Asistente por Accidente

CAPÍTULO 1 — El día que Renata destruyó su reputación en 42 segundos

Renata Valverde siempre creyó que su primer día de trabajo sería normal: llegar temprano, sonreír, aparentar competencia. Nada complicado.

Pero la vida —esa bromista profesional— tenía otros planes.

A las 7:03 a.m., Renata corría por la acera con el blazer torcido, el cabello aún húmedo y un vaso de café tan lleno que parecía una bomba lista para explotar. El hotel Luxe Royal brillaba frente a ella como un monumento a la elegancia… y a sus nervios.

Entró al lobby con paso decidido. O eso intentó… porque dos segundos después su tacón se atoró en una grieta del piso.

Renata tropezó hacia adelante, el café voló en el aire como un misil marrón y fue a aterrizar —claro, porque el universo la odia— sobre la camisa blanca impecable de un hombre que parecía sacado de una revista de ejecutivos millonarios.

Él se quedó quieto, mirándose la mancha café que ahora decoraba su torso como una obra abstracta.

Renata tragó saliva.

—Yo… yo… —intentó decir algo inteligente. No llegó nada.

—¿Es una bienvenida del hotel? —preguntó él, seco, sin levantar la voz. Eso era peor. El tipo no se enojaba: juzgaba.

Antes de que Renata pudiera disculparse, la gerente del hotel apareció corriendo.

—¡Señor Blake! ¡Dios mío, lo siento tanto! —exclamó, roja como un semáforo.

Renata arqueó una ceja.

¿Señor qué?

¿Blake?

La gerente la miró como si hubiera presenciado un crimen.

—Renata Valverde… —dijo con la voz temblando— …acabas de tirarle café al nuevo inversionista mayoritario del hotel.

Renata sintió que su alma abandonaba su cuerpo.

Gabriel Blake, dueño de una reputación fría, un porte intimidante y una empresa multimillonaria, solo la observaba. No dijo una palabra. Peor todavía: sonrió, una sonrisa peligrosa que no llegaba a los ojos.

—Interesante comienzo —dijo él finalmente.

Renata quiso evaporarse.

Pero el universo aún no terminaba con ella.

Un huésped, probablemente aburrido de la vida, había grabado TODO. Y mientras la gerente le daba mil disculpas al magnate manchado, Renata vio cómo el tipo levantaba su teléfono con orgullo.

—¡Ya eres viral! —dijo, entusiasmado.

Renata quería llorar, gritar y renunciar al mismo tiempo, pero su dignidad —poca, pero existente— la obligó a mantenerse en pie.

Gabriel Blake la miró una última vez.

—Nos veremos pronto, señorita Valverde —dijo, caminando hacia el ascensor sin esperar respuesta.

Renata parpadeó, confundida.

¿Por qué sonó como una amenaza?

Y entonces lo entendió:

Ese hombre no iba a olvidarla.

Y su primer día acababa de convertirse en el peor de su vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.