Dicen que el amor llega cuando menos lo esperas, como un suspiro que se cuela entre los días más simples y de pronto transforma todo. Dicen que siempre es color de rosa, que es esa magia que pinta sonrisas sin razón, ese latido acelerado que parece sacar tu corazón del pecho, el cosquilleo que eriza tu piel y los nervios que hacen sudar tus manos.
Es bonito, ¿no? Es como caminar entre nubes, como si el mundo entero conspirara para que solo existieran tú y ese sentimiento. Pero nadie habla de la otra cara del amor, de cuando solo una persona siente todo eso y no encuentra respuesta del otro lado.
Nadie te prepara para el silencio de un corazón que no late al mismo ritmo que el tuyo, para la ausencia de esas manos que jamás buscan las tuyas. Ahí es cuando el amor deja de ser rosa y se vuelve gris, incluso doloroso. Qué difícil es vivir con la mente llena de preguntas: ¿Qué sentirá por mí? ¿También se muere por verme? ¿Pensará en mí cuando cierra los ojos? Y qué duro es reconocerse cobarde, sin el valor de decir las cosas de frente, atrapado en un dilema que consume poco a poco, porque una parte de ti grita lo que quieres expresar y otra parte se calla, temiendo perder lo que tal vez nunca tuviste.
Y entonces, cada día se vuelve una batalla entre el deseo y el miedo, entre lo que callas y lo que imaginas. Te sorprendes a ti mismo ensayando frases en tu mente, construyendo diálogos que quizá nunca sucedan, imaginando respuestas que pueden ser dulces o devastadoras. Y mientras tanto, el tiempo avanza, los escenarios cambian, y tú sigues ahí, suspendido en un "qué pasaría si…" que no te deja avanzar.
Creo que lo mejor que podemos hacer es ponernos a nosotros mismos como prioridad, como meta. Ser claros para poder continuar, aunque la claridad duela. Tal vez existan cientos de escenarios: en algunos, ese amor florece y nos llena de vida; en otros, nos rompe el alma en pedazos. Pero, al final, ¿qué seríamos en el futuro si no aprendemos de nuestro pasado? Cada lágrima, cada silencio y cada palabra no dicha son lecciones que nos muestran quiénes somos y qué merecemos. Por eso, hay que atrevernos a ser directos y decir lo que sentimos: solo así sabremos si esa persona debe formar parte de nuestros planes o si es momento de dejarla ir y cerrar el capítulo.
¿Quién dijo que el amor es fácil? Amar es un acto de valentía, y aún más cuando no sabemos si es correspondido. Sin embargo, en esa incertidumbre también está la esencia de lo humano: aprender a arriesgarnos, a aceptar la vulnerabilidad y a reconocer que no todo depende de nosotros. Y, cuando la respuesta no es la que soñábamos, queda la enseñanza, porque el dolor también nos forma.
Siempre dicen: olvida tu pasado. Pero no, el pasado no se olvida. El pasado se integra, se acepta, se convierte en parte de nuestra historia. No se trata de enterrar un recuerdo ni de fingir que alguien nunca existió, sino de aprender a agradecer que estuvo, aunque no se quedara. Aceptar que ella o él fue parte de tu camino, que dejó huellas y que te ayudó a crecer, aunque no de la manera que esperabas.
El amor es eso: magia y dolor, encuentros y despedidas, certezas e incertidumbres. El amor es esa fuerza que a veces nos levanta y otras nos derrumba, pero que siempre nos transforma. Y aunque no siempre sea fácil, aunque no siempre sea color de rosa, vale la pena vivirlo, porque en cada experiencia aprendemos a conocernos más, a querer con más conciencia y, sobre todo, a continuar.