé a rebuscar en ella frenéticamente. Pero era difícil encontrar algo en el desorden que tenía en el bolso.
- Llámame, - le pedí nerviosa.
Emma marca mi número y me pone en altavoz. En lugar de los esperados tonos de llamada y mi melodía, oigo “Lo siento, la persona que llama está fuera de cobertura....”