Asfalto Roto

RHEA

El viento me cortaba la cara como si tuviera filo. El casco amortiguaba algo del sonido, pero aun así podía escucharlo todo:el temblor del metal contra el concreto húmedo.

Cada latido era un golpe contra el pecho.

Cada metro, un nuevo riesgo.

La pista era larga, más de lo que estaba acostumbrada. No era una carrera de reflejos, sino de resistencia. Una recta que serpenteaba entre fábricas oxidadas y contenedores olvidados, con guros traicioneros y terreno desigual. Eso lo sabían todos. Por eso corrían con motos ligeras.

Pero yo no. Yo llevaba peso. Historia. Herencia.

Y aun así, no pensaba soltar el manillar.

—Vamos,nena —murmure entre dientes, apretando los muslos contra el tanque.

A mi derecha, el otro piloto se acercaba. No lo conocía, pero manejaba como si tuviera fuego en los pulmones. Nos adelantamos uno al otro en tramos breves, como si estuviéramos bailando sobre una línea fina entre el control y el desastre.

La rueda trasera Patino un poco en la curva seis. Solté un grito entre dientes y bajé el cuerpo, casi rozando el suelo. Sentí como el neumático volvía a agarrar y me impulsaba hacia adelante.

No puedes perder.
No esta noche.

La recta final apareció al fondo, con una hilera de luces precarias marcando la llegada. No había público oficial, ni cámaras, ni trofeos. Pero la línea seguía significando algo.

Aceleré.

Mi contrincante hizo lo mismo. Estábamos tan cerca que podía ver el número en su casco. El suelo vibraba. Las gotas de lluvia empezaban a pegar con más fuerza.

Un instante de duda.
Un movimiento en falso.

Y la carrera era suya.

Así que me lancé.
La moto rugió con todo lo que tenía. El sonido se volvió agudo, penetrante.
Como un grito contenido demasiado tiempo . El límite del motor. El mio también.

Y entonces, pasé.

Unos centímetros antes. Lo suficiente.

Cruce la línea con el corazón al borde del colapso y la garganta ardiendo. El mundo se volvio ruido, luego silencio, luego gritos.

Frene un poco más adelante, el cuerpo temblando, la vista nublada de sudor y adrenalina. Baje la pierna y me incline hacia un lado.

Lia fue la primera en alcanzarme.

—¡Eso fue una locura! —gritó, tirándose encima mio.

Me bajé de la moto y me reí. Una carcajada real. Sincera. Rara. El cuerpo me dolía, pero no me importaba.

—Casi me arranco un pulmón en la curva seis — dije.

—Y aun así ganaste. A ese tipo se le va a caer la mandíbula — rió—. ¿Estás bien?

Asentí, todavía jadeando.
—Estoy viva.

Festejamos a nuestra manera: con un golpe de puño, un abrazo rápido y muchas miradas cómplices. El tipo que corrió contra mí se quitó el casco a lo lejos y lo lanzó contra el suelo, frustrado. Pero no dijo nada. Sabía que fue limpio.

Sin embargo, la calma duró poco.

—Mirá quién apareció —dio Lia, en voz más baja.

Me di la vuelta y lo vi.

Mateo.

—Qué lindo verte entusiasmada, Torres —siguió, sonriendo como si lo que acabara de ver fuera un chiste.

Me tensé. Su voz ya me resultaba un veneno conocido.

—Si vienes a hablar, hazlo rápido. No estoy de humor para tú circo.—le solté.

—Tranquila, tranquila. Solo pasaba a felicitarte. Gran carrera —dijo con esa sonrisa de serpiente —. Aunque me extraña que no corras con nosotros. A veces olvido que te volviste…¿selectiva?

—No me volví nada —respondí—. Solo aprendí a no correr con gente que manipula el circuito para ganar.

El ambiente se enfrió. Unos de sus amigos que estaba unos metros detrás bufó algo, pero Mateo levantó la mano, como si controlara a la jauría.

—Eso fue hace tiempo. Fue un accidente —dijo, mirándome a los ojos.

—No para él.

Silencio.

Mateo bajó un poco la cabeza, casi como si admitiera algo, aunque sabía que era una pose. Nunca iba a decir la verdad. No delante de los suyos.

—Eres rápida. Pero allá afuera hay gente más rápida. No te confíes, Rhea.

—Y tú no olvides que no todos los que callan lo hacen por miedo.

Mateo me sostuvo la mirada un segundo más, luego se dio la vuelta. Se fue sin más, su grupo siguiendolo como sombras.

Lia se me acercó, despacio.

— Idiota.

—Si.

Pero mis manos aún estaban cerradas con fuerza. Y la carrera, esa que de verdad importaba, recién estaba por comenzar.

La brisa había cambiado. Ya no era una amenaza de tormenta, si no ese viento suave que llega cuando todo explota y queda en silencio.

Me senté sobre un bloque de cemento junto a Lia, con la chaqueta aún puesta y los guantes colgando de uno de los bolsillos. Desde ahí, podíamos ver el resto del circuito.

Otros corredores ya se alineaban. Luces improvisadas iluminaban el tramo con una tonalidad amarillenta que no dejaba ver bien el asfalto. Ideal para errores. Ideal para los que querían correr su suerte.

—¿Te vas a quedar más tiempo ? —me pregunto Lia, mientras abría una botella de agua y me la ofrecía.

—Un rato. Me gusta ver como manejan cuando no soy yo la que se esta jugando el cuello.

—Igual. Sabes que si fueras de nuevo, ganarías. —dijo con una sonrisa ladeada.

No respondí. Solo tomé un sorbo de agua y volví a mirar al frente. El cuerpo todavía me temblaba por dentro, pero de alguna forma buena. Había algo adictivo en la mezcla de riesgo y victoria.

Algo que me hacía sentir…viva.

—¡Mujeres peligrosas! —gritó una voz conocida a nuestra espalda.

Me giré justo a tiempo para ver a Aushen avanzar entre la gente como si fuera una celebridad de la alfombra roja. Camisa entreabierta, pulseras en ambas muñecas, sonrisa descarada. Siempre llegaba tarde, pero nunca sin estilo.

—Aushen… —dije, cruzándome de brazos —. Me sorprende que hayas venido sin luces de bengala esta vez.

—Tu sarcasmo no me afecta, Rhea Torres. Vine a ver si estabas viva. Aunque después de esa carrera, sospecho que estás poseída por algún demonio de la velocidad.



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En el texto hay: traicion, drama, suspenso

Editado: 21.04.2025

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