Asistente por Accidente

CAPÍTULO 2 — El video que arruinó mi desayuno y mi futuro

Renata Valverde llegó al baño del personal como quien entra a una cápsula de emergencia. Cerró la puerta, respiró hondo y se vio en el espejo.

Cabello rebelde.

Ojeras tercas.

Blazer con una mancha de café que parecía un mapa de América Latina.

—Perfecto, Renata. Estás lista para conquistar el mundo —se dijo, derrotada.

Sacó su teléfono para avisarle a su mamá que estaba viva… y ahí lo vio.

Notificaciones. Cincuenta y tres. En tres minutos.

Algo dentro de ella se derrumbó.

Abrió el primer mensaje de su amiga Gaby:

“AMIGA NO. DIME QUE NO ERES TÚ LA DE ESTE VIDEO.”

Segundo mensaje:

“JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA”

Renata apretó los dientes y abrió el link.

Ahí estaba. Ella. En gloriosa calidad 4K. Tropezando, volando, bañando en café a Gabriel Blake como si fuera un acto artístico moderno.

El video ya tenía 12,834 vistas.

—No puede ser… —susurró Renata, sintiendo cómo el alma volvía a escaparse.

Respiró hondo. Tenía dos opciones:

1. Esconderse en el baño hasta el 2050.

2. Salir, fingir profesionalismo y evitar que la echaran antes del almuerzo.

El problema es que la opción 1 era mucho más tentadora.

Justo cuando reunió valor para salir, la puerta del baño se abrió de golpe.

—¡Renata! —era Paula, la recepcionista—. La gerente quiere verte. Ahora.

Renata sintió un espasmo en el ojo izquierdo. Eso nunca significaba nada bueno.

Caminar por el lobby fue una tortura. Todos la miraban. Algunos intentaban no reírse. Otros no lo ocultaban.

Paula murmuró sin mirarla:

—No entiendo cómo sigues aquí después de eso.

—Gracias por el ánimo —respondió Renata, sarcástica.

Al cruzar la puerta de la oficina de la gerente, la vio:

Claudia Sevilla, la mujer que podía hacer llorar a un adulto con solo pestañear.

Claudia levantó la vista, seria, manos entrelazadas sobre el escritorio.

—Señorita Valverde… siéntese.

Renata tragó duro. Sentarse era peor que regañarla de pie. Era ceremonia de ejecución.

—Quiero hablar sobre lo ocurrido esta mañana —dijo Claudia.

Renata abrió la boca para disculparse, pero Claudia levantó una mano.

—Sorprendentemente, el señor Blake no solicitó tu despido.

—¿Perdón? —preguntó Renata, confundida.

—De hecho —Claudia frunció el ceño, claramente irritada— …pidió que te asignara directamente con él para un “proyecto especial”.

Renata parpadeó, pasmada.

—¿Disculpe… qué?

Claudia suspiró, derrotada.

—Desde mañana, serás la asistente personal del nuevo inversionista. Por órdenes suyas.

Renata sintió cómo la silla se tambaleaba bajo ella.

Asistente. Personal.

De ese hombre.

El mismo hombre al que había bañado en café.

El mismo hombre que ahora sonreía como si supiera algo que ella no.

—¿Alguna pregunta? —preguntó Claudia.

Renata apenas pudo articular:

—Sí. ¿Esto… es una broma?

—Créeme —respondió Claudia con un suspiro exasperado—: ojalá lo fuera.

Renata salió de la oficina con la sensación de que acababa de vender su alma sin firmar nada.

Y no sabía que el verdadero caos apenas estaba calentando motores.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.