Los días pasaban volando y esconderme de Marcus, no había sido tarea fácil desde entonces. Y aun que no lo quiera admitir, era más difícil de lo que pensaba. Amelia tenía razón, él está en todos lados, era como un fantasma que se transportaba para todos lados a la velocidad de la luz. En cualquier lugar que intentaba calmarme y seguir caminando como una persona normal, siempre lograba coincidir con él. Era como estar en una pesadilla, en dónde los chicos eran tan hermosos, que sin pensarlo te quedabas tirando saliva durante minutos.
Y no...
No lo digo por mí, lo digo por las chicas locas que se cruzan y te empujan como si no existieras.
Y hoy, no sería la excepción.
Corría por los pasillos desesperada, chocando a personas en el camino.
—!Ten cuidado¡— Reprochó alguien que sin querer tire sus libros.
—¡Lo siento!— Grité, sin dejar de correr.
Estaba llegando tarde a mi clase de matemáticas. Otra vez. Espero que el profesorJohnson, no se moleste y me deje pasar.
— No — Sentenció el hombre mayor semi-calvo, cerrando lo puerta dejando correr un leve aire.
Viejo pelón, ya verás.
Hice ademán de empujar la puerta, pero me contuve.
Me quedé un rato parada sin saber qué hacer, hasta que decidí caminar sin rumbo por los pasillos frescos de la escuela. Suspirando, exhalando, sonriendo porque tengo ganas de hacerlo y aunque me viera como una loca, la situacion de estres, desesperacion recordanod todo hasta ahora, si eran graciosas.
Detuve mis pasos bruscamente, entrando al baño. Enjuague mi cara con agua fresca, intentando despertar y seguir de pie. Mi rostro estaba demacrado, ya habia pasado una semana de clases y ya sentía que no podía más. Ayer estuve toda la noche decorando las paredes de mi habitación, limpiando y aspirando toda la casa.
Y Marcus...
Marcus no ayudaba en esto...
Estar pendiente de él en esto días era algo fastidioso e irritante. Por tener mí mete ocupada por él, ya estaba olvidando muchas cosas habituales de mí día a día y tenía que mantenerme con la cabeza fría de ahora en adelante.
— Que suerte la mía — Murmuré, saliendo del baño rumbo a la biblioteca.
Tenía que aprovechar el tiempo libre. Estar en un lugar silencioso y sin nadie con quién hablar, era lo que necesitaba ahora. No me mal entiendan, todo el mundo necesita estar solo de vez en cuando para escucharse o solo pensar. Al llegar, abrí la puerta despacio sin hacer mucho ruido. La mujer de la biblioteca solo me hecho un vistazo y volvió la vista a su libro clásico. Caminé hacia la dirección de libros juveniles. Respiré el aroma.
Adoraba este aroma, me hacía estar en casa.
Pase mis manos por los estantes, tomándome mí tiempo para observar y elegir un cuento. Observo al final del pasillo a un chico tirado en el suelo, leyendo un cuento de... ¿Romance?, la claridad del lugar no me ayudaba a distinguirlo.
Era raro porqué, se supone que todo el mundo debería estar en clases y los chicos de básquet estaban entrenando, se escuchaba el sonido del silbato, al parecer hoy tocaba ejercicio en el patio. Disimuladamente, me acerque despacio intentando distinguir su rostro.
Oh... Mierda...
Me quedé estática unos segundos, reaccionando de inmediato de forma lenta poniendo mí capucha. Agarré un libro sin ver la portada por los nervios y me fui a sentar en un puf gris, lejos de él.
Marcus...
Hasta su nombre era hermoso.
Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos, de verdad necesitaba concentrarme en otra cosa. Necesito mantener mí cabeza ocupada. Me acomode mejor dejando la mochila de un lado y me fije en el libro que había tomado.
"Dos almas unidas"
Realicé una mueca de desagrado. Dejé el libro de un lado, sin poder creer que agarré unos de los géneros que más odio y detesto con mi alma.
Romance...
Además de ser muy pegajosos, son cursis y los diálogos de los personajes parecen como si lo estuvieran recitando del cuento Romeo y Julieta. Todo tan nefasto y poco original. Aunque la realidad le gana por muchos puntos. Las parejas son el símbolo de la cursilería.
Decidida a no leerlo. Me levanté del puf y me fui caminando hacia el patio de la escuela.
El sol está en su punto más alto, enviándome un poco de su calor. Ya se siente el otoño a la vuelta de la esquina. A lo lejos puedo ver el entrenamiento que están haciendo los chicos de básquet. Sin saber cómo siempre que hacer, camino hacia allí para sentarme en las gradas, desde acá se puede ver las gotas de sudor que salen de la frente de los chicos. El entrenador sigue hablando y explicado cosas que no escucho, mientras que los chicos toman agua y Richard levanta la mano y por alguna razón desconocida, me señala.
Mi mente hace una especie de circuito y cuando pienso que escapar es una buena idea, el entrenador se dirige hacia mí con pasos de modelo parándose enfrente con su mirada seria, cruzando sus manos sobre su pecho haciendo notar sus notables músculos.
— ¿Porque no está en horario de clase? — Pregunta.
— Porque llegué tarde y el profesor no me dejó entrar — Dije sin pensar.
El entrenador levanta una ceja.
— ¿Y su mejor idea fue venir aquí? — Preguntó con un deje de tono irritante.
Lo mire confundida, sin saber qué es lo que estaba mal de que yo esté aquí, ni siquiera estaba gritando como loca. Observe el lugar notando que no hay nadie excepto yo. Tampoco había carteles de que esté prohibido sentarse en horario de clases.
— No hay ningún cartel — Dije, consciente de que no respondí su pregunta.
— ¿Disculpa? — Pregunto. Suspiré molesta ¿Acaso me está tomando el pelo?
— Dije que no hay ningún cartel que esté prohibido estar aquí. — Protesté — ¿Estoy haciendo algo malo?
El entrenador no dice nada durante varios segundos y luego sonríe mostrando sus dientes.
— Esa es la clase de carácter que necesito — Contestó con una sonrisa.